LIBERALES EX BALMACEDISTAS – Y SOCIALISTAS EX ALLENDISTAS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Posterior a la revolución de 1891, los balmacedistas fundaron un nuevo Partido Liberal Democrático que, en sus comienzos, se alió con los laicos radicales, liberales y demócratas que, en ese tiempo, constituían la izquierda laica del régimen parlamentario. Al poco andar, a punta de halagos y servicios a los militantes expulsados de la administración pública, el cambullonero, especulador y jugador, Juan Luis Sanfuentes, se transformó en el líder de los ingenuos balmacedistas.

En 1906, los seguidores del candidato liberal democrático, Juan Luis Sanfuentes, publicaban un folleto que decía lo siguiente: “El país quiere ser rico a toda costa y todos queremos serlo
(algo así como la utopía del presidente socialista, profesor Ricardo Lagos).

“El país quiere hombres nuevos y emprendedores
–al estilo Fernando Flores, Oscar Guillermo Garretón o Enrique Correa–
hombres a quienes no sobrecoja el pánico en el mercado
–como Daniel López Pinochet y sus múltiples discípulos en la Concertación–
y que sean capaces de lanzar la patria por los caminos que llevan a la prosperidad y la riqueza”
–plenamente lograda en el reinado de Luis XIV Ricardo Lagos-.

«¿Qué importa que nuestro candidato no haya pronunciado estrepitosos discursos en el Senado?
–Eduardo Lázaro Frei Ruiz-Tagle llegó a presidente del Senado sin pronunciar ni una sola palabra–.

«¿De qué nos servirían hoy, Andrés Bello, Mariano Egaña, Manuel Montt, Antonio Varas, García Reyes, Tocornal, Errázuriz Zañartu, Irarrázabal, Santa María y nuestro mismísimo Balmaceda?”
(Hoy los socialistas podrían decir lo mismo de Salvador Allende).

Sanfuentes era sinónimo de sinvergüenzura. Incluso, los estudiantes le gritaban a don Arturo Alessandri Palma, ¡Sanfuentes!, cuando este traicionó los ideales del cielito lindo. Tancredo Pinochet (de los buenos) profesor y periodista denunció el trato inhumano que don Juan Luis daba a sus peones en su hacienda de Camarico.

Los socialistas chilenos no son muy diferentes al partido de los ex balmacedistas: nacieron en 1933, como una federación de fracciones; en el partido había de todo: masones, militares, anarquistas, troskistas, y otros; hoy, las fracciones siguen siendo consubstanciales al partido y, como están más siúticos y neoliberales, se llaman “sensibilidades”; las hay de todos los pelajes y layas: feministas enamorados de Michelle Bachelet, apitutados ex MAPU, mexicanos priistas, como Ricardo Núñez y ultra “rogelios”, como la fracción de Carlos Moya. Todos los grupos dicen amar a Salvador Allende y estar dispuestos a colaborar con la Abeja Reina, Michelle, a condición que les ofrezca algunas pegas a sus hambrientos catecúmenos.

Todos los socialistas tienen cara de enojados y son gritones, mesiánicos y maleducados; con razón, el periodista Lira Massi, en La cueva de los cuarenta y ocho senadores, sostenía que los socialistas eran irascibles, pues llevaban zapatos que les quedaban chicos. En todas las reuniones los gerentes socialistas levantan el puño izquierdo y cantan la Marsellesa socialista; gritan a voz en cuello que muera el chancho burgués y se ríen ante tanta estupidez. Hace tiempo que dejaron la RDA y los países del Este, para encontrar muy buenos a los imperialistas de la Condoleezza Rice.

En el próximo Congreso del Partido, siguiendo la moda feminista, es muy posible que sea elegida Isabel Allende, que lo merece por hija del héroe del partido, don Salvador Allende, quizás uno de los pocos hombres honestos que se conocen en la historia del Chile contemporáneo. Su rival es el ahora senador Camilo Escalona, quien de nueva izquierda se ha convertido en un cuerdo seguidor de su amiga, la abeja reina, Michelle Bachelet; ya queda poco de sus devaneos revolucionarios; como Don Quijote, los barberos y bachilleres le quemaron los lateros folletos de Lenin.

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Los socialistas, decepcionados del totalitarismo de los países del Este, comenzaron a acercarse a la socialdemocracia europea, pero al poco andar, Tony Blair se transformó en un hombre que mentía a su pueblo, respecto de la guerra de Iraq, y el calvinista Jospin dejó a Francia en manos de tontísimo derechista Jacques Chirac; aún quedan algunas esperanzas con Rodríguez Zapatero, por consiguiente, dejémonos de imitar a Europa y busquemos un socialismo a la chilena, como lo hiciera Eugenio González.

Al principio, los socialistas estaban felices asumiendo tan magna tarea, pero al poco tiempo se dieron cuenta que mejor que pensar es administrar el poder y que el tal socialismo a la chilena, era una utopía más; mejor enriquezcámonos, ejerzamos el poder, construyamos carreteras de alta velocidad, hagamos felices a los ricos –para que no cacareen–, los ideales de Allende son muy bellos, le dieron sentido a nuestra juventud, pero hoy somos hombres maduros y hay que ser prácticos y no andar de quimeras; ¿ven cómo el profesor Lagos fue capaz de terminar siendo amado por los empresarios? Un socialista administra mucho mejor el capitalismo que un derechista.

Cuenta Joaquín Edwards Bello que muchos de los garitos clandestinos eran regentados por militantes del Partido Demócrata, y en el salón de juego presidía un cuadro de Balmaceda; el vicio le hacía un homenaje a la virtud: esto se llama hipocresía; con Salvador Allende ocurre algo similar: todos los socialistas le rinden homenaje, pero una vez terminada la misa, con incienso y todo, vuelven a la tarea de administrar la injusticia, propia del neoliberalismo.

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* Profesor universitario.
Crónica publicada el 9 de marzo de 2006 en el diario digital Clarín
www.elclarin.cl

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