Patafísica tecnoctrónica: golpeando las puertas del cielo

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Dos palabras aun antes de entrar en el texto: la patafísica es además el estudio de lo particular y, en este aspecto, se interesa por las reglas que rigen las excepciones, sin olvidar que en realidad «la norma no es más que una excepción a la excepción». Vale decir: todo es patafísica.

Dice Agostinelli sobre las nuevas religiones «a diseño» que pululan -es un decir- en los espacios virtuales:

La sociedad digital asiste a una explosión de experiencias religiosas virtuales. Si Dios está en todas partes, ¿para qué ir a una iglesia? Y si el ciberespacio, como Dios, también es omnipresente, ¿por qué no rezar a través de la web?

Los cuatro fieles orientan sus computadoras, alineadas en red, hacia los puntos cardinales. Se conectan a la web, escriben en el navegador el URL del ciberchamán y, en un pase sincrónico, cliquean Enter. Los monitores brillan, la Luna también. Las PC rodean un círculo mágico formado por velas rojas y algunas estatuillas sobre el césped. El ingeniero Mark Pesce es el maestro de ceremonias. Cada pantalla muestra un ángulo distinto del espacio sacro tridimensional.

Cuatro poliedros multicolores (los «elementos») y una esfera metálica (el «caos») vagan por el monitor. Un iniciado entona un mantra, otro recita un pasaje mitológico y una mujer desnuda danza alrededor del círculo, al ritmo de una campana tibetana. Más tarde, el anillo mágico se expande: entran a la web los internautas que siguen a Pesce en todo el globo. Objetivo a cumplir: «que el espacio electrónico entre en resonancia con el mundo real».

Así como los antiguos paganos invocaban a los elementos que -según su credo- constituían el Universo (Aire, Agua, Tierra y Fuego), Pesce recurre a los componentes de la sociedad digital: silicio, plástico, fibras ópticas y vidrio… (Merlini, 1998).

Es que los designios del Señor son inescrutables. Y ahora, que sus infinitas viñas se extienden por el ciberespacio, vuelven a desafiar la capacidad de asombro. Todos los días, una nueva propuesta espiritual intenta abrirse camino en la web. No siempre cuentan con una vida anterior en el mundo real: de millones de sitios que responden a movimientos religiosos establecidos, sólo unos pocos nacieron, crecieron y se consolidaron exclusivamente en la red. Su principal atractivo es que supieron adaptarse al nuevo soporte digital: millares de cultos acopian datos personales de potenciales adeptos para mejorar la cosecha (pueden contactar al interesado en la intimidad de su casa en un momento de aislamiento y soledad), se celebran rituales donde el cuerpo se une a la máquina para alcanzar el éxtasis místico (el creyente posa la palma de su mano en el monitor para recibir «fluido vital») y surgen comunidades on-line donde los miembros son representados por íconos o «avatares» que son bautizados con «agua virtual»: la interactividad comienza a ofrecer un medio casi tan «caliente» como la participación de cuerpo presente en una iglesia de verdad.

La Primera Iglesia del Ciberespacio está entre las pioneras. Miles de internautas se conectan a la vez para rezar mientras oyen un sermón on-line y muchos juran que -pantalla mediante- ocurren milagros. Fue creada por Charles Henderson, un pastor presbiteriano orgulloso por sus «treinta años de experiencia en ministerios convencionales». Henderson predica la necesidad de que cristianos, budistas, judíos e islámicos se asocien en un portal común para fundar el «Gran Templo Cosmopolita» de la Red y se jacta de haber lanzado «el primer site ecuménico de teología Java de la Historia».

Convencido de que «el impacto de Internet en la religión será igual o mayor que la invención de Gutenberg», el ciberpastor piensa que, así como la imprenta arrebató el monopolio de la Biblia a las jerarquías de la Iglesia permitiendo que cualquiera pueda acceder a ella sin intermediarios, «internet ayuda a que los buscadores espirituales entren como si usaran el carrito del supermercado, tomen lo que necesitan, y reconstruyan su propia fe personal». Cybersoc, un diario electrónico que nuclea a los principales analistas del ciberespacio, recoge el testimonio de una fiel de Henderson: «Me ayuda a pasar el día: puedo leer sermones y chatear con otros creyentes. Por el horario de mi trabajo, no puedo asistir a los servicios de una iglesia». Otra novedad: la presencia física del creyente deja de ser imprescindible para el Dios de la era digital.

Raves, trance y éxtasis on-line

«Yo invoco a la remota explosión que generó el helio

A las estrellas ardientes que hicieron surgir el neón>
A la diosa, dadora de naturaleza, dadora de la tecnología,
señora de la física cuántica y espíritu de los circuitos.
Bendito sea este láser de helio neón (…)

Bendito también este suministro de energía
Deja que su rayo coherente nos enseñe el camino
déjanos recordar la forma de ser del rayo:

brillantes, directos y coloridos.

