Lagos Nilsson / Jorge Valdivia y qué: hasta mi gato lo admira

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Respeté la opinión de mi gato —aunque no le gustaba mucho el fútbol— y tengo frente a la pantalla de mi Mac un cartel. Dice: "Me emborracho porque me da la real gana. Métanse los consejos por el culo". Me lo obsequió Ximena Sepúlveda, una grande poeta chilena. Jorge Valdivia es uno de los grandes en otro terreno. Borghi es solo un tipo respetable.

Como mi gato no lo era, no soy aficionado al fútbol por más que mis años de exilio me hayan acostumbrado —en el período porteño del extrañamiento— al asado antes de los grandes partidos y haya visto el hermoso GTO que vendió Maradona cuando, me dijeron, fue acosado por los buitres acosadores.

Cuando joven, debo confesarlo, en una radioemisora de provincia fui convidado a analizar un partido: entonces no había visto nunca uno; "safé" imitando la retórica de los comentaristas famosos. Ya entonces el fútbol migraba de deporte y pasìón a comercio y prostitución de la pasión.

Recuerdo a un amigo perdido por las distancias y los tiempos. Marcelo Bustos, abogado y escritor de novelas imposibles que terminó, creo, como juez en la Patagonia, y seguramente escribiendo sus libros que nadie quería terminar de leer (el por qué es otro asunto), solía decir: debo hacerme a la idea de que ya no me acosté con (y el nombre de una actriz publicitada por su belleza o escándalos).

Marcelo es otra época. Aquella en que los chilenos mayores decían de sí y de sus amigos que eran fuertes como el acero, el acero de Huachipato. Huachipato era Corfo, Corfo era chilena, era orgullo. Cosas.

Lo anterior para referirme a Jorge Valdivia, y no se crea esto un despropósito en un portal serio: ¿o acaso cuando juega fútbol Valdivia no brilla un sol peculiar en la cancha?, ¿no cambia la atmósfera frente a la tele?, ¿no se alivian las penas?, ¿no comienza a reptar la idea —o el sueño— de que se puede ganar a cualquiera?

Valdivia es eso: la magia de la alegría, la trigonometría de la exactitud del pase, la risa del cabro diablito que hizo otra diablura, el apretar los dientes cuando lo "foulean" a la mala, el valor de seguir corriendo. Valdivia refleja —o representa— lo que queda de un país que ayer nomás se sabía pobre, pequeño, digno, honesto, confiable, orgulloso. Y hoy es una California surera.

Hoy, fines de noviembre de 2011, Valdivia es el consabido árbol caído. Toman su leña pelafustanes que ni pueden hacer fuego con ella. Imbéciles que usan corbata lo denigran con la misma liviandad del ayer que los hacía aplaudirlo. Alguna vez los "periodistas deportivos" deberán rendir cuentas y explicar sus cabriolas.

Maese Borghi, convengamos, es un buen tipo; dicharachero, honesto, probo. Nadie discute sus méritos, sería injusto. Pero llegó tarde al reparto de los rayos de Zeus. ¿Que hizo bien al quitarle a la selección un jugador como Jorge Valdivia? Sin duda cumplió con su deber. El deber odioso.

Valdivia no es odioso. Es el mejor. Eso no le confiere impunidad, desde luego, pero a lo mejor requiere comprensión. ¿No tiene el seleccionado chileno pedagogos, sicólogos, andragogos, mayores para guiar, enseñar, comprender y contener a esos jóvenes?

Mi gato me mira desde su campo eterno de caza (Lord Byron partió a cazar hace dos años), miro el pequeño cartel mencionado al comienzo de este escrito, bebo un sorbo. ¿Quién es Valdivia?

El mejor, me digo, el que inventa la alegría (y no digo que sea el único) y la construye con inteligencia y su propia alegría sobre el césped con y para sus compañeros y el mundo. A ese tipo le quieren cortar las piernas.

El negocio, como las viejas y actuales religiones, necesita sacrificios. Y si los de la Polar, las farmacias, los bancos, las salmoneras, las forestales, en fin Watt’s, las mineras, las pesqueras, los de las chimeneas asesinas y otros son "capitalistamente" inocentes, los sacerdotes de los medios visten o desnudan otra catarsis: Jorge Valdivia.

El mundo es de los hipócritas.
 

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