Paraguay: pasado que pesa

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José Steinsleger*
Mientras estuvo cuerdo, Federico Nietzsche hizo caso omiso de las propuestas de su hermana Elizabeth, quien con insistencia le proponía radicarse en Paraguay, donde su esposo, el racista Bernard Forster proyectaba establecer una colonia germana sin judíos” en plena selva chaqueña.

Nietzsche repudió el proyecto del cuñado. El ideal del “superhombre” no daba para tanto. Sin embargo, la despechada Elizabeth empezó a cultivar su fama de “antisemita”. En 1932, cuando Hitler la visitó en su casa de Essen, le regaló el bastón del filósofo.

En el otoño de 1885, tras una breve visita a Paraguay, Forster había publicado un libelo en el que explicaba las ventajas del país sudamericano. El presidente Bernardino Caballero quedó encantado, y le cedió grandes extensiones de tierras a cambio de inversión de capitales alemanes.

El momento era propicio. El genocidio del pueblo paraguayo, financiado por el Banco de Londres y ejecutado por Argentina, Brasil y Uruguay (Guerra de la Triple Alianza, 1864-70) había dejado en ruinas a la nación más progresista y pujante de América del Sur. Así nació la colonia Nueva Germania, delirio que no prosperó, ya que Forster resultó un vulgar estafador de los ilusionados emigrantes que soñaban con emigrar a Paraguay.

Tres décadas más tarde, en 1927, menonitas holandeses, alemanes y rusos ganados por el hitlerismo, fundaron en Paraguay el primer partido nazi fuera de Alemania. Y en la guerra con Bolivia (1932-35), el general Stephen Vysokolan, ex teniente del zar Alejandro II, tuvo entre sus discípulos de la Academia Militar a un descendiente de bávaros con futuro: Alfredo Stroessner.

Las simpatías pro nazis de la oligarquía paraguaya tampoco pasarían desapercibidas para el tenebroso doctor Joseph Mengele (el Ángel de la muerte de Auschwitz), quien después de la guerra se refugió en un pueblito cercano de Asunción.

En 1954, cuando Stroessner llegó al poder, el antropólogo de fama mundial Jacques Soustelle entabló amistad con el futuro dictador del país sudamericano. Miembro de la Academia francesa, fascista declarado, gobernador de Argelia (1955) y cerebro del grupo que en 1962 trató de asesinar al presidente de Francia, Charles de Gaulle.

Soustelle recurrió a Stroessner con el fin de solicitar refugio para el encargado de apretar el gatillo: el aristócrata George Watin, a quien el público amplio recuerda como “el rengo” que aparece en la novela El día del Chacal, de Frederick Forsyth.
Hasta 1989, año de la caída de Stroessner, Paraguay fue el paraíso de delincuentes y terroristas de la extrema derecha internacional, estación principal de la CIA en el Cono Sur, y de los capos de la French Connection, especializada en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos.

Algunos investigadores estadounidenses creen que Lucien Sarti, pistolero de la mafia corsa y supuesto magnicida del presidente John Kennedy (1963), encontró asilo a la sombra de Stroessner. Así como también Michael Townley, asesino de Orlando Letelier, ex canciller del presidente Salvador Allende (1976).

Para no ser menos, la llamada Internacional Negra del fascismo europeo mantuvo sólidas relaciones con la dictadura paraguaya. Por ejemplo, el terrorista italiano Elio Massagrande, tesorero de un proyecto de colonización (aunque ahora de origen islámico), le abrió las puertas a su compinche Stefano delle Chiae, autor del bombazo que en 1980 causó la muerte de 85 personas y dejó heridas a más de 200 en la estación ferroviaria de Bolonia.

Con celeridad creciente y a causa, precisamente, de las tendencias emancipadoras en la subregión, Estados Unidos ha venido reforzando las tuercas en los asuntos militares y de seguridad de Paraguay.

La crónica mentalidad autoritaria, antidemocrática, proimperialista y explícitamente fascista que caracteriza a las clases dominantes paraguayas, facilitan los anhelos del Pentágono para que el país se ajuste, funcionalmente, a planes guerreristas similares a los de Colombia frente a Venezuela y Ecuador.

De hecho, en Paraguay ya funcionan dos bases militares de Estados Unidos: la Mariscal Estigarribia (que puede albergar 16 mil efectivos de tropa), se encuentra a 200 kilómetros de Bolivia y Argentina, a 320 kilómetros de Brasil, y cerca de la llamada “triple frontera” (Ciudad del Este, donde confluyen Brasil, Paraguay y Argentina, y faltaba más, Washington asegura que circulan “grupos islámicos radicales” de Hezbollah y Al Qaeda).
En septiembre de 2008, a poco de asumir la presidencia, el presidente Lugo viajó a Colombia acompañado del ministro del Interior, Rafael Filizzolla, y se entrevistaron con Álvaro Uribe. Punto de la agenda: “avanzar en el asesoramiento por parte de militares colombianos en la lucha contra los secuestros” (sic).

Luego, Filizzolla siguió viaje con rumbo a Taiwán, entidad de fuerte ascendiente económico y político entre las mafias paraguayas. El monumento más alto de Ciudad del Este (paraíso del contrabando de coches, artefactos electrónicos, armas y drogas), fue erigido en memoria del líder anticomunista Chang Kai Shek.

En agosto de 2009, cuando los países de la Unasur se opusieron a la instalación de bases militares en Colombia, Uribe se apareció por Asunción buscando legitimar su posición. Y en enero pasado, el canciller de Uribe, Jaime Bermúdez, se entrevistó con Lugo en Asunción. Ambos acordaron un programa de asesoramiento del gobierno de Bogotá a la Policía Nacional de Paraguay, a más de la compra de fusiles colombianos de origen israelí, y municiones por un monto mayor a 500 mil dólares.

El trabajo conjunto quedó a cargo del coronel Jorge Jerez Cuéllar, especialista colombiano en seguridad interior. Egresado en 1983 de la Escuela de las Américas, Jérez Cuéllar reside en Asunción desde 2001.

En julio pasado, presionado por la derecha parlamentaria y el eventual inicio de un juicio político por su gestión, el presidente Lugo destituyó al ministro de Defensa, general Luis Bareiro Spaini, por presunto “mal desempeño de funciones”.

Los entretelones resultan reveladores. Entre otros calificativos, Bareiro Spaini se había dirigido por escrito a la embajadora de Estados Unidos, Liliana Ayalde, a quien trató de “diplomática primeriza”.

El ministro le censuró a doña Liliana no haber intervenido en una fuerte discusión entre generales estadunidenses, políticos opositores y el vicepresidente Federico Franco, que en la sede de la legación diplomática imperial plantearon el juicio político urgente al presidente por su “mala gestión”.

 

*Periodista argentino-mexicano, columnista de La Jornada

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