Mártires, víctimas

1.120

Los mártires siempre conmueven. Cuando pequeño, las historias de San Sebastián, San Pancracio, Abdón Calderón, Arturo Prat, me inflamaban el corazón, pensando en ser casi tan sobrehumano como ellos. De superar el dolor físico sólo con la coraza de la conciencia. Cómo no darle alas a la imaginación con un San Pancracio que ofrenda su vida antes de apostatar. Cómo no sentir ese flujo divino que debía manar de San Pancracio al enfrentar al emperador romano guarecido sólo en su fe. ⎮WILSON TAPIA VILLALOBOS.*

O la capacidad ciclópea de Calderón para, postrado en el ríspido suelo de la batalla del Pichincha, sostener con sus dientes la bandera de Guayaquil, porque las heridas infligidas por los realistas habían transformado sus brazos y piernas en inservibles muñones.

Cómo no emocionarse con la creatividad y capacidad física de Prat para dar un salto monumental hacia la cubierta del Huáscar, pero antes, entre el fragor de la batalla, hacer escuchar a sus hombres la arenga histórica.

Un poco mayor, sin saberlo, trataba de emularlos. Más tarde, con la especialización y la experiencia, terminé admirando solamente su valor, tal vez lo único verdadero. El resto, ejercicios magistrales de comunicación estratégica. Que los mártires existen, sin duda. Son seres excepcionales. Pero, invariablemente, terminan siendo utilizados por quienes los sobreviven.

Aún no nos reponemos de la tragedia de Juan Fernández. Pero ya los dos Felipe se han transformado en íconos, mientras las 19 víctimas restantes quedaron cobijadas sólo en el dolor de sus familiares. Un proceso no imputable a ellos, sino a la necesidad de los seres humanos —a veces con fines inconfesables— de identificarse con la vulnerabilidad de otros, ella no era obstáculo para practicar la solidaridad. Un ejercicio casi masoquista, pero que pareciera acercarnos a lo que queremos ser y nunca logramos.

Es en eso en que nos superan los mártires. Ellos mueren por sus convicciones. Ofrendando la vida en la lucha abierta, como Salvador Allende, o consumiéndose en un accidente absurdo cuando iban a hacer realidad la entrega que ocupaba un lugar tan importante en sus vidas.

¿Por qué los Felipe?

Camiroaga, porque era un rostro de la TV. Y desde allí lanzaba su marea empática hacia millones de sus compatriotas. Su versatilidad fortalecía ese torrente ubicuo que emanaba de su personalidad. Y luego estaba su cercanía con la gente. Su gesto cordial. Su enganche con los humildes y su disposición a subirse en cuanto carro solidario pudiera. ¿Cómo desconocer que tenía un ego poderoso? Imposible. Y varios de los que hoy lo lloran, a veces lo adversaron. Un reconocimiento de la humanidad de Felipe y de quienes lo rodeaban. Así somos nomás.

Felipe Cubillos era un afortunado empresario y deportista, que en algún momento descubrió que no bastaba con la buena disposición, había que entrar en acción. Tal vez su veta deportiva lo ayudó en el hallazgo del sentido. Pero tenía una faceta que lo hacía diferente. Estaba empeñado en mirar al amor como una meta a la que llegar. Y para ello, la competencia era consigo mismo.

Estos dos Felipe, que se hermanaban en la generosidad, se distanciaban en la mirada de mundo. Camiroaga era un progresista que seguramente creía en la necesidad de hacer adecuaciones para que el sistema funcionara. Y, tal vez, mutaciones de fondo. Estaba por reformar el sistema introduciéndolo cambios que hicieran menos salvaje al capitalismo. No era un revolucionario, pero posiblemente estaba en una variante liberal crítica al neoliberalismo.

Felipe Cubillos era un liberal de tomo y lomo. Estaba convencido que con la libertad bastaba. Que quienes se aprovecharan del sistema perjudicando a otros, debían enmendar rumbo. Pero era más crítico con aquellos que protestaban, que con quienes delinquían subrepticiamente. Condenaba a empresarios como los que fueron capaces de esquilmar a más de un millón de chilenos, en La Polar. Pero no se pronunciaba contra el lucro en la educación. Y jamás le leí una condena a los responsables de la aguda concentración de la riqueza en nuestro país.

Estas diferencias explican la utilización que de ambos han hecho los medios. Por primera vez, Felipe Cubillos logró una página completa de El Mercurio para su columna que habitualmente aparecía en el diario La segunda, de la misma cadena editorial. Y en ella, lo más destacado es la condena a la protesta estudiantil, a los profesores en huelga.

Felipe Camiroaga, en cambio, ha sumado páginas destacando sus dotes excepcionales de comunicador. Su faceta generosa también ha sido relevada. Pero todo esto en medio de un supuesto casi farandulesco. Nada que pueda reflejar críticas al sistema. Que pueda levantar a un ícono que sirva de ejemplo para sumar cuestionamientos serios.

Así se usa a los mártires. Cada quien saca las ventajas que le conviene de ellos. Una trapacería más del poder en la manipulación de las emociones para hacer más fácil el control social.

Los mártires no se lo merecen. Ellos no se hicieron a sí mismos para terminar como engranajes.

* Periodista.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.