No quieren ver

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Wilson Tapia Villalobos.*

Recientemente, el teólogo Leonardo Boff denunció la obsesión por el crecimiento constante. Y resaltó que hasta Benedicto XVI ha caído en esta trampa, como se puede apreciar en su última encíclica Cáritas et Veritate. Junto a Boff, numerosos pensadores, economistas y dirigentes políticos, han advertido reiteradamente sobre los peligros que trae consigo esta cultura consumista.

Resaltan que para poder cumplir con los objetivos que ella plantea, se necesitarían dos planetas Tierra. O sea, un suicidio. Y a un plazo no mayor a 30 años, como señala Emmanuel Wallerstein.

Esta es la mirada macro. Lo que ocurrirá con la civilización. Pero el desgaste se produce día a día. Y, al parecer, la obsesión consumista impide ver esta dramática realidad. En Chile, el caso de Cisarro ha conmovido a la opinión pública. Que un muchacho de diez años se muestre como un delincuente irrecuperable, es un hecho impactante. Las voces de alerta han surgido. Por cierto, es un material que ha entrado de lleno en la arena política. Estamos en época electoral.

Los dirigentes políticos se mueven en una banda estrecha. En la oposición, la crítica va a los responsables de las políticas de reinserción. Y ojalá, en un futuro cercano, pudiera acusarse constitucionalmente al ministro de Justicia o a alguien de ese calibre. En el gobierno, se habla de la falta de recursos. En suma, no quieren ver.

Con certeza, en algunos días, cuando la presión mediática baje o el Cisarro caiga por decimoctava vez preso, se escuchará una luminosa propuesta de bajar la imputabilidad a los diez años. Porque Cristóbal no es el único, y nuestros dirigentes lo saben. Pero no quieren ver.

El problema está en el sistema en que vivimos. Esto que mujeres y hombres nos hayamos transformado en capital humano, es una muestra. No somos fines, sino simples medios para producir mayor riqueza. Y para mantenernos en esta especie de lechería, se nos ha inoculado la ambición consumista.

En Chile la realidad es patética. La concentración económica es una de las mayores del mundo. Muy pocos muy ricos y una cantidad muy grande de pobres o de personas que no pueden acceder al consumo. Y no sólo de bienes materiales. También de bienes intelectuales, como la educación, la salud. Y no quieren ver.

Los chilenos han sido transformados de ciudadanos en consumidores. Y eso tiene algunos problemas. El primero, que los consumidores no tienen cómo tomar decisiones acerca de lo que consumen. Sólo pueden consumir o no. Por lo tanto, las grandes resoluciones que afectan a todos los chilenos, no los tienen a ellos como protagonistas. Por lo tanto lo tomas o lo dejas. Y cualquiera sea la opción que adoptes, el beneficio será para quienes manejan el capital, incluyendo el capital humano.

No ha bastado la crisis económica actual. No ha bastado que quedara al descubierto lo que puede provocar la avaricia, el lucro desmedido. En todo el mundo, la preocupación es cómo volver a producir para que sigamos consumiendo, a veces sin tener necesidad de hacerlo. Sólo impulsados por el manejo psicológico que hacen los medios.

Es una realidad dramática que está generando parias en una sociedad que excluye. En que la medida es el éxito. Y éste se mide en dinero, en capacidad económica. Para lograrla, unos pocos sólo tienen que mover adecuadamente sus piezas. Los más, deben crear familias disfuncionales, descuidar a los hijos, abandonarse en las adicciones baratas que los atontan, robar.

Es la historia de Cisarro que se repite por miles en Chile y por millones en el mundo. Y no quieren ver.
 

* Periodista.

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