Negocios, autocensura, represión y otras estupideces

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Gaspar Fraga, un español sobreviviente confeso de los que eran jóvenes cuando los días del 68 parió la idea tres decenios más tarde, a mediados de 1997, modesta en la ola madurada del destape de años anteriores y la pasatista europeización peninsular, publicó el primer número de la revista Cáñamo. En 2005 la trajo a las playas del Pacífico sur-sur de América.

Como es bien sabido, las sociedades del Cono Sur americano están libres de polvo y cannabis. En esta dimensión no resultaba lógico ser cómplices en la instalación de un escenario que le diera a la yerba pretexto alguno para su mensaje disociador. Sobre todo considerando que el negocio de la marihuana es cada vez menos negocio: la maldita puede crecer hasta en los balcones.

Por los rumbos lejanos de los asentamientos pobres al sur-poniente todavía muchos juntan un pequeño capital y la traen de Paraguay, vía Argentina –donde no poco queda–, pero no es lo que fue. Pese a la destruccion de cultivos en el agro, los enhiestos tallos verdes se la arreglan para entregar sus hojas cada vez con mayor desparpajo hasta en los jardines menos sospechosos.

Y están las prohibiciones y regulaciones. Nadie en Chile podría ser condenado por fumarse un porro –o beberla en delicada infusión, o comerla cocinada en galletitas, o esparcida como especie sobre un par de gírgolas carnosas–. Lo que no se puede hacer es plantarla, regarla, cosecharla, secarla, poseerla, transportarla.

¿Se puede hablar y escribir –y oír y leer– sobre la dulce sativa?

Según. Desde luego a nadie se le ocurriría organizar un simposio: Damocles tendría su espada, hoy existe eso de las asociaciones para delinquir, verdaderos agavillamientos intelectuales para subvertir el orden y –¿dónde lo hemos conocido al concepto?– agredir los valores de nuestra cultura.

CON LOS CRESPOS HECHOS

Lo cierto es que el cuatro de mayo se realizó la ceremonia de presentación de Cáñamo en Santiago. No hubo atropellos para entrar al recinto, las cosas fueron más bien polite y entre los asistentes no se dieron ataques de paranoia conspirativa. Una sola “very important person” presente: el senador Nélson Ávila; persona, no caben dudas, pero en realidad muy poco importante en la pirámide del “stablishment”.

Sin mucha solemnidad los responables del delito de publicar una revista sobre materias relativas a la “cultura cannábica” comunicaron a sus futuros lectores que sí, que la revista estaba, pero que la empresa distribuidora se había bajado del caballo en mitad del río. Alfa, que iba a distribuirla, adujo –dicen– crípticos “motivos de la empresa” para no hacerlo.

El asunto no es acerca de qué tratan las páginas de Cáñamo –puesto que no se distribuye lo ignoramos–, sino es sobre la libertad de expresión y de prensa. Si el equipo de la revista incita al consumo de un producto –la marihuana– prohibido por el Estado, caiga sobre ellos, vamos, todo el peso de la ley. Pero, ¿si la publicación no es eso, no incita no recomienda, no enseña?

¿Y si es sobre los derechos ciudadanoss, como el derecho a la información, a la comparación, a tener un juicio propio sobre los asuntos que interesan a sus eventuales lectores?

Tal vez tenga razón el senador Ávila: “La gran mayoría del mundo politico y autoridades de Estado viven sepultadas bajo una montaña de prejuicios. Ignoran lo que es preciso saber acerca de esta sustancia. Simplemente compran el discurso mentiroso seudo científico que viene de EEUU (…) Cada día el Estado dilapida recursos en una lucha estúpida contra las drogas, que no persigue ningún propósito ni objetivo definido”.

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