Luis Benítez / Antologías… más allá de la diatriba, la razón

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En cierto modo acaso la intención en y los resultados de la producción en el campo de las artes, y la poesía lo es, ciertamente, termina por describir a los artistas (y poetas) como "ciudadanos" de dos patrias bien definidas: la de los que eligen los márgenes y la de los que eligen los senderos de la autoridad establecida. La guerra entre ambos bandos es inevitable, permanente y siempre renovada. Una antología de poesía argentina enciende fuegos y amenaza con quemar los puentes entre esos mundos.

Dejando de lado intereses personales, búsqueda del fuego fatuo (o auroras polares), mezquindades y otras miserias, las discusiones y enemistades en estos campos, los del arte, hacen de las fronteras entre esas dos patrias zanjas profundas. Cuando quienes participan en estos dramas tienen la estatura adecuada, empero, hasta la mayor de las querellas cumple funciones andragógicas; si no la tienen el asunto se convierte en mero intercambio de diatribas: entretienen, pero se olvidan como se olvida un comercial bien hecho para la tele.

En esta dimensión es grato constatar que no todo está perdido, que es posible todavía un espacio para la ponderación, que subsiste la hora (siempre enigmática) del pensar profundo —que es la pare ideas claras—. Podrá decirse, no sin razones, que el texto de Benítez que se presenta a continuación, es maldadoso; lo es; ¿pero qué sería del condumio cotidiano sin una pizca de ají?
(jaln).

Carta abierta al lector de poesía argentina


Luis Benítez.*

Sea usted exclusivamente lector del género o también poeta y/o crítico, académico o no, argentino o extranjero, seguramente habrá llegado a sus oídos el revuelo que ha causado la publicación del volumen 200 años de poesía argentina (Ed. Alfaguara, Buenos Aires, 1.008 págs., ISBN 978—987—04—1401—8) o, caso contrario, pronto le llegará.

Es que a meses de su presentación formal en sociedad, cuando los ecos de la aparición de cualquier otro libro deberían haberse convertido en un susurro, particularmente por lo específico del género que trata, ha desatado controversias llamativas, que van desde las más pomposas alabanzas hasta el elogio que quiere ser razonado; desde el rechazo argumentado hasta los denuestos más feroces.

¿Cómo es que un libro que habla —bien o mal— de poesía, provoca una reacción tan notable? ¿No era la poesía un género casi marginal?

¿Dónde quedaron las décadas de lamentaciones al respecto, las mesas redondas, simposios, conferencias, encuentros literarios, donde la situación de la poesía se evaluaba como prácticamente inexistente en un mercado alimentado por "best—sellers", operado por el "márketing" de las grandes empresas editoriales, decíamos, que desdeñaban incluir en su catálogo obras del género, porque es nulo el margen de ganancia que devengan?

¿No era la poesía algo que sólo nos importaba a nosotros, sus lectores, fuéramos o no, además, poetas, críticos, académicos?

La importancia del género

En momentos en que le escribo a usted, ya no se oyen las salvas de artillería de la Feria del Libro, que saludó al de referencia como un acontecimiento en medio del Bicentenario; tampoco el recibimiento triunfal que se le brindó en un acto de la Biblioteca Nacional, celebrado en el salón mayor, que lleva el nombre de Jorge Luis Borges.

Los diarios y periódicos que festejaron su existencia encontraron el destino final de esos medios gráficos, siempre el mismo; los "blog"s y páginas—web que se ocuparon  del nacimiento siguen allí, y la Honorable Cámara de Diputados de la Nación Argentina considera un proyecto, elevado al Presidente de la Comisión de Cultura de ese organismo legislativo, el diputado Roy Cortina, por su par la legisladora por la provincia de Tucumán, Norah Susana Gastaldo (Nº de Expediente 4286—D—2010, Trámite Parlamentario 077, del 16/06/2010), para “declarar de interés de la Honorable Cámara de Diputados la edición del libro 200 años de poesía argentina, en homenaje al bicentenario de la Revolución de Mayo”.

Por la otra punta del ovillo, desde Italia, el poeta argentino Gabriel Impaglione, editor de la bien conocida revista Isla Negra, envió una carta abierta a la Honorable Cámara resistiendo esa iniciativa; en la misma revista el poeta argentino Eduardo Dalter cuestionó duramente el criterio que animó al antólogo y las omisiones de poetas connacionales en la obra, artículo abundantemente reproducido ya en los "blogs", a lo que sumó Dalter una carta dirigida a la diputada tucumana que propuso la medida legislativa; el poeta santafesino Rubén Vedovaldi sumó lo suyo, criticando otros aspectos de la antología de Alfaguara; la autora Miriam Cairo agregó también su opinión negativa sobre la obra de Monteleone en un artículo publicado por el diario Página 12, en su edición rosarina (toda esta documentación la puede usted leer en http://revistaislanegra.blogspot.es).

A estos primeros pasos de la oposición a la obra, se suma algo que no por no aparecer en los "blogs" y los medios gráficos, deja de ser de fundamental importancia: los mensajes personales en torno al mismo tema, la franca mayoría de ellos de índole “no positiva”, por emplear este curioso y célebre eufemismo de origen preclaramente legislativo.

Como verá, lector, su género preferido, para casi no existir, hace bastante barullo en la República Argentina. ¿Cómo nos explicamos esto? ¿Es el género en sí, o factores extraliterarios aquello que agita las aguas antes supuestamente estancadas de la poesía nacional? Y la cuestión principal y definitiva: ¿Le sirve esto al género o va a ir en su desmedro? Veamos.

La importancia de que se publique una obra de valor genuinamente histórico

El lector de poesía, como usted y yo, es uno de los más específicos, exigentes y reducidos, en relación a las escalas a las que se destinan los productos editoriales de alcance masivo. Para presentarle a usted una obra, las editoriales saben que deben afinar la puntería y confiar el trabajo a alguien que domine el tema destacadamente. Para un lector especialista, se necesita un autor altamente especializado. Más aún cuando el proyecto atiende al abarcamiento de la completa historia de la poesía argentina, desarrollada a lo largo de muy complejos doscientos años de acontecimientos literarios, sociales, políticos y económicos, una intrincada sinergia que originó el fenómeno de que se trata.

Queda claro que usted y yo somos un segmento de lectores, además de exigente, sumamente sensible a adulteraciones, atento a leer agudamente entre líneas: las miríadas de supuestas antologías realizadas por cuatro hampones literarios a tanto por cabeza, en las últimas décadas; los supuestos concursos literarios con la cláusula opcional de integrar una “antología colectiva”, donde decenas de “terceros premios” y “menciones” tienen la “posibilidad” de publicar al lado de cualquiera, mientras se tenga para el alquiler de las páginas, no nos han engañado nunca.

Por parte del grupo de Empresas Santillana una obra de esta envergadura jamás iba a ser confiada a un inepto ni a un ignorante, por el segmento de lectores al que se dirige, por la imagen de la compañía que financió la obra y porque el grupo es consciente de la relevancia que tiene invertir en un proyecto así, lanzado en medio de los fastos, las declamaciones y los buenos sentimientos que despierta nada menos que el segundo centenario de la patria, algo que lleva a una diputada de la Nación a esgrimir como argumento de su pedido de declaración de la obra como de interés parlamentario, el que constituye un “homenaje a la Revolución de Mayo”.

La sufrida poesía argentina. La que usted y yo leemos desde hace décadas, porque tiene un valor específico, porque tiene unos alcances y una trayectoria meritorias, porque aportó muy lo suyo al conjunto de las letras en nuestro idioma, y, fundamentalmente, por la sempiterna razón que nos lleva a abrir un libro y no dedicarle esas horas maravillosas a otra cosa, tal vez la mejor razón de todas: porque nos gusta.

En función de esta exigencia, estoy seguro, el Grupo Santillana se dirigió a un referente del estudio de la poesía argentina. Aunque en base a los resultados del proyecto muchas voces se alcen para desestimar la competencia del Lic. Jorge Monteleone y su equipo de colaboradores, creo que las particularidades de su formación lo señalaban para el puesto.

Monteleone nació en Buenos Aires en 1957 y es crítico literario y traductor; es investigador en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), con sede en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires. Desde 1992, dirige allí el Boletín de Reseñas Bibliográficas. Obtuvo dos veces la beca del Deutsches Akademischer Austausch Dienst (DAAD, por sus siglas en alemán, que significan Servicio Alemán de Intercambio Académico), establecida por la República Federal de Alemania, para ejercer la docencia y la investigación en la Universidad de Colonia.

Su especialidad es la crítica de la poesía hispanoamericana en general y de la argentina en particular. En su especialidad ha firmado una centena de ensayos y artículos académicos en medios de América y de Europa. Es periodista del ámbito cultural en distintos medios gráficos y audiovisuales de Buenos Aires, señaladamente en el diario La Nación. Un típico representante del medio académico —ámbito que todavía no dijo ni “a” sobre el espinoso asunto— cuyo CV se ve que era más que adecuado para lo que buscaba el Grupo Santillana: the best boy.

Dudo mucho que el Grupo haya querido invertir en este proyecto todo lo que invirtió, no sólo en la edición en sí, sino también en su difusión, por el simple afán de lucro, legítimo y común a toda empresa comercial; se trata de un libro caro para los menguados bolsillos latinoamericanos y, gracias a la crisis mundial, también caro para los particulares extranjeros; estimo que su intención estuvo orientada más a producir un título de obligada consulta, presente en las bibliotecas de las universidades, un título que no puede ser obviado, no sólo porque desde la edición de la Antología de la poesía argentina, compilada por Raúl Gustavo Aguirre (Ediciones Fausto, Buenos Aires, 1979, ISBN 9504580000) y que necesitó tres tomos para abarcar su objeto en aquel tiempo, ninguna otra obra de similar envergadura salió a la venta; también tiene que haber motivado al Grupo la certeza de que su imagen empresaria quedaría todavía mejor asentada al haber colaborado a dotar de un instrumento sistematizador y crítico de esta importancia a nuestro sistema de valores literarios.

El prestigio es otra de las motivaciones, además del afán de lucro, de todas las corporaciones empresariales, que pueden darse de tanto en tanto estos “lujos”, habida cuenta de las altas facturaciones que obtienen con cada balance anual, con crisis mundiales o sin ellas.

Una buena obra, bien seleccionadas sus partes, bien introducida por un "best boy", bien difundida a través del aparato propagandístico de la corporación, que se constituya en el referente de toda la poesía argentina, acogida positivamente por todo el "establishment" literario, bendecida por los medios y por todos los sectores de la poesía argentina, lanzada oportunamente en medio de la celebración del bicentenario del país, se constituye obligadamente en el aporte bibliográfico sobre el género más importante en casi medio siglo de esas dos centurias a las que se refiere.

En ocasiones, los intereses de las grandes corporaciones establecen alianzas reales con los intereses literarios de una época y lugar dados; cuando existe comunidad de intereses —hoy la base de toda negociación, el común beneficio de las partes— generalmente los proyectos prosperan. El proyecto de Alfaguara, empresa miembro del grupo Santillana, era por igual beneficioso para la empresa como para el conjunto de la poesía argentina; por ello, el anticipo de su lanzamiento generó tanta expectativa.

Entonces… ¿por qué fracasó?

Me explico, colega lector: no fracasó porque el Grupo Santillana sea una entidad perversa, al estilo de los Illuminati del inefable Dan Brown, empecinada en destruir el mundo y específicamente, sembrar la confusión en la cultura (no me cabe duda de que las intenciones del Grupo eran bien otras y, ya vemos, lejos del afán de lucro y más cerca de los intereses de los lectores de poesía) y no fracasó porque no llenara las expectativas del "establishment" literario local, que hubiese aplaudido de igual forma cualquier obra, incluso una peor realizada por Monteleone y sus adláteres, porque el "establishment" necesitaba un título y no una obra; no fracasó porque Monteleone sea un obtuso que, misteriosamente, llegó a uno de los estamentos más altos de la carrera, examen tras examen, postulación tras postulación, porque cuenta con un velo mágico que hace invisible su supuesta ignorancia a los ojos de los demás (en realidad, creo que sabe de poesía argentina mucho más que el común de los que la leemos, particularmente en cuanto a teoría y datos al respecto, y era por ello uno de los sujetos mejor indicados para trasmitir esos conocimientos).

No fracasó porque haya incluido en su selección a autores que, con toda justicia, trabajaron muy talentosamente para ganarse ese lugar (ni uno solo de los canonizados por el "best boy" sobra, nos guste o no nos guste su estilo o su poética); cualquier aseveración en nombre de esas falsas interpretaciones lo único que hace es embarrar la cancha y confundir el juicio objetivo en cuanto a lo sucedido, que es mucho más grave.

Y es grave porque con la aparición en escena de 200 años de poesía argentina, que contó con el apoyo económico y propagandístico de una corporación editorial de las grandes, capaz de brindarle una distribución a escala de todo el territorio hispanoparlante, en comunidad de intereses con el lector de poesía; con la anuencia del establishment político, periodístico y cultural local; con la selección y la introducción a tan complejo fenómeno como es la historia completa de la poesía a lo largo de 200 años —todo los que cuenta— puesta en manos del mejor muchacho y su seleccionado de intérpretes de la realidad, se ha desperdiciado un oportunidad única de dar cuenta del asunto, leal y francamente resuelta mediante un trabajo que debía ser de excepción.

Y no fue tal por impericia de los encargados de llevarlo a cabo, sino por su intención.

Esto es, ellos pusieron por encima de los intereses del género sus intereses personales, el flaco afán de figurar como árbitros de la elegancia —el arbiter elegantiorum de la antigua Roma—, de erigirse como capaces de señalar quién es quién y quién no es —o sea, no nació, no escribió, no existe, es alguien desaparecido— en la historia de la poesía argentina.

Porque desde el título la obra proclama su ambición —que era lo que los lectores de poesía argentina estábamos esperando, una obra que se ajustara a aquello que aspiramos a leer alguna vez, y que definitivamente, no es ésta— e invalida su contenido. No contiene esa obra qué de cuenta de 200 años de poesía argentina. No están en ella las referencias claves a todo su acontecer, a cada una de sus partes y el razonamiento sobre el conjunto, ni contiene el conjunto de los nombres que hicieron esa historia.

Si se titula así, debe cumplir con lo que promete cuando uno, lector de poesía, abre el libro. Debo en esta lectura disentir con mis colegas Eduardo Dalter y Rubén Vedovaldi (ver sus textos en la fuente citada) cuando expresa el primero que Monteleone (y todo su grupo de investigadores, no los dejemos afuera del asunto, que también llevan lo suyo) obraron así por desconocimiento; creo haber argumentado lo suficiente, antes, para dar por descartada esta hipótesis de Eduardo Dalter.

Respecto de algo aseverado por Vedovaldi, opino todo lo contrario: él manifiesta que las 24 páginas de introducción del prólogo de Monteleone son algo excesivo, yo creo que son tan cortas para la ambición de reseñar el fenómeno del que se ocupan, que ponen a lo escrito por Monteleone a la altura de los logros alcanzados por la sección final del célebre Reader’s Digest, capaz de resumir La Ilíada en un par de pliegos.

¿Pueden 24 paginitas resolver el intrincado espectro de 200 años de poesía argentina? ¿Tan poco sucedió en dos centurias? Creo que no, que un argumento tan simple como éste, tan obvio, invalida lo expuesto por Vedovaldi.

Sí coincido con lo señalado por ambos autores respecto de las exclusiones concretadas por Monteleone, aunque insisto en que no tienen una causa tan inocente como la ignorancia, sino el fin bien determinado de establecer un canon legitimante no dirigido en realidad a un beneficio de los canonizados —que ya lo estaban antes del advenimiento de Monteleone como sumo sacerdote de la poesía argentina, porque por obra y también por gracia de la poesía, los nombrados no necesitaban de ningún espaldarazo del Conicet ni de la virgen desatanudos— sino a ungir al "best boy" como aquel que determinó el Who is Who poético nacional.

Lo que no es poca cosa y vieja aspiración de muchos, desde los tiempos en que la todavía distribuida revista Diario de Poesía proclamaba, en los ochentas, que primero el neo-barroco y después el neo-objetivismo eran los cánones a seguir por la muy diversa —por suerte— poesía argentina.

La importancia crucial de que una antología no sirva para establecer un canon

¿Qué es un canon? Con magistral claridad, el mismo Monteleone responde esta pregunta, en su ensayo preliminar, fundiendo adrede el significante “antología” con el significado de canon: “Tal vez no sea un conjunto más o menos razonado o azaroso de inclusiones, sino un sistema de ausencias” (0p. cit., pág. 13).

Salpimentado aquí y allá con algunas observaciones sobre el desarrollo general de la poesía argentina, sí de índole literaria, el meollo del supuesto ensayo no es otro que la justificación del establecimiento de ese canon, por la fácil vía de declararlo como el único medio posible para discernir en el asunto: un sistema de ausencias, esto es, que su primera medida no es incluir, como se supondría, sino lo opuesto, excluir, establecer un espacio “exclusivo”, al que no se pueda ingresar sin el visto bueno de Monteleone; ello lo ubicaría, tal su pretensión, como el guardabarreras de la poesía argentina, un sistematizador de la ausencia.

El determinaría así quien aparece y quien desaparece de la historia. Hábilmente, entre los canonizados ubica a autoras y autores cuya pertenencia a la historia resulta irrefutable, no por mérito de Monteleone, como aquel que supo discernir que eran “joyas escondidas” de esa historia, sino por mérito propio de los canonizados, que mucho antes de que Monteleone comenzara a hacer su listita, ya se habían ganado con creces su espacio propio en la poesía argentina…

Es que hay un movimiento sutil en la obra: mientras que aparentemente Monteleone es quien legitima a los canonizados, en realidad son los canonizados los que lo legitiman a él. Buen intento del "best boy", sólo que olvida que abre un punto muy flaco en la defensa de la validez de su obra: el canon es un procedimiento extraliterario, si se inserta como procedimiento en una obra que se denomine 200 años de poesía argentina. Lo esperable en algo así titulado es una descripción muy completa y razonada de todo y todos aquellos que hicieron esa historia, detallada y dividida en movimientos, características, modificaciones y sus causas, cronología y todo un amplio sumario que Monteleone conoce muy bien, tan bien como nosotros, los lectores de poesía.

En cambio, empotra en el cuerpo de una pretensión literaria de tales dimensiones, como hilo conductor, el establecimiento de un canon, que es un artefacto propio de esa odiosa palabra, "maistream". Como bien sabemos, mainstream es un término que define las predilecciones y preferencias que son aceptadas por la mayoría en una sociedad. No en balde se la emplea abundantemente para referirse al universo de lo mediático. Ahora sí, encaja mejor la destacada presencia de la obra de Monteleone en los medios, se explica su aceptación inmediata por parte del "establishment", se entiende la discordancia extraña entre lo prometido por el título continente y el verdadero contenido.

Entendido como agente del maistream, el trabajo de Monteleone no ofrece fisuras y lo consagra, sólo que en un lugar ubicado fuera de lo literario. 200 años de poesía argentina, pese a su título, es un fenómeno propio del universo mediático, no del universo literario. Si tal era su pretensión —muy bien lograda, por cierto— entonces no es criticable desde un punto de vista propio de lo pop; resulta el equivalente entrometido en las letras de lo farandulesco, lo mediático; tiene que ver más con el ámbito televisivo y el resto de los medios de comunicación de masas, que sí, como Monteleone, establecen un canon, porque lo necesitan para excluir y modelizar, amasando las opiniones de los espectadores hasta obtener una pasta más o menos homogénea, que es —precisamente— la esencia misma del maistream, la corriente generalizada de opinión, una sola.

