MÉXICO:LA EXPROPIACIÓN PETROLERA – Y EL CAPITALISMO MONOPOLISTA DE ESTADO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Otros argumentos en pro de la privatización: el principal pozo está en vías de agotarse y que –en cambio– el país cuenta con inmensos recursos en las profundidades del Golfo de México, que sólo con tecnología de punta, de la que se carece, aunque las grandes empresas extranjeras poseen y que –¿acaso,“desinteresadamente”?– proporcionarían. Por todo ello urgen, en hipócrita complicidad con algunos diputados y senadores del PRI a una “reforma energética”, que no es otra cosa que regresar a manos privadas, principalmente extranjeras. la industria petrolera.

La mayoría de esas razones, a excepción de la corrupción, son falaces. Pero la forma en que pretendieran atacar la corrupción quienes la toman de pretexto para desincorporar la industria petrolera nacional es la de un médico perverso que “curaría” a un enfermo de catarro aplicándole la eutanasia.

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Peor aún, ya que el virus que provoca el mal es inoculado por los altos funcionarios, como es el caso del actual Secretario de Gobernación (Ministro del Interior, como se nombra en otros países) Juan Camilo Mouriño; personaje muy cercano a Felipe Calderón, quien otorgó contratos petroleros en circunstancias oscuras y violatorias de la Constitución a empresas españolas con cuyos dueños está emparentado.

Otros contratos que otorgó el propio Felipe Calderón siendo Secretario de Energía durante el gobierno de Vicente Fox se encuentran en litigio en las cortes mexicanas por encontrarse presuntamente contraviniendo la Carta Magna.

¿Cómo pueden afirmar que a PEMEX le hace falta financiamiento? Y ahí caen por tierra el resto de “argumentos”. Extraer un barril de petróleo le cuesta a PEMEX cuatro dólares, el cual se vende, actualmente, a 93. Por cierto… ¿dónde quedaron los dineros de los excedentes petroleros de años pasados? Habrá que preguntar a Vicente Fox y a su parentela. La recaudación fiscal que el Estado obtiene de PEMEX es tres veces mayor que la de toda la iniciativa privada.

La opinión pública es blanco de una campaña mediática –promovida, desde luego, desde instancias gubernamentales– que insiste en que debemos de explorar en aguas profundas (ya se dijo que México no cuenta con esa tecnología) porque hay peligro de que Estados Unidos y Cuba (leyó usted bien, estimado lector) podrían arrebatar subrepticiamente el gran tesoro (así lo hacen creer) mediante el “efecto popote”.

“Urge la Reforma Energética” (¿reforma o re… galo?). Ahora resulta que Cuba cuenta con recursos económicos y tecnológicos y México no. Los anuncios televisivos instan: “¡Vamos por nuestro petróleo!”, pero omiten aclarar que lo que proponen es cambiar el “por” sustituyéndolo con “a regalar”. Desde luego, omiten mencionar que existe la posibilidad –circunstancia viable, y no sólo viable, sino tangible– de encontrar nuevos pozos en aguas someras.

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En su discurso, López Obrador hizo una corta reseña de lo que fue el capítulo histórico de la expropiación, dio algunas referencias históricas (el suegro y el hijo de Porfirio Díaz fueron accionistas de El Águila, una de las compañías expropiadas, y Enrique Creel, de quien hablamos en el capítulo pasado, fue miembro del concejo de administración) y previno contra las intenciones privatizadoras y llamó a llevara efecto una serie de medidas organizativas de resistencia ante la inminencia de la presentación en cámaras de la iniciativa de ley que permita la intervención de capital privado nacional y extranjero en la industria.

Quienes promueven desde el gobierno y desde los sectores empresariales la burda reforma energética encajan perfectamente en lo que, a lo largo de este escrito, hemos encuadrado como «mentalidad criolla».

Retomemos: el hijo del conquistador español sueña con equiparar al padre, considerado hidalgo, y consigue sumar territorios a la nueva patria, la América Española, los que se suman al dominio de la Corona y le son, propiamente, arrebatados, negados; se convierte en un español de segunda categoría. Es despojado del sentido de pertenencia, de identidad. Entonces se inventa uno nuevo y cae en actitudes chovinistas: México es la nación más hermosa (privilegia a Cuatitlán, ”…pueblo inmundo…” sobre Roma); más rica (hasta simula, geográficamente, un cuerno de la abundancia); más grande que la España europea; más monumental; más católica y devota (se inventa su Patrona de América, una morena: la Virgen de Guadalupe); más piadosa (crea patronatos, hospicios y hospitales para pobres aquí y allá); más grandiosa que la metrópoli de donde provino el padre, a quien comienza a llamar, despectivamente, “gachupín”.

