Panorama desde EEUU sobre el descalabro: la crisis oculta

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Saul Landau* 

El diccionario médico define crisis como “el punto de viraje de una enfermedad, ya sea para bien o para mal”. Los médicos saben que sus procedimientos pueden producir la recuperación o la muerte de sus pacientes. Sin embargo, los “expertos” principales de la crisis económica han ofrecido a los políticos de Wáshington una manera no tan eficaz de responder a la catástrofe: pánico y negación. Es más, los gurús y políticos aparentemente hicieron su diagnóstico sin siquiera echar una mirada a todo el contexto o a las recientes flaquezas evidenciadas.

Después de las elecciones de noviembre, los demócratas liberales comenzaron a gritar a favor de rápidos rescates y lanzaron dinero a los banqueros, los cuales escandalizaron a los legisladores al comportarse como banqueros: tomaron el dinero de los contribuyentes y los gastaron en sí mismos.

“Permítanme contarles de los ricos –escribió Francis Scott Fitzgerald–. Son como usted y como yo. Desde temprano poseen cosas y las disfrutan, y eso les hace algo, los hace más flojos en lo que nosotros somos más duros, cínicos en lo que nosotros somos confiados, de una forma que es difícil de comprender, a no ser que usted haya nacido rico”. (El niño rico, 1926.)

A mediados de noviembre, los muy ricos de la industria automovilística fueron a Wáshington en sus lujosos aviones corporativos a pedir dinero al público empobrecido. Los directores generales de los automóviles mostraron su acostumbrada franqueza para develar su estupidez, arrogancia y avaricia en las audiencias del Congreso. Caracterizaron de “desleales” a las tácticas de sus competidores (los fabricantes japoneses), como la innovación.

Ningún senador preguntó, ni siquiera retóricamente: “¿Por qué no eliminar paulatinamente esta industria, en vez de rescatarla? Aunque el núcleo de la economía de EEUU sea producir autos ‘verdes’, ¿no resulta incompatible el automóvil con el futuro de la vida en el planeta?” El auto más favorable al medio ambiente necesita para su producción de enormes cantidades de acero y otros metales, goma, plástico (derivado del petróleo) y ácidos –para no mencionar los ingredientes necesarios para construir niveles de aparcamientos, carreteras y otras operaciones nada verdes relacionadas con este transporte tan del siglo XX.

Los legisladores no se refirieron a la crisis en sí. El empeoramiento del medio ambiente se ha convertido en el contexto no solo para el presente colapso económico, sino que inducirá penurias devastadoras en el futuro cercano. Pienso en los golpes que recibirá la industria del seguro y del reaseguramiento, las graves carencias de alimentos y otras necesidades.

Respetados organismos científicos han declarado inequívocamente que la quema de combustibles sólidos (como carbón, petróleo y gas natural) y la tala de bosques han creado un peligro global. La Academia Nacional de Ciencias de EEUU, la cual la Casa Blanca llamó en 2005 “la norma de oro de la evaluación científica objetiva”, emitió una declaración conjunta con otras 10 Academias Nacionales de Ciencias: “El convencimiento científico acerca del cambio climático es ahora suficiente como para justificar que las naciones realicen acciones de inmediato… que todas las naciones identifiquen las medidas rentables… para contribuir a una reducción sustancial y a largo plazo de las emisiones netas globales de gases de invernadero”.
(Declaración Conjunta de las Academias de Ciencias: Respuesta Global al Cambio Climático, 2005.)

La ley de estímulo no tiene en cuenta la necesidad de disminuir –por ahora– la contaminación que atrapa calor.

Los científicos han centrado su debate interno en la cantidad y el tiempo necesarios para que las emisiones que atrapan el calor provoquen el desastre. Proyectan devastadores impactos en la economía a consecuencia de que los mares inunden las ciudades costeras y contaminen las reservas de agua, del calor extremo, de que sequías e inundaciones aumenten su frecuencia y magnitud. La gente morirá, las propiedades serán destruidas, la agricultura se tornará problemática.

Los furiosos incendios de Australia en febrero brindan el más reciente ejemplo de impotencia humana ante la Naturaleza cuando se combinan las llamas y fueres vientos. Una muestra de poder tan destructivo –junto con los huracanes y los incendios de California– debieran ayudar a acabar con idioteces tales como las virtudes del hombre para controlar el “libre mercado”. Para los que creen que las rebajas de impuestos a las corporaciones y la economía de filtración funcionarán, Disney debiera realizar un nuevo filme que se llame Regresan los Picapiedras, en el que tanto animales como la gente trabajan para la gigantesca corporación del entretenimiento en un mundo desregulado.

Mientras la Naturaleza demuestra la incapacidad humana para “controlarla” con el fin de diseñar modelos económicos de producción, el Presidente de EEUU asume un mayor poder en los asuntos de seguridad nacional. Obama llega al cargo en un momento en que se ha hecho ridícula la idea de Estados Unidos controlando otras áreas del mundo. Es hora, como escribió Pat Buchanan, de “liquidar el imperio”.

El Congreso sigue el mismo tonto camino. En vez de situar la economía y la política exterior en su más amplio y vital contexto medioambiental –sin el cual todo lo demás se vuelve intrascendente–, los negociadores miembros de ambas cámaras discutieron de cómo reducir un par de miles de millones aquí y allá del paquete de estímulo mientras los indicadores económicos –y los temores e indignación de los electores– continuaban mostrando señales de desastre.

El senador republicano John McCain, lleno de santa ira, realizó un ataque en el Senado el 6 de febrero repitiendo como un loro los argumentos de Rush Limbaugh: “Esta no es una ley de estímulo. Es una ley de gastos”. McCain y sus correligionarios republicanos aún exigen recortes de impuestos, que no han estimulado más que la próstata de unos pocos viejos ricos.

“¿Están bromeando?”, replicaron los demócratas. “Cuando el gobierno gasta dinero automáticamente estimula la economía, estúpido”. ¿Pero con qué fin? Los rectos demócratas, al igual que los ratones más ciegos de la oposición, no discutieron la crisis mayor dentro de la cual existe la descendente economía global.

Además de sentir lástima a los pobres osos polares privados de alimento por el deshielo ártico y de las miles de otras especies ahora en peligro por el calentamiento y el deshielo, los venerables émulos de Solón parecen haber regresado no a su estado de origen, sino a su estado de negación. Al concentrar el debate acerca del estímulo de Obama a cuánto y en qué se va a gastar, en vez de discutir acerca del medio ambiente, el contexto para la actividad económica y de todo tipo, el Congreso prácticamente incumplió su responsabilidad –para no hablar de su juramento al tomar posesión.

Es más, hizo falta una reclamación judicial federal para obligar a las agencias del gobierno a enfrentar las implicaciones de sus actividades financieras en el extranjero en el calentamiento global. En agosto de 2002, Amigos de la Tierra, Greenpeace y la ciudad de Boulder, Colorado, acusaron al Banco de Exportación-Importación de EEUU y a la Corporación de Inversiones Privadas en el Exterior (Amigos de la Tierra, Inc., et al. V. Spinelli et al.) por gastar ilegalmente US$ 32.000 millones para financiar y asegurar durante décadas proyectos de combustible fósil, sin haber valorado lo que los proyectos aportaban al calentamiento global, tal como exige la Ley de política nacional de medio-ambiente.

Entre 1990 y 2003, estos proyectos “produjeron emisiones acumulativas que fueron el equivalente de casi veintiocho por ciento de las emisiones anuales de dióxido de carbono en todo el mundo, o casi una tercera parte de las emisiones anuales de EEUU en 2003”. Ahí tienen la conciencia medioambiental de los dos Bush y de Clinton.

Finalmente en agosto de 2005 un juez federal permitió que “ciudades que sufrieran daños económicos y de otro tipo a consecuencia del cambio climático” pudieran acusar al gobierno. Pero escandalosamente el tribunal aceptó el testimonio de expertos que dijeron que el cambio climático es real y provocado por actividades humanas, y por tanto, “los contaminantes pueden ser regulados por la Ley de aire limpio”.

“Ya no podemos consumir los recursos del mundo sin tener en cuenta el efecto”, declaró Obama el 20 de enero. El acuerdo de febrero de 2009 acerca de la acusación de calentamiento global debiera alertar a las agencias federales para que dejen de apoyar proyectos de combustible fósil. Debiera obligar al presidente a incluir tales orientaciones en el plan de estímulo.

Sin embargo Obama por sí solo no puede enfrentarse a los axiomas inaplicables que el Congreso y los medios suponen que todavía funcionan como orientaciones para la política. Pocos de esos brillantes observadores y actores parecen tener influencia en su entorno inmediato.

Vean a Wáshington, D.C., Nueva York, Los Angeles o el centro de Mumbai. En casi todas las principales ciudades del mundo, edificios monstruosamente altos dominan el paisaje. Los que trabajan en los millones de oficinas dentro de los edificios no producen nada útil para el mundo –por supuesto, que nada de alimentos ni ropas–. Sin embargo los abogados corporativos, corredores, publicitarios, contadores, etc. requieren que su espacio sea calentado o enfriado las 24 horas, 7 días a la semana, 365 días al año. Aunque la energía solar y eólica llegaran a reemplazar en última instancia a los dañinos combustibles fósiles, uno pensaría que unos pocos visionarios debieran preguntar por qué se siguen haciendo enormes inversiones en tales entidades no productivas.

¿Necesita el presidente Obama un “departamento de Planeación Futura y Oficina de Manejo de la Crisis del Cambio Climático” para juntar un equipo de pensadores que planteen preguntas al público y reten a los legisladores para que se ocupen de la crisis abarcadora que amenaza el futuro de la vida?

Por el contrario, los indicadores dicen que él está amasando un equipo de manejo de seguridad nacional para dirigir el imperio. Por ejemplo, la escalada de la presencia militar norteamericana en Afganistán pudiera convertir al hombre que admira al Presidente Lincoln en una caricatura del emperador Napoleón –pero sin obtener las iniciales victorias en el campo de batalla–. Sin embargo, si retorna a la humildad que caracterizó a muchos de sus discursos de campaña y al de su toma de posesión, Obama podría no solo salvar esta nación económicamente deprimida, sino que podría inspirar el mundo. Cuando se dirija al Congreso en su Discurso del Estado de la Unión, quizás Obama apele al apoyo público y a la orientación intelectual para enfrentar la más grave crisis de la historia del mundo: el medio ambiente cambiante.


* Integrante del Instituto para Estudios de Política, ensayista, cineasta.
Su último libro Un mundo de Bush y de Botox fue publicado por Counterpunch A/K y sus filmes, en DVD, están disponibles por medio de www.roundworldproductions.com.

En http://progreso-semanal.com

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