Mujeres que mueren al dar vida -VI-

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Gisela Ortega*

El embarazo, el alumbramiento y la maternidad son por lo general motivo de alegría para los progenitores y sus familias, sólo que a veces se convierte en luto y llanto. En un ambiente en el que se respete a la mujer la maternidad contribuye en forma importante a afianzar los derechos y la condición social de todos, sin poner en peligro ni su salud ni la de su hijo. Pero cada minuto de cada hora de cada día muere una mujer por causas relacionadas con la gravidez: más de 500.000, todos los años, 10 millones en cada generación.

Si bien se han logrado avances asombrosos en materia de sanidad pública, los beneficios se han distribuido en forma desigual entre los distintos países y zonas geográficas, así como entre los diferentes grupos sociales que integran las regiones. Pese a que la causa de las complicaciones relacionadas con el parto son las mismas en todo el planeta, sus consecuencias varían drásticamentes.

En la actualidad, la posibilidad de morir por causas relacionadas con la concepción para una joven de Suecia es de una entre 17.000. Si se trata de una adolescente de Sierra Leone, la probabilidad es de una entre 8. Y por cada mujer que pierde la vida, hay otras 20 que se ven afectadas por infecciones o por lesiones graves. Se estima que cada año 75.000 enferman de fístula obstétrica, una afección física y psicológicamente devastadora que puede causar la exclusión social.

En términos de vida el coste es enorme. Pero no son ellas las únicas que sufren. “Durante los años de su vida reproductiva, las mujeres dan vida al mundo y a la sociedad de distintas maneras: dan a luz y crían a la siguiente generación, y son actores críticos del progreso en tanto que trabajadoras, dirigentes y activistas”, afirmo un experto en 2007 durante una conferencia mundial sobre la salud de la mujer.

Cuando la vida de las mujeres termina prematuramente o se ven incapacitadas debido al embarazo o el parto se precipita la tragedia. Los niños y niñas pierden a una madre. Los esposos pierden a una compañera. Y las sociedades pierden a una integrante importante y productiva.

Nuestro mundo no puede permitirse continuar sacrificando tantos seres humanos y tanto potencial. Sabemos lo que se precisa para prevenir y tratar la gran mayoría de los problemas relacionados con el embarazo, desde la eclampsia y las hemorragias hasta la sepsis, la obstrucción del parto y la anemia. De hecho, según lo expresado por el Banco Mundial, intervenciones básicas como la atención prenatal, la asistencia al parto por personal cualificado y el acceso de las mujeres y los recién nacidos a una atención obstétrica de emergencia podrían evitar casi tres cuartas partes de las muertes maternas.

Pero la ampliación de las intervenciones médicas no es más que una parte de la mejora de la salud materna y neonatal. Lo más importante es impulsar la promoción de la autonomía de la mujer en todo el mundo.

Mientras la mujer continué ocupando una posición de desventaja en el seno de la sociedad, la salud materna y neonatal continuará resintiéndose. Pero si somos capaces de dotarlas de las herramientas necesarias para ejercer el control de sus vidas, podremos crear un entorno que brinde una mayor protección tanto a las mujeres como a la infancia.

La promoción de la autonomía de la mujer empieza con la instrucción, la mejor inversión que se puede hacer y que abarca desde garantizar que tanto las niñas como los niños asistan a la escuela primaria y enseñarlas a leer y a escribir, hasta impartir educación pública sobre la salud. Aunque aún queda mucho por hacer, numerosos países comienzan a avanzar en esta dirección.

Las investigaciones realizadas sobre el particular demuestran que las mujeres que han recibido aprendizaje están más preparadas para contar con qué mantener a una familia, tienen más probabilidades de invertir en la atención sanitaria, la nutrición y la educación de sus hijos e hijas, y se muestran mas proclives a participar en la vida ciudadanas y a abogar por las mejoras en el seno de las comunidades. Asimismo, las que cuentan con más cultura tienen más oportunidades de buscar atención médica adecuada para sí mismas.

Según el informe de los Objetivos de Desarrollo del Milenio 2007: “el 84% de las madres que han completado su formación secundaria o superior son atendidas por personal cualificado durante el parto, cifra que supone más del doble que en el caso de las que no han recibido educación formal”.

Los hijos y las hijas de madres que cuentan con una educación tienen un 50% más de probabilidades de sobrevivir hasta la edad de cinco años y más, que los que no han estudiado. En el caso de las niñas, en particular, el aprendizaje puede significar la diferencia entre la esperanza y la desesperanza.

Investigaciones realizadas demuestran que los jóvenes que terminan la enseñanza primaria tienen menos riesgos de contraer el VIH que los que no consiguen finalizarla.

Las niñas que cuentan con una instrucción tienen más posibilidades de casarse más tarde y es menos probable que se queden embarazadas cuando aún son jóvenes, reduciendo en consecuencia el riesgo de morir dando a luz aún siendo chiquillas. A medida que ellas continúan su educación, aumenta su potencial de ganarse la vida, lo cual las capacita para romper las cadenas de la pobreza, que con demasiada frecuencia se perpetúan de una generación a otra.

Cambiar la trayectoria de las niñas puede modificar el curso del futuro. Y cuando lleguen a ser adultas y a su vez deciden convertirse en madres, contemplarán el embarazo y el alumbramiento como un motivo de celebración y no de temor.

Salud materna

El que el medio ambiente sea propicio para una maternidad segura depende de los cuidados y de la atención que las comunidades y familias dispensen a las embarazadas y a los recién nacidos, del grado de preparación del personal sanitario y de que se disponga de instalaciones higiénicas, equipamiento y medicamentos adecuados, así como una atención de emergencia cuando sea preciso.

Muchas mujeres de los países en desarrollo –sobre todo la de de los menos adelantados- dan a luz en el hogar sin contar con ningún tipo de asistencia médica, sobreviven. No obstante, por lo general sus bebés nacen sanos y superan las primeras semanas de vida llegando incluso al quinto año de vida o más.

Los esfuerzos a escala mundial para reducir el número de muertes vinculadas con la gravidez y el alumbramiento entre las mujeres han sido menos fructíferos que los relacionados con otros ámbitos del desarrollo humano, de modo que el hecho de tener un hijo continúa siendo uno de los principales riesgos para la salud de la mujer.

Como promedio, cada día fallecen cerca de 1.500 debido a complicaciones ligadas con el embarazo y el parto, la mayoría de ellas en África subsahariana y Asia meridional.

La desigualdad entre las naciones industrializadas y las regiones en vías de desarrollo –en particular en el caso de los menos adelantados- es tal vez mayor en lo que se refiere a mortalidad materna que en cualquier otro aspecto.

Más allá de la estadística

Los números haban por si solos: según datos referidos a 2005, el riesgo que padecen de por vida las mujeres de los países menos adelantados de morir como resultado de complicaciones relacionadas con el embarazo o el parto es de 300 veces mayor que las que viven en las zonas desarrolladas… No existe un índice de mortalidad desigual.

Millones de mujeres que sobreviven al alumbramiento sufren lesiones, infecciones, enfermedades y discapacidades, relacionadas con el embarazo, que a menudo acarrean consecuencias para toda la vida. Lo cierto es que la mayoría de estas muertes y enfermedades se pueden prevenir: los estudios demuestran que aproximadamente el 80% de los fallecimientos maternos podrían evitarse si ellas tuvieran acceso a los servicios básicos de salud y atención sanitaria.

La cifra de defunciones de recién nacidos en los países en desarrollo tampoco ha recibido la atención debida. Casi el 40% de las muertes de menores de cinco años –lo que equivale a 3,7 millones en 2004 según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud– se producen durante los primeros 28 días de vida. Tres cuartas partes ocurren durante los primeros siete días. La mayoría de ellas son también prevenibles.

La división que existe en el número de defunciones neonatales entre las naciones industrializadas y las en vías de crecimiento es también notable. Según datos referidos a 2004, un bebe nacido en una región menos adelantada tiene 14 veces más probabilidades de morir durante los primeros 28 días de vida que uno que nace en un país desarrollado.

La salud de las madres y los recién nacidos se hallan intrínsecamente relacionadas, de modo que en numerosos casos prevenir sus muertes requiere la aplicación de las mismas intervenciones. Entre ella figuran medidas esenciales como la atención prenatal, la asistencia en el parto de personal cualificado, el acceso a una atención obstétrica de emergencia cuando sea preciso, una alimentación adecuada, la atención postnatal, la atención al recién nacido y la educación orientada a mejorar los hábitos relativos a la salud, la higiene y la lactancia, y el cuidado del bebé.

No obstante, a fin de que resulten realmente eficaces y sostenibles, estas intervenciones deben implantarse en el contexto de un marco de actuación que tenga por objeto el fortalecimiento de los programas y su integración en los sistemas de salud, así como la promoción de un entorno que proteja los derechos de la mujer.

Un planteamiento orientado a la mejora de la salud materna y neonatal basado en los derechos humanos se centrará en la presentación de unos mejores servicios de atención higiénica, en abordar la discriminación por motivos de género y las desigualdades existentes en la sociedad a través de cambios culturales, sociales y conductuales, entre otras medidas, y en llegar a los países y comunidades que padecen un mayor riesgo.

* Periodista.
Fuente: UNICEF

Entrega anterior aquí, con enlace al capítulo previo.

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