Y se muestra orgulloso de su cultura, sus monumentos y su pasado; pero el pasado no le corresponde, no es dueño de él; le pertenece a una raza que considera inferior (la indígena) y a la que desprecia y odia, tanto como a su propio hermano bastardo: el mestizo. Toma venganza del abandono paternal; pero se ve obligado a pactar con su hermanastro la forma de arrogarse la herencia con la Independencia. Y queda aún más huérfano de origen y sentido de pertenencia. Va en busca de un padre y patria sustitutos: La Francia.

Lucha contra el hermano bastardo que no comulga con sus planes. Hoy, como en el periodo porfirista, busca a otro padre sustituto en los Estados Unidos (e irónicamente, en España); hay pretexto: la globalización. Y para congraciarse con el padre sustituto, y conseguir su aceptación, está dispuesto a entregarle los recursos y riquezas (v.gr.: el petróleo) del país del que jamás se ha sentido nativo (tierra de “indios”, en el sentido peyorativo que le ha dado a la palabra) a cambio de una renta y blasones (en aquel entonces de oropel, hoy virtuales).

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Adquiere sus costumbres, sus modelos de consumo y concepto de belleza; aprende a dirigirle la palabra, en foros internacionales, en su idioma (aunque haya intérpretes disponibles); estudia en sus escuelas, y hasta envía a su esposa a parir en Estados Unidos para tener hijos “americanos” (aunque, propiamente, americanos seamos quienes hemos nacido en cualquier sitio del territorio comprendido entre Alaska y la Tierra de Fuego); hace del entretenimiento y la diversión su forma de “cultura”.

Pero volvamos. El petróleo en manos de la Nación –vía expropiación–, según se podrá inferir de lo que hemos visto con anterioridad, fue lo que hizo a México. Lo transformó de rural a urbano, de semi feudal a capitalista, de neo colonial a reafirmarse como país independiente; y, como hemos dicho, disparó la economía en su conjunto (arriba mencionamos la proporción de la recaudación con respecto a la del sector privado) mediante la reinversión de la ganancia en diversos sectores para propiciar el desarrollo, en el sentido estricto del término, y no sólo el crecimiento y la apropiación privada de la plusvalía como sería de estar en manos de particulares.

Desde esta perspectiva, el petróleo en manos del Estado es patrimonio de todos los mexicanos, pues la apropiación de la plusvalía ha sido social.

Pido al amable lector fije su atención en el último enunciado y le insto a reflexionar: ¿qué es ello si no los cimientos sobre la que se edifica el socialismo? En caso de duda, consúltese a Marx y Engels; si persiste la duda, a Lenin, quien es más contundente sobre el particular, porque la realidad se lo demostró.

En la forma de apropiación de la plusvalía se encuentra el intríngulis del socialismo. Marx dedicó su vida a estudiar la génesis, composición, desarrollo y destino del capital –y su engendro, la plusvalía– no porque fuera un desocupado ocioso, sino porque ahí se encuentra la explicación de la misma historia humana más reciente –el capitalismo–, lo que le permitió, además, encontrar las leyes generales que rigen los cambios sociales (desde que el Hombre puso pié en la Tierra) cuyo punto central es el concepto de la lucha de clases. Pero tal lucha no se da entre “buenos y malos”, sino por la apropiación (generalmente por medios violentos) de excedentes económicos (que adopta la forma de plusvalía en el periodo histórico del capitalismo), lo cual –transpuesto en la cabeza humana– deviene ideología y –como forma de actuar en el mundo concreto– postura política. Y más allá: determina el modo de producción.

En tiempos de la expropiación petrolera el izquierdismo revolucionario –al que Lenin tantas veces atacó refiriéndose a ese como “pequeño burgués”– también se reprodujo en México [enquistado en el Partido Comunista Mexicano de entonces, tal y como hoy se encuentra en el Partido de la Revolución Democrática –PRD- y que se identifica con la corriente –pandilla, diría yo– denominada “Los Chuchos”: Nueva Izquierda] no fue capaz de entender la valía de la acción tomada por el presidente Cárdenas porque, para ellos, don Lázaro era el representante del “gobierno burgués”. ¡Menuda perla! (así como hoy los mencionados “Chuchos” parecen más interesados en conseguir la dirección del PRD que en combatir la pretensión gubernamental de privatizar la industria petrolera).

Repito: ¡menuda perla!, ¿qué “gobierno burgués” puede ser el que decide repartir la plusvalía socialmente en vez de entregar la industria a los particulares (a la burguesía) para que éstos se apropien de aquélla en forma individual?

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El párrafo anterior podría parecer una anécdota; pero no lo es. No lo es porque el actual gobierno encabezado por Felipe Calderón sí que pretende ser el típico gobierno burgués; pero, heredero de la mentalidad criolla (y su “libro” El Hijo Desobediente da fe de ello), quiere instaurar un capitalismo dependiente del extranjero y conformarse con la renta; no resulta fortuito que el partido político que le da cobijo, el PAN, haya surgido precisamente un año después de la expropiación.

No es sólo una referencia anecdótica o un recurso narrativo, ya que muchos sectores de la izquierda, dentro y fuera del PRD, continúan teniendo la cabeza llena de esquematismos y confundiendo ámbitos localistas con el conjunto de la Nación. Por ejemplo: cinco –leyó usted bien, cinco– partidos comunistas sin representación y hasta el guerrillero Marcos, quien opuso su Otra Campaña a la de López Obrador, postura similar a la de aquellos izquierdistas revolucionarios que vieron en Cárdenas a un representante de la burguesía.

La Izquierda (así, con mayúscula), hay que recordarlo, nació en la Asamblea Revolucionaria en Francia como producto del pensamiento más avanzado de la época: la Ilustración. Es hija del conocimiento, de la conciencia de que nuestro mundo –y el universo mismo– está sujeto a cambios que revolucionan perennemente todos los órdenes. Que nada permanece estático así haya fuerzas de diversas índoles –materiales e ideológicas– que a ello se opongan. No adviene como producto de lo que se pueda creer o desear, sino de la certeza. De la verdad. Y las herramientas para poder descubrirla nos las dio una tradición de milenios: desde el primer ser humano que se preguntó “quién soy” hasta Hegel y que se resume en Marx y Engels al sacar la incógnita del ámbito de las ideas para plantarla en el mundo de lo concreto.

La Izquierda nace del estudio acucioso de la realidad y de los múltiples elementos que se concatenan para forjarla. Nace de la cultura, no de las suposiciones ni la franca ignorancia. Ni de esquemas; menos aún de consignas “revolucionarias”. Mucho menos de las conveniencias personales o de grupo.

Bien; en México, estas últimas, son patrimonio de la más pura tradición del mestizaje que busca sacar ventaja aliándose al criollo –o combatiéndolo, según se le presente la coyuntura- para salir de su histórica condición de ente desheredado. Oportunista. Déspota cuando tiene el poder y, cuando no, lisonjea con quien lo posee.

Y así explicaríamos lo que sucedió después: el aborto del socialismo en un país donde las condiciones estaban dadas para su instauración. A partir de la expropiación petrolera México, con su gobierno, empezó a tomar un cariz monopólico de Estado –situación que no era tan determinante aun en países bajo la esfera socialista, tras lo que dio en llamarse la Cortina de Hierro (como la antigua Checoslovaquia o Polonia)–; éste atrajo para sí diversas ramas de la industria, el comercio y los servicios. Propició la distribución del ingreso nacional a través de diversos institutos de carácter social en sectores tales como el de la salud, la vivienda; reconoció y auspició la organización de obreros y campesinos y respetó los derechos de los primeros y dotó de tierras a los segundos; promovió la educación –en gratuidad una, la tecnológica, y a muy bajo costo la universitaria- a todos niveles.

Y difundió el arte y la cultura haciéndola llegar a los sectores populares. (Cabe señalar que en el periodo cardenista, el Partido Comunista Mexicano gozó de cierta tolerancia y libertad de acción).

Cuando el presidente Cárdenas concluyó su encargo, institución a la que fortaleció y liberó del histórico y nefasto caudillismo, no podía hacer menos que respetar lo que había propiciado. Se retiró de todo asunto relacionado con el poder político. Sin embargo, su sucesor lo llamó para atender la cartera de Defensa Nacional cuando, a raíz del hundimiento de unos buque-tanque mexicanos provocado –según unos autores– por las potencias del Eje Berlín-Roma-Tokio, o –según otros– por submarinos estadounidenses para conseguir que México se viera obligado a involucrarse en la Segunda Guerra Mundial, como país aliado.

La autoría podría caer en el terreno de las especulaciones (aunque nadie ignora de lo que son capaces instancias de espionaje e inteligencia como la CIA); pero lo cierto es que existía entonces –y poco antes– una presencia importante de organizaciones fascistas en territorio mexicano que, entre otras múltiples tareas, se encargaron de formar grupos de choque para combatir al Partido Comunista, desestabilizar al gobierno durante el episodio de la expropiación y alimentar al sinarquismo, que finalmente se refugió en el Partido Acción Nacional.

Habíamos señalado que el partido de gobierno, el PNR callista convertido en PRM por Cárdenas, aglutinó a todas las fuerzas otrora beligerantes para pacificar el país. Siendo así, las controversias ideológicas y de poder se dirimían en el seno del partido; el que, en la administración de Miguel Alemán, se rebautizó como Partido Revolucionario Institucional (PRI). Ahí confluían diversas -hasta disímbolas– formas de vida, corrientes de pensamiento y acción: desde lo más granado y honesto a lo más ruin y oportunista; desde la intelectualidad hasta el analfabetismo; desde la elegancia hasta lo pedestre; desde millonarios hasta lumpen.

Merced a ello se forjaron instancias de poder –formal e informal– cuyo fin respondía más a la obtención personal, gremial o grupal de beneficios y canonjías que a llevar hasta sus últimas consecuencias los logros de la Revolución. Así, una de las tareas –desde luego informales– del partido era la de fungir como agencia de colocaciones para los puestos de la administración pública y organismos descentralizados como institutos y empresas del Estado.

El partido se convirtió en la Tierra de Jauja para el hermano bastardo del criollo. Ese que hizo su agosto al amparo de la larga estancia de Santanna en el poder. Ese que se benefició con la derrota y despojo de los hacendados –la aristocracia terrateniente– a la victoria del Carrancismo; individuos que el ingenio popular bautizó peyorativamente “carranclanes”.

El gobierno de Miguel Alemán frena la Reforma Agraria; echa abajo el Amparo Agrario, instrumento legal contra el despojo de tierras a los campesinos; favorece la creación de grandes fortunas particulares (entre ellas la propia) como la de su primo Casas Alemán, funcionario de su administración, con el pretexto de forjar un México nuevo, citadino.

Ciertamente, a través de varios años y administraciones posteriores, se logró preservar el carácter de capitalismo monopolista de Estado; pero se institucionaliza la corrupción, el tráfico de influencias.

Mientras, el PAN –el partido de la reacción– va haciendo su tarea: señalar los males que ocasiona el PRI; pero con la mira fija en destruir lo que para ellos constituye el verdadero enemigo: el capitalismo monopolista de Estado.

La izquierda que se encontraba en el PRM (hoy PRI) fue derrotada y forzada a abandonar el partido, obligada o por convicción o por los cacicazgos del mestizaje y –esa sí– la burguesía parasitaria que vive a expensas del gobierno mediante contratos de obra, subrogaciones de servicios, abastecimiento, adquisición de insumos, etc..

¿La izquierda partidaria y la “independiente”? (la de entonces y una buena parte de la actual). Atorada, la primera, en ideales “democráticos” y, la segunda, en esquemas pseudo marxistas. Sin que le pase por las mientes que el capitalismo monopolista de Estado –que es el logro más grande de la Revolución Mexicana– es, desde el punto de vista económico, la más alta aproximación a lo que se supone aspira: el socialismo.

Sólo hacía falta –como hace falta hoy- un poder popular hecho gobierno.

Se me argumentará que en otros países de Latinoamérica han caído poderes populares hechos gobierno (Chile, por ejemplo); sí, ya que al carecer de la posesión, dominio y control de la economía en su conjunto o de los rubros determinantes y sin una revolución previa que se hubiera encargado de haber metido a los militares en sus cuarteles, por necesidad, fueron derrocados. En Latinoamérica la confirmación de la tesis es Cuba, aunque el camino para llegar a la meta haya sido diferente.

Lenin sabía de lo que hablaba.

Hemos alcanzado la primera mitad del siglo XX de la Historia de México, cuando el mundo –después de dos conflagraciones– se encuentra partido en dos bloques enfrascados en una lucha denominada “Guerra Fría”. Álgida situación para el país: ¿cómo conciliar lo externo con lo interno? ¿Cómo conciliar el hecho de tener como vecino a la agresiva y más poderosa potencia capitalista con el hecho de ser una nación emergida de una revolución que terminó por instaurar un capitalismo monopolista de Estado y que algunos congresistas norteamericanos –sobre todo republicanos– insistían en identificarla como “pro comunista”?

Continuaremos en la siguiente entrega.

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* Escritor, periodista, cantautor, músico y creador de íconos a partir de la fotografía.
El capítulo anterior de este ensayo y enlace al texto que lo antecede, se encuentran aquí.

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