Suena totalitario, pero así es como se maneja el mainstream: excluyendo, y de ninguna manera 200 años de poesía argentina deja entonces de ser un auténtico producto de él. Quien hace ese trabajo para el mainstream, estableciendo una opinión uniformizadora en cualquier terreno: la belleza, la política, la economía, el deporte, etc., recibe una recompensa que habitualmente implica dinero y fama; en letras, que no es una actividad relevante para la sociedad, aunque conserva algún medio apagado brillo de prestigio, la recompensa para el amansador de divergencias será sólo… el prestigio en su campo.

El problema surge cuando en ese campo los lectores opinan lo contrario. Porque volvemos a la misma diferencia entre lectores: el de poesía es uno sumamente especializado, hábil para leer entre líneas, educado por sus mismas lecturas, que apelan a los mecanismos de elusión y alusión continuamente; ¿cómo resultaría posible venderle maistream en lugar de criterio literario?

El asunto de 200 años de poesía argentina falla por la base

Además de la incómoda situación en que queda ubicado Monteleone —tal vez, lo menos importante— se abren otras inquietantes perspectivas. ¿Es realmente adecuado el lugar donde quedan ubicadas esas obras canonizadas por este agente del maistream? Se trata de obras definitivamente importantes, constitutivas de la historia de la poesía argentina.

Tal vez, a una escala local —recordemos que el Bicentenario se produce en medio de la globalización de la información y el contacto inmediato entre culturas—, el maistream criollo les pueda dar su difusión (siempre a escala de la aldea), pero, ¿qué pasará cuando llegue esa difusión, impulsada por los puntos de venta de la corporación editorial que tuvo la buena idea de editar una obra llamada 200 años de poesía argentina, a otros lectores de poesía, no menos entrenados que los locales, y algunos más especializados todavía, porque disponen de mayores aparatos de información, para contrastarla con lo realizado por Monteleone?

En concreto: ¿qué le sucederá a un lector de poesía argentina extranjero, por el caso con formación académica, con acceso directo desde su universidad a fuentes de información directas, que recibe y estudia libros de poesía argentinos, cuando contraste lo que ya sabe con lo que expone Monteleone? ¿No notará las ausencias? Tal vez para algunos este personaje suene utópico, pero existe y muchos de nosotros, por ejemplo, nos comunicamos vía internet con numerosa gente que lee poesía argentina en lugares muy distantes y la sigue atentamente. Como el lector de poesía local, ellos no encontrarán aquello que buscan en el trabajo para el mainstream impecablemente realizado por Monteleone…

Si el trabajo de Monteleone hubiese sido editado antes de la internet, es probable que hubiera logrado pasar como única fuente de información respecto de la poesía argentina para el exterior (al menos, en parte); pero en este contexto, llega demasiado tarde: es mucho mayor la información sobre la diversidad de nuestra poesía contenida en las páginas de internet que la contenida en las mil páginas del canon mainstream: el señor Google es implacable, está siempre listo y es abundantemente consultado.

¡Si solamente se hubiese editado 200 años de poesía argentina antes de la internet!

Otro espinoso problema que se desprende y se relaciona con lo anterior, es el relativo a lo que les sucede a los cánones una vez que son establecidos: provocan una reacción en su contra, proveniente del mundo académico, del ámbito de los mismos creadores o surgido del colectivo de lectores, que pueden y tienden a orientar sus referencias y preferencias hacia otras direcciones. 

