Literatura: – VIVIENDO EN TIERRA DE ABRAXAS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

“Tengo muy mala opinión del ser humano”.
Alberto Jiménez Ure.

Los cuentos y novelas del escritor Alberto Jiménez Ure ( Zulia, 1952) recrean territorios extremos de esta civilización convertida en instrumento de su auto-aniquilación moral. Pero, más allá de señalar lo terrible para quedar a salvo en la acera opuesta, o legar moralejas didácticas, este escritor solo ha querido execrar algún malestar interno en cada obra y ponerse a salvo de su propia naturaleza abraxiana tras reconocerse parte de esta misma Humanidad que tanto rechaza.

De allí que la desacralización de la vida humana mediante textos críticos que rechazan la fatuidad del ser convertido en valor de cambio, la otredad maléfica, la corrupción política y el torcido manejo de las leyes, las relaciones erótico-sexuales como importantes indicadores de poder y de la necesidad de recibir y aplicar violencia en acto de liberación, vienen a erigirse en la estructura discursiva central de su obra, convirtiéndolo en un escritor sui generis –e incluso visionario– por su dilatada y profética toma de conciencia sobre estos elementos.

Desde Acarigua, escenario de espectros (Punto de Fuga, 1976) han pasado treinta años y ya en ese entonces el escritor se negó a encajar en cánones literarios tradicionales; de allí que toda la obra jimenezuriana –más de una treintena de libros– ha estado al margen de la prosa que vindica lo telúrico de la tierra, el realismo mágico y el realismo citadino, originando, en consecuencia, un constante interés por sus escritos, tanto en nuestro país como en el exterior.

Este escritor reconoce que prefirió un estilo propio, alucinante, escatológico, perverso, insólito, pero a la vez dotado de “mensajes narrativos” (Barrera Linares, 1997), y de planteamientos filosóficos, nihilistas. Seres desvalidos y otros demoníacos, confrontados en eterna lucha Bien-Mal, deben coincidir para desenmascarar la esencia terrible del Hombre, mientras están tocados por “un afán de renovación espiritual y física que se hace manifiesto en frases contundentes, llenas de calor y de profundidad” (Gil Otaiza, 1997). Así que, reiterar mediante reflexiones e historias apesadumbradas, desacostumbradas, perturbadoras, el rechazo por el caos en que derivó el ideario de la modernidad, ha sido su principal propósito desde la década de los setentas del siglo pasado.

Su forma de expresión se nutre no sólo de los artificios que emanan de la ficción, sino que acoge e interpreta los fenómenos sociales suscitados en medio de una amplia diversidad de planos tangibles y verosímiles, acosado e influido por lo presenciado desde la infancia, tal y como revela en tono autobiográfico en la novela breve Inmaculado (1982):

“Tarzio, que había crecido entre pozos de petróleo y gente hostil a las Artes, fluía entre las escrituras cultas y lo único que admiraba (aparte del Relámpago del Catatumbo) era la Filosofía. Según él sólo un Platón, un Berkeley o un Shopenhauer pueden decir en otro mundo que sus vidas tuvieron sentido en la Tierra. Y buscaba, con avidez, merecer un sentido para su propia vida” (pp. 71-72).

b>El autor ha comentado que su trabajo también está estigmatizado por lo paranormal y místico, junto a todas las pasiones y aberraciones humanas en conjunción. Si atendemos a esto, junto a lo que señala Juan Liscano en Panorama de la Literatura Venezolana Actual (Alfadil, 1995) acerca de las carencias abismales en la literatura nacional a la hora de abordarse el oficio de escribir, se deduce que Jiménez Ure ha legado una bibliografía valiosa y orientada, en toda su magnitud, al llenado del vacío que dejaron ciertos bloqueos estilísticos.

Cuando en 1976 llegó a sus manos un ejemplar de Acarigua, escenario de espectros, Liscano (1995) también dijo acerca de Alberto Jiménez Ure que “su literatura rechazaba el costumbrismo y el realismo urbano, el actualismo y el inmediatismo imperantes, la complejidad estructural. Predominaba el nihilismo sin proposición alguna redentora y, sobre todo, construía con ideas y no hechos existenciales” (p.282).

Pero la voz más esclarecedora ha sido la de Juan Calzadilla, quien trasciende de la superficie obvia y ubica a Jiménez Ure en un estadio filosófico intermedio entre Borges y Lezama Lima, pero aún más cercano a Juan Emar. Y va más allá al expresar que “no construye, ni desarrolla. Si insistimos en hablar de fantástico, de filosófico, será forzosamente en un nuevo sentido” (p. 35). Calzadilla sigue hurgando en la extensa producción jimenezuriana y comprende la intención del escritor zuliano; de allí que aseverara:

“Más que de construcción (…) parecería tratarse de destrucción. Sintaxis del antojo que no carece de rigor. Jiménez Ure practica, sistemáticamente, no sabemos si concienzudamente, una especie de caos-análisis: reducir la realidad apenas representada a una descomposición posible, a su máxima expresión caótica, a sus mínimos elementos aleatorios” (pp. 35, 36).

Para Jiménez Ure, escribir ha sido un acto liberador, de expiación ante el bombardeo constante de cotidianidades que hacen estragos, como si la saturación de la violencia pudiese engendrar un espacio posible para la conciliación con el espíritu y el lado menos lacerante de la humanidad, para alcanzar la tan ansiada paz interna rechazando “a la Babel de la modernidad tardía y, por lo tanto, sus temores apocalípticos” (Vattimo, 1997).

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* Comunicador social y tesista de la Maestría en Literatura Venezolana en la Universidad de Carabobo, Venezuela. Su tesis está basada en la obra literaria de Jiménez Ure.

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Addenda
El espíritu en el fuego

Abraxas: dios y demonio, Y talismán. El Bien y el Mal en uno –o aquello, una piedra, que nos protegerá de sus propias emanaciones. Y si dios, ¿de dónde viene? Y si talismán, ¿no será de suyo terrorífico? ¿Y por qué talismán? ¿Por qué grabar en esa piedra o cuarzo la palabra que todo lo puede signficar o quizá no signifque nada?

Acaso haya un movimiento íntimo, una energía que se desprende de esas letras –griegas– que forman el nombre abraxas (letras que suman 365): quizá un mensaje para cada día del año. Jiménez Ure, dice Rivera Urdaneta, vive «en la Tierra de Abraxas»; no ciertamente Abraxas como la fuente que genera un dios –o un mero hacedor–, más bien como los territorios insondables del espíritu y la mente humanas, que buscan y bucean en lo que buscan sin encontrar el rito, la palabra que proteja, que explique, que salve.

No hay talismanes, tampoco dioses, y por eso bien puede el autor –podemos, a la luz de lo que sucede en el planeta– desconfiar del ser humano.

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