Los pares y las moscas – CHILE: EL PREMIO NACIONAL DE HISTORIA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Con buen criterio –por lo menos acorde con los principios detrás de la decisión bianual– los premios nacionales se otorgan a personas de edad. Gerontes –debe ser la justificación– que gracias a la munificencia ciudadana administrada por cada jurado –convengamos en que no siempre lo integran especialistas en la materia– podrán gozar de una buena suma para parchar el ropaje, pintar la casa, si la tiene, por ejemplo, y de una pensión congrua respecto de los servicios que su actividad ha prestado a la sociedad.

En el caso del Premio Nacional de Historia, por lo demás no se discute el recibido por el profesor Gabriel Salazar, no se da esa suerte de condición o requisito: que sea un anciano al que se le ensamblan los huesos con miras a la ceremonia para volver a guardarlos en el cajón de los recuerdos, más o menos ilustres, más o menos inútiles, despues (tampoco fue así en el caso del de Literatura a José Migel Varas –ver aquí– anuncia la salida de por lo menos otro libro). Salazar parece en plena producción y con el hacha de guerra enarbolada.

Nadie con un alma pundonorosa abandona una lucha. Y Gabriel Salazar mantiene varios frentes. Uno, el que ojalá quizá haya sido la justificación del Nacional, su bregar contra la corriente de la historiografía tradicional chilena; eso de poner a los «agachados» que dicen en México de protagonistas, por ejemplo. El otro frente, menos importante probablemente, pero importante al fin de cuentas por la proyección en la vida cultural de su país, se refiere a la polémica –que no fue por abandono del contrincante– con las autoridades de la Universidad ARCIS, la más importantes de las universidades no confesionales y privadas de Chile.

Dijo en su momento Salazar:

“Me retiro de ARCIS, en parte porque me están despidiendo y, en parte, porque tampoco quiero seguir acá. La razón principal es que tengo una incompatibilidad profunda con el actual cuerpo directivo de la Universidad, particularmente con el llamado Directorio de la Corporación. No tengo con ellos compatibilidad académica y creo que tampoco política… Y, en definitiva, incluso, incompatibilidad en términos que podríamos llamar ‘sentido de solidaridad’ y de ‘sensibilidad social’.

«Eso hace muy difícil que pueda continuar acá. Tuve un cargo directivo y, por tanto, la oportunidad de vivir en carne propia esta ‘incompatibilidad’. Fui miembro del Directorio. De siete directores, seis eran ‘inversionistas’ y yo el único académico no inversionista o ‘proletario’, podríamos decir… Y eso significó que mis puntos de vista, que estaban centrados básicamente en un sentido de la democracia universitaria, chocaron muy fuertemente con los métodos utilizados por la mayoría del Directorio (…) Hace más de 42 años que hago clases. Estoy en la culminación de mi carrera y no quiero terminar trabajando donde se producen este tipo de problemas.

(…) De hecho me ofrece seguir como «taxi-teacher». O sea, exactamente como entre acá hace 21 años, haciendo unas ‘clasesitas sueltas y boleteando’ (…) por tanto es una forma de despido, agrego mi interés en retirarme, de no continuar aquí”.

Digna actitud de un maestro que no se conforma con el rol mendicante del secor educativo. Y no es para menos. Gabriel Salazar Vergara es uno de los intelectuales que ha sabido rescatar el rol de los obreros y sectores populares en la historia chilena.

La ministra de Educación –que preside también el Nacional de Literatura– señaló: «Se le reconocen sus méritos como fundador y principal exponente de la Historia Social en nuestro país», al fundamentar la decisión del jurado. La tesis de la señora ministra es, cuando menos, discutible –por más que la discusión no agreda los merecimientos del agraciado–.

Mucho antes que Salazar lo hizo el historiador socialista Julio César Jobet (1912–1980), del que pueden recordarse, entre otras obras Ensayo crítico del desarrollo económico-social de Chile; Luis Emilio Recabarren: los orígenes del movimiento obrero y del socialismo chileno; Los precursores del pensamiento social de Chile; o El Partido Socialista de Chile –ésta última de 1971, que militantes y dirigentes de esa tienda política podrían leer, si algo todavía leen–.

Tampoco debe olvidarse a Hernán Ramírez Necochea (1917-1979), sus Antecedentes económicos de la independencia de Chile y en especial La guerra civil de 1891. Obvio: como todas las obras que abren camino pueden –y deben– ser discutidas, pero ¿ignoradas?.

Otro distinguido historiador –todavía vivo y en actividad docente– es Luis Vitale, sin duda el primero que construye un corpus teórico que explica la historia de Chile a partir del desarrollo de la lucha de clases en el país.

Fuera de su Interpretación marxista de la historia de Chile, a la que periódicamente agrega un tomo, y de su monumental trabajo Historia General de América Latina, publicada en Venezuela cuando su exilio, suma algo así como 36 libros más, entre ellas una sociolgía de la novela, un estudio sobre la música popular y la identidad nacional, etc…, etc…

No se ha escrito lo anterior para desmerecer al historiador premiado. Pero es una pena que la señora ministro de Educación –y los integrantes del jurado– olviden, en un país que se ufana de su sentido de la historia, a los ilustres «precursores» de Gabriel Salazar.

El jurado lo integraron además Víctor Pérez, rector de la Universidad de Chile; Jorge Hidalgo, premio anterior; Hilario Hernández, representante del Consejo de Rectores y Julio Retamal Favereau, de la Academia Chilena de Historia. Acertado estuvo, en todo caso, que se le haya dado el galardón por «Su larga trayectoria, sus obras ejemplares y el aporte que ha hecho desde la historiografía al incorporar al sujeto más excluido como parte de la historia social».

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