Salvando las distancias, veamos sino lo que sucedió con El canon occidental (The Western Canon: The Books and School of the Ages. Ed. Harcourt Brace, New York, 1994. Edición en español: El canon occidental: La escuela y los libros de todas las épocas. Ed. Anagrama, Barcelona, 2005. ISBN 84—339—6684—7), la obra maestra del gran Harold Bloom, indiscutiblemente una de las mayores mentes de la crítica literaria: su obra sirvió de referencia, sí, pero precisamente para opinar en contra de partes o el conjunto de lo afirmado por Bloom, el talentoso Bloom, el celebérrimo Bloom, el notoriamente erudito Harold Bloom. Y Harold Bloom definitivamente sí era un gran teórico.

La importancia de que a una antología total  de la poesía  argentina la acompañe un auténtico ensayo crítico—descriptivo

El texto que buscaba el lector de poesía en esas mil páginas de 200 años de poesía argentina no era canónico; era descriptivo. No excluyente sino todo lo contrario: incluyente; incluyente de todo el fenómeno en sí; esto es, precisamente, 200 años de poesía argentina. Porque a la poesía argentina la hicieron todos los poetas argentinos, durante dos siglos, es que la mayoría de los poetas argentinos no están presentes en la obra de Monteleone.

Es falaz de toda falacia argumentar que para ello la obra hubiese tenido que alcanzar un número incalculable de páginas, algo irrealizable como proyecto editorial: hubiese alcanzado conque la obra —si coherente con el enunciado de su título hubiese sido su intención— hubiese dividido sus capítulos en verdaderas “constelaciones”  —eufemismo de Monteleone por corrientes estéticas— y sencillamente elegido algunos representantes de esas ”constelaciones”  para ilustrarla y nombrado a todos los otros.

Asimismo es falaz de toda falacia argumentar que dicho trabajo hubiese insumido mucho más de un año, el período declarado por Monteleone y su grupo de investigadores de la realidad para establecer, como resultado último, este canon del maistream que se nos presenta como el adecuado para ocupar el legítimo espacio de una historia de la poesía argentina: para aquellos que cuentan desde hace dos décadas con el aparato del Conicet y de la Universidad Nacional de Buenos Aires, con los que no cuenta el lector de poesía habitual, resulta ciertamente muy simple llegar a ese resultado, porque es precisamente aquello sobre lo que han trabajado —con becas que se pagan con los impuestos de cada ciudadano, sea o no lector de poesía— durante igual período, un año de trabajo.

¿Cómo, entonces cualquier lector de poesía —y los desafío a hacer esa experiencia— puede usar la página 972 de la obra, que está en blanco, para escribir los nombres de los autores que faltan, y verá que aun empleando cursivas de pequeño tamaño, esa página no le alcanza?

La importancia de la opinión del lector presente y futuro

Como dijimos al comienzo, la pregunta principal que podemos plantearnos los lectores de poesía ante este fenómeno es si opera a favor o en contra del género.
La intención de Alfaguara, desde el punto de vista de los intereses de los lectores de poesía, me parece meritoria. De todas maneras, aunque muy parcialmente, contribuye a la difusión de nuestro género en su amplia área de distribución comercial.

Esto es que, de todas formas, es mucho mejor que exista una obra de esta envergadura a que no exista, aunque se haya perdido la oportunidad de volcar al mercado el tipo de obra que era de esperar; lo grave es pensar cuándo será la próxima vez que se presente la factibilidad de concretarla, habida cuenta de que pasaron 31 años entre la publicación de los tres tomos de la antología de Raúl Gustavo Aguirre y la edición del único tomo de Monteleone, facilitada esta última por la oportunidad de celebrarse el Bicentenario.

Nos corresponde a los lectores de poesía argentina — sea usted exclusivamente lector del género o también poeta y/o crítico, académico o no, argentino o extranjero— dialogar y argumentar sobre esto.

Entonces la obra de Monteleone habrá servido, involuntariamente, para algo más que para establecer un canon.

* Escritor y traductor.

Addenda

Poco después de la publicación del artículo transcrito —en diversas revistas y páginas-web dedicadas a la literatura y específicamente a la poseía (¡y no sólo de la Argentina! )— Benítez quiso puntualizar algunos conceptos. helos aquí:

¡No, mi Dios! ¡Otra antología de poesía argentina!

¿La poesía nacional, se está convirtiendo en un microrrelato? Son conocidas mis diferencias respecto de lo realizado por el Lic. Monteleone, sobre lo que ya me expresé dilatadamente, resaltando el respeto que siento por la obra y la persona de cada uno de los incluidos en el volumen 200 años de poesía argentina.

Del mismo modo que creo, pese a que hayan surgido algunas opiniones en contra, que la diputada tucumana que propuso declarar el volumen de Alfaguara como “de interés legislativo”, en definitiva estaba contribuyendo a resaltar el papel de la poesía argentina en nuestra sociedad, nada menos que al fundamentar su pedido en que la aparición de un libro titulado 200 años de poesía argentina era entendible como “un homenaje a la Revolución de Mayo” en medio del Bicentenario: nuestra sufrida poesía argentina, antes entendida como un género prácticamente marginal.

Supuse que ello iba a dar el positivo saldo de una razonada discusión entre pares, pero aprecio que el asunto no deja de estar manchado aquí y allá por agrios enfrentamientos, que no creo que lleven algún beneficio al género. Ahora, con el mayor estupor, y en coherencia con lo que antes expresé, me veo en la paradójica instancia de “defender lo establecido por el Lic. Monteleone”, al compararlo con la antología de poesía argentina recientemente editada por Visor, en España, 560 páginas, una colección dirigida por García Montero, donde la compiladora reduce un siglo de poesía argentina a… ¡33 poetas!

La obra es: La Poesía Argentina del Siglo XX. Creo que es injusto no sólo con los autores que no están incluidos en 200 años de poesía argentina; también con los que sí lo están en la obra de Monteleone, definitivamente.

¿Es que se está reduciendo la poesía argentina a un microrrelato? ¿No alcanzan 560 páginas para incluir una visión más realista de la poesía argentina del siglo XX? Esta es la nómina, tan breve, que puede copiarse aquí sin mayor esfuerzo: Raúl González Tuñón, Amelia Biagioni, Alberto Girri, César Fernández Moreno, Jorge Leónidas Escudero, Roberto Juarroz, Leónidas Lamborghini, Raúl Gustavo Aguirre, Juan Gelman, Horacio Castillo, Santiago Sylvester, Diana Bellessi, Néstor Perlongher, Jorge Boccanera, Héctor Freire, Osvaldo Picardo, Fabián Casas, Enrique Molina, Jorge Calvetti, Edgar Bayley, Olga Orozco, Joaquín Giannuzzi, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Alfredo Veiravé, Gianni Siccardi, Alejandra Pizarnik, Hugo Mujica, Arturo Carrera, Daniel Samoilovich, Abel Robino, Alejandro Schmidt y Macky Corbalán.

Estos nombres y obras forman parte, indiscutiblemente, de la poesía argentina. Mas son tantos los nombres que faltan en ese más que medio millar de páginas que, insisto, me veo en la obligación moral de cuestionar por qué no figuran en esta obra aquellos que incluyó Monteleone —además de otros que no incluyó— que bien ganado tuvieron su espacio en esa selección, como remarqué ya en mi artículo Carta abierta al lector de poesía argentina.

No puedo hacer un listado sin ser injusto, pero no entiendo por qué no están en una obra llamada La Poesía Argentina del Siglo XX, por ejemplo, Bustriazo Ortiz, Víctor Redondo, Susana Villalba, Concepción Bertone, María Elena Walsh, Paco Urondo, María del Carmen Colombo, Aldo Luis Novelli, Ricardo Rubio, la Andruetto; remarco, apenas por dar algunos nombres de los mejores de la poesía argentina, que el Lic. Monteleone sí incluyó, ciertamente con mejor criterio que la Dra. Ferrari, aunque a Monteleone se le hayan quedado en el tintero tantísimos otros.

 

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