Paul Dresman: relumbra el ojo de un dios extraño

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La primera aproximación que tuvimos a la poesía de Paul Dresman fueron cuatro textos traducidos por Jesús Sepúlveda. Ambos escritores vivían –y todavía lo hacen– en la misma pequeña ciudad de Eugene, en Oregón, al noroeste de EEUU. Uno enseñaba y el otro –el chileno– abría su camino hacia una maestría –o un doctorado– en Lenguas Romances.

Años después, embarcado el poeta probablemente en la navegación de su último libro, The Silver Dazzle of the Sun (El plateado encandilar del sol), lo conocimos en Buenos Aires junto a su cónyuge, una mujer elegante y de pocas y agudas palabras.

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Dresman tiene aspecto de marino y curiosidad de antropólogo, pero trabaja su poesía con el empeño –tan delicado como brutal– de un escultor renacentista italiano. El verso es a menