La raza no existe… O tal vez sí

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Nieves y Miro Fuenzalida.*

¿Hay alguien que sepa cabalmente lo que es la raza? Para un creciente número de seres humanos aparece como una ficción biológica  de la que hay que  deshacerse lo más rápido posible. Los grupos afectados por la discriminación racial han venido exigiendo que el concepto sea abandonado, eliminado del discurso público y expulsado de la medicina y la ciencia. Sin embargo, a pesar de todas las promesas del Iluminismo humanista, obstinadamente, la ficción de la raza continúa operando con toda su fuerza bruta persiguiendo, insultando, agrediendo, explotando y  oponiéndose al progreso en contra de  la discriminación.

Uno podría preguntarse, si la raza es una ficción,  ¿por qué es una constante preocupación para tantos  millones de seres humanos? 

En las dos últimas décadas las discusiones se han concentrado en mostrar que  la raza no es una realidad biológica, que carece de características reales y objetivas y, en el fondo, es solo el producto de  una construcción social.  Pero, paralela a esta discusión, también ha venido creciendo la idea de que la raza tiene un significado científico que, en una nueva dirección distinta a la acostumbrada, contiene inesperadas consecuencias practicas, farmacológicas, morales, económicas y políticas.

Así por ejemplo, Richard A. Jones (Howard University) dice que si las enfermedades tienen diferentes etiologías en diferentes razas y si esta diferencia etiológica determina un énfasis racial diferencial en los actuales protocolos de investigación, entonces, hay razones importantes para que la raza no sea eliminada. Seria un error, dice, deshacerse de la noción de raza  solo porque las categorías raciales no calzan exactamente con procesos biológicos.

Obviamente, también seria un error aceptar acriticamente las viejas clasificaciones raciales cuando desarrollamos  tratamientos médicos. La cuestión es  determinar cómo el significado social de raza puede afectar resultados biológicos tales como promedios de enfermedades cardiacas y neurológicas entre otras.  Enterrar el concepto de raza parecería ser la decisión correcta a corto plazo. En términos puramente pragmáticos la cosa pareciera ser diferente.

La mejor forma de entender las palabras es por el trabajo que realizan. Si una definición falla en lograr su propósito debiéramos  redefinirla.  En el esencialismo que corre de Aristóteles al Siglo de las Luces el mundo es dividido en cosas que se distinguen por la posesión de diferentes propiedades.  La diferencia esencial, según la mayoría de las tradiciones culturales hasta hace poco, ha sido la idea de que la propiedad esencial de la raza se encuentra en el color de la piel, a pesar de lo anti científica que esta definición pueda ser.

Por otro lado, si nos fijamos en su  sentido intencional, las palabras tienen diferentes significados de acuerdo a diferentes perspectivas. Para el sociólogo la raza puede ser un signo del modoen que la sociedad esta organizada. El antropólogo puede interpretarla como formas de vida cultural y para el politólogo la raza puede aparecer como una relación jerárquica de poder y dominación.

Si  el universalismo esencialista es extremo, el perspectivismo relativista amenaza la definición misma de raza. Entre uno y otro extremo perdemos la eficacia que el concepto pudiera tener. En el contexto de las luchas raciales, según los lideres progresistas,  la palabra raza no es neutra y su función debería ser  la de reforzar  el aparato  político conceptual para servir a  la aspiración de sociedades y comunidades  en el  logro de  un mundo democráticamente pluralista.

Es cierto que, como resultado de las prácticas coloniales del modernismo y las políticas eugenesicas del siglo XX, el término raza ha adquirido hoy día tantas  connotaciones negativas que  ha perdido toda eficacia para denotar cualquier cosa. Los geneticistas y la mayoría de etnólogos y filósofos concuerdan que la raza carece de determinaciones biológicas fijas… ¿Por qué, entonces, alguien quisiera retener el concepto? Porque, según argumenta Richard  Jones, su reconceptualizacion  lo puede transformar en un instrumento de cambio.

El Proyecto del Genoma Humano ha problematizado la pretensión de encontrar el fundamento biológico para diferenciar las razas al revelar que  el 99.9% del DNA  de cada individuo que habita el planeta es idéntico. Las variaciones en altura, color de la piel o cualquiera otra característica están determinadas por una ínfima fracción del genoma y la variaciones genéticas dentro de grupos raciales son mayores que la que existen entre diferentes grupos.

Compartimos el 98.4% de nuestros genes con los chimpancés, 95% con los perros y 74% con gusanos microscópicos. Lo que estos números indican es que  lo significativo no son los porcentajes de genes compartidos, sino como un ínfimo porcentaje de ellos  puede ejercer  tremendas diferencias funcionales.

Muchos de los que trabajan en el desarrollo de drogas farmacéuticas argumentan que las investigaciones genómicas confirman diferencias significativas entre los diferentes grupos de la población humana. Ciertas enzimas con menor actividad, por ejemplo, son mas frecuentes en la población china que en la población caucásica. Si los datos indican que ciertos grupos de la población humana difieren potencialmente en mayor o menor capacidad para responder bien, mal o no responder del todo a ciertas drogas, entonces es posible predecir estas  respuestas.

El enfoque aquí, en lugar de ser acerca de la raza, es acerca de la creencia de que comunidades en particular poseen necesidades específicas de salud que tienen relacion con una base genética cuya investigación puede ser crucial en su tratamiento.

Ciertos teoricos negros sostienen la idea de que los argumentos ontológicos acerca de la raza debieran dar paso a los argumentos éticos y prácticos, a la cuestión de si es mas  peligroso que no, mas obscurantista que no,  hablar de raza. Otros, en cambio, sostienen que mientras transitan el terreno racial de esta nueva centuria nunca han podido pensar en términos que no estuvieran racializados.

Nuestra epistemología, metafísica o axiología, dicen, están altamente coloreadas. No importa cuantas veces nos digamos a nosotros mismos  que la raza ya no es una categoría biológica no podemos eliminarla de nuestra realidad. La cuestión es como mantener una definición de ella que este sujeta a una constante revisión para que sea materialmente eficaz en la eliminación de la subordinación racial.

En lugar de imaginar la raza como un concepto fijo, dicen, debiéramos imaginarla como uno que se va modificando al igual que los de la ciencia experimental moderna.

Las definiciones de raza han variado en los últimos cuarenta anos. En 1975 era común, según los diccionarios de la época, ver a la raza como una población geográfica local o una población global humana que se distingue, en mayor o menor medida, por características físicas genéticamente transmitidas.

En 1987, en el Webster Dictionary,  se ve a la raza, en cambio, como cualquier división biológica mayor de la especie humana basada en el color y textura del cabello, color de la piel y los ojos y proporciones corporales, entre otras, para luego agregar que el termino ha adquirido connotaciones anticientíficas y seria mejor reemplazarlo en las descripciones por grupo o etnia.

Según Francois Ravenau hay siete factores que contribuyen a la definición de una minoría racial: biogenético, territorial, lingüístico, cultural, religioso, económico y político. 

Si seguimos la dirección del último al primero los factores son cambiantes y asimilativos. Si seguimos la dirección inversa, del primero al último, los factores son resistentes al cambio y a la influencia de factores externos. La tensión entre ambas direcciones, entre cambio y permanencia es lo que alternativamente describe lo que el racismo, o  la raza en si misma, es o no es.

Lo que Ravenau posibilita con esto es una visión racial  más pragmática. Es una invitación a ver las definiciones, los juicios, incluyendo los metafísicos,  como hipótesis que surgen en el contexto de situaciones específicas y que deben ser evaluadas según su eficacia para responder a estas situaciones. Cada juicio hipotético esta valoricamente tenido y, más frecuente que no, estos valores son políticos. Los supuestos acerca de lo que la raza es siempre son pragmáticamente tenidos y ésta  es una razón suficiente para someterlos a una constante revisión autocrítica capaz de disociar lo habitual de lo emergente.  

Después de un siglo de legislaciones, de interminables discusiones y  conferencias y miles de escritos, nadie ha conseguido llegar a la sociedad pos racial. El término es difícil de eliminar y, al parecer, continuara formando parte de nuestra vida  por largo tiempo, tanto como el efecto opresivo de la realidad histórica política permanezca.

Dada esta realidad el énfasis no debiera ser el de determinar el estatus  metafísico u ontológico del termino, sino el de  investigar las relaciones de subordinación y dominio a las que las razas están sujetas. Si aceptáramos, dice R. Jones, que la raza no existe, que es una ficción posmoderna… ¿Cómo podríamos oponernos a sus efectos opresivos?


* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

 

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