Los celos

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Gisela Ortega.*

Se dice que la falta de confianza en la persona amada provoca los celos. Es una pasión que nace en quien supone comprometida la exclusividad de la posesión. Viene originado por la duda o la sospecha de infidelidad del ser querido. El recelo añade a la duda cierto temor o miedo a que sea verdad y fundamentada la sospecha. Cuando los celos se trasladan del campo afectivo al profesional, surgen bajo el nombre de rivalidad o lucha y envidia del éxito y bienes ajenos.

Desde pequeños los niños reaccionan motivados por la competencia cuando creen tener que compartir el amor de la madre con el padre, también celan a sus hermanos cuando los creen preferidos. Las parejas se observan  entre sí cuando se disputan el cariño de sus hijos. Los amigos, cuando se concede a otros confianzas que cada uno desearía le estuviesen reservadas.

Celoso es el que duda, con o sin fundamento, el que no tiene ya plena confianza ni se atreve todavía a perderla, el que vive atormentándose así mismo y a los demás, buscando en cualquiera circunstancia una  brasa en que consumir su felicidad.  Se cela lo que ya se posee y se teme perder. Los recelos conyugales, en que predomina el sentimiento de propiedad se sufren como por el robo de algo que se supone de pertenencia exclusiva.

Pretender cariño y reconocimiento es totalmente humano. Pero si esa aspiración se convierte en obsesión, se hace desagradable. Hay una expresión popular que dice: “los celos son una pasión, que busca con afan, lo que causa sufrimiento”.

Espinosa, en su libro de ética, afirma: “Los celos no son mas que una fluctuación del alma nacida de un amor  y un odio simultáneos, acompañados por la idea de un tercero a quien se envidia (… ) aquel que se imagina que otro posee a su amada, no solamente sufre por las trabas puestas a la satisfacción de su amor, sino porque esta forzado a asociar la imagen de la cosa amada con las imágenes físicas de esa posesión por otro”.

Muchos estudiosos señalan: la incertidumbre parte de una amenaza  personal, cuya seguridad centra en la sospecha de la deslealtad y el miedo a la pérdida del  amor.

En la más temprana edad, el niño experimenta la ternura de la madre y el padre. En esta sensación de amparo se desarrolla la confianza. Cuando este sentimiento no puede crearse porque el infante no recibe suficiente afecto y ternura, sufrirá  una disminución personal, que muchas veces tienen por consecuencia dudas en la relación de pareja.

Los psicólogos explican la desconfianza como una derivación de un afán exagerado de posesión. El celoso quiere la atención absoluta de su pareja, pero él mismo comúnmente no esta dispuesto a establecer una base adecuada en el que pueda desarrollarse  la fidelidad o confianza mutua. Nadie esta exento de las dudas. Estas constituyen un sentimiento espontáneo, difícilmente controlable, que poco se  puede mitigar con la razón.

La libertad es lo más importante. Pues en donde existe seguridad, no caben  las dudas, la franqueza constituye el pilar de cualquier relación. Y no se debería abusar con esta confianza, provocando quizás intencionalmente el recelo de la pareja, para tenerla así aun más ligada.

Podemos leer en la prensa,  adonde nos puede llevar el temor, en el peor de los casos hasta el suicidio o el crimen. No se debería llegar a estos extremos. Cuando una persona se sienta incapaz de solucionar  su situación debe buscar ayuda, pues siempre hay una salida, incluso para los casos mas desesperados.

Otras combinaciones de sentimientos pueden calificar la rivalidad, muchos son debidos a la distinta condición de los sexos en la familia y en la sociedad. Se dice que las mujeres somos más celosas que los hombres y parece lógico que así sea. Nosotras no podemos perseguir las riquezas y otros éxitos reservados exclusivamente  al sexo  masculino.

Los celos son tan antiguos como la humanidad. La mitología suele personificar su  resentimiento  en Juno, la leyenda la describe puntillosa,  desconfiada, vana, vengativa y atormentadora, de cuyos celos Júpiter es la victima. Este, para castigarla, la condeno a quedar suspendida en el espacio por imanes, con pesados yunques en los pies y atadas las manos a la espalda por una cadena de oro. El suplicio fue ineficaz, para la incorregible, complicados por la envidia sus celos la arrastraron a los más pavorosos delitos.

Hay seres en  fin, que no pueden sentir celos aunque los engañen, por incapacidad de dudar. Otros,  en cambio, no sienten  temor  por una vanidad exagerada, que les  impide concebir que pueda preferírseles a ninguna otra persona, es el caso de no pocas mujeres pegadas de su belleza  y de muchos hombres que viven admirando sus propios talentos.

Son pocos los sujetos equilibrados que no vacilan  sin fundamento y que saben ponderar toda presunción. No se inquietan sin motivo, ni se  molestan sin necesidad. Comprenden que la dignidad es incompatible con la sospecha,  nadie esta obligado a amar y ninguna persona  tiene el derecho de engañar. La fidelidad no puede discutirse, el que miente no merece ser amado, simplemente.

* Periodista.

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