No, este texto no se tomó de una novela de William Gibson. Es parte de un himno ciberchamánico que proclama el disk-jockey y sacerdote pagano Ted Edwards antes de subir a su escenario digital. Su plegaria ofrece un claro ejemplo de la verborragia «high-tech» inscripta en la neonata tradición que surgió a orillas del movimiento rave, una moda paracultural que fusiona la música tecno y el «house» con las pretensiones vanguardistas de algunos animadores de discotecas.

Este culto tiene un nombre: tecnopaganismo. Para sus adeptos, Dios se manifiesta en la red de un modo más profundo que la mera confluencia de Webs religiosas consagradas a su adoración: el Verbo encarnado sería el lenguaje html y el módem, el nexo que permite la comunión con una divinidad que circula en bits de información a través de las líneas telefónicas. Esa enorme comunidad comparte un mismo templo (el ciberespacio) cuyos miembros pronto descubrirán lo que a ellos ya les fue revelado: que la tecnología es el puente que une lo humano con lo divino en esta nueva iglesia virtual.

Mark Pesce es el alma de la fiesta tecnopagana. Coautor del programa VMRL (un software que permite ver imágenes 3D en Internet con gran resolución y velocidad), el gurú del ciberchamanismo fue católico, protestante y agnóstico. Escribió varios manifiestos dedicados a exaltar la sacralidad de la Web. «En el universo de la conexión infinita -escribe-, la única ontología posible es mágica; la realidad es aquello que se ha invocado, el mundo es conforme a la voluntad».

Su teología tecno se nutre de autores como Aleister Crowley (el mago negro a quien sus críticos identificaron con el Anticristo), Teilhard de Chardin (un escritor cristiano que la New Age rescató por su defensa de ciertas herejías científicas) y el ya citado Gibson, autor de «Neuromante» e inventor del término ciberespacio (Dery, 1998).

Pesce también es uno de los cerebros del movimiento rave: para él, los disk-jockeys son chamanes que, con su tam-tam digital, pueden inducir auténticos estados de trance colectivo. Sus discípulos juran que la mágica alianza entre el hard, el soft y la elevación mística impulsa «una revolución espiritual que puede cambiar al mundo». Los rituales rave -que combinan computadoras, discotecas, cañones láser, body-art, música tecno y, eventualmente, drogas- son la Meca de ex hippies, yetties y desertores de la New Age convencidos de que por participar de un sarao ciberpsicodélico están a un paso de la salvación. Para los tecnopaganos, sus danzas extáticas son un camino válido para trascender la esclavitud del cuerpo, que les permitirá saltar la brecha mental que los conecte con la divinidad.

Otro culto con gran despliegue en la web es Cosmosofy – Internet Universal Cybereligion. En línea desde 1997, su manifiesto, firmado por el internauta alemán Bert Tellan, dice que esta religión imparte «educación informativa en vez de adoctrinadora». El fundamento de la Cosmosofía es, según Tellan, «pensamiento interactivo-interdisciplinario unificador de racionalidades parciales». Su punto de partida es el antidogmatismo: «Ella misma imperfecta, la Cosmosofía queda abierta a correcciones ulteriores para poder asegurar su tarea reformadora contra todas las mistificaciones dogmáticas e ideológicas».

Aunque su prédica antisectaria puede sonar como música en los oídos de agnósticos, herejes e iconoclastas que rasguñan la Red en busca de una deidad racional, los cosmosóficos destilan una autoritaria carga de elitismo. Si bien hablan mucho de «participación interactiva», añaden que las reformas sociales deben ser impulsadas por «gerentes de calidad» surgidos de «institutos autónomos de calificación para cargos políticos». Curiosamente, es un culto milenarista: «A fin de prevenir el desastre inminente (…) las reformas contribuirán a crear las condiciones capaces de salvar a la humanidad de una posible auto-destrucción causada por dogmatismos totalitarios o autoritarios, superpoblación, guerras atómicas, químicas o bacteriológicas…», y sigue la lista.

Ovninautas en la mente global

La mitología según la cual en internet se puede manifestar una mente colectiva indistinguible de Dios subyace en gran parte de los nuevos cultos. El lenguaje de moda para expresar estas ideas procede de la ciencia-ficción. No es raro: éste es el género literario que exploró e incluso anticipó muchas de las innovaciones que se disfrutan en la era digital. En su libro Techgnosis el gurú de la cibercultura Erik Davis sostiene que los tecnófilos son firmes candidatos a creer que la red refleja «el alma profunda del ser». Para los nuevos místicos, la red sería el eslabón perdido, la vía regia para acceder a un espacio donde se fusionan la mente y el espíritu de millones de individuos capaces de crear «una criatura espiritualmente superior». Davis calcula que sólo en los EE.UU. existen entre 100 y 300 mil almas que adhieren al credo tecnopagano (Davis, 1998).

Una web latinoamericana dirigida a cinéfilos (www.sala1.com) destaca los paralelismos existentes entre el héroe del filme Matrix, un hácker devenido en mesías virtual, con un cibermístico argentino: el Comandante Clomro. En 1997, este personaje se presentó en la tevé para denunciar que «el Dios que todos invocan tejió una gran farsa conspirativa contra la Humanidad».

En ese momento, pocos creían en los talk-shows y muchos pensaron que Clomro era un actor. Había motivos de sobra: enfundado en un traje militar y encapuchado como un guerrillero cósmico, parecía escapado de un cómic. Clomro explica que su «energía» ocupa el cuerpo que dejó vacante un terrícola a quien poseyó durante una experiencia mística inducida por la sacerdotisa de un culto platillista que gozó de cierta (mala) prensa allá por 1992. Desde la red, Clomro busca almas amigas en el ciberespacio en una sección titulada «Gente ET que busca a gente ET». Creó una abigarrada página personal, vinculada con varios «subsites», a los que mantiene solo, aunque con el estímulo de unos cuantos simpatizantes.

Sus enemigos en la Tierra son los contactados afines con la Confederación Intergaláctica. La guerra no es sólo verbal: el 21 de febrero de 1999, desafió al Comandante Ashtar Sheran («Hermano mayor» venerado por los ovniadictos de la línea New Age), a quien esperó en el llamado «Valle de los Espíritus» del cerro Uritorco, en Capilla del Monte (Córdoba, Argentina). «¡Que vengan a refutar mis acusaciones con actos concretos a favor del género humano!», exclamó. Ashtar faltó a la cita: Clomro, 1 – Confederación Intergaláctica, 0. Para esta nota, Clomro se excusó de «dar la cara». Tal vez se encuentre en la selva Lacandona, a dónde tenía pensado viajar para solidarizarse con el movimiento zapatista…

La web de Clomro carece de dominio propio, un detalle que sugiere que el ET argentino podrá navegar mucho por el ciberespacio, pero no tanto en el mar de la abundancia. En el otro extremo se encuentra Joe Firmage. Este joven ejecutivo fue noticia cuando, al cumplir 28 años, dejó su empresa para lanzarse a predicar full-time su evangelio cósmico. Fondos no le faltan: antes de renunciar había vendido su compañía por 24 millones de dólares. Tras su encuentro con un alienígena, Firmage -iniciado en la religión mormona- se convirtió en portador de una verdad alucinante, que se siente obligado a difundir.

Para el «Fox Mulder de Silicon Valley» (como lo llamó la revista Wired), los ovninautas son los ángeles guardianes de la Humanidad y los progresos tecnológicos se deben, en gran medida, a la ayuda que han prestado estos seres, responsables de haber guiado a la civilización a su destino supertecno. Las nuevas tecnologías (y la opción del anonimato, que evita la censura o la condena social) le insuflan a la imaginación humana poderes extraordinarios. Para Erik Davis, los tecnólogos que se mueven como peces en las aguas del ciberespacio «no sólo se sienten en posesión de una cierta comprensión gnóstica: tienen acceso a secretos que otra gente desconoce» (Pilkington, 1999).

Los monjes digitales están construyendo universos intangibles que, sin embargo, golpean la conciencia de millones. Davis también escribió: «se acerca el día en que algún fenómeno inexplicable se manifieste en la red». Mark Pesce, el tecnochamán que oficia rituales paganos para optimizar su relación con la máquina, expresó a su modo lo que hay que hacer: «Si no bendecimos a nuestras creaciones, ellas se deshumanizarán». (Merlini, 1998). Y el crecimiento sostenido de las religiones virtuales sugiere que, tal vez, sea cierto aquello de que algo increíble esté por suceder…

Bibliografía consultada

Davis, Erik; «TechGnosis – Myth, magic and mysticism in the age of information». Ed. Three Rivers Press, New York, 1998.

Pilkington, Mark;»Exercising the ghosts in the machine», en Fortean Times N° 129, diciembre de 1999.

Dery, Mark; «Velocidad de escape», Ed. Siruela, Madrid, 1998.

Merlini, Marco; «Pescatori di anime» – Nuovi culti e Internet. Ed. Avverbi, Roma, 1998.

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* Periodista argentino, investigador de grupos relacionados con las seudoiciencias, OVNIS, etc… Editor del portal www.dios.com.ar>, donde es posible acceder gratuitamente a más información.

 

 

 

 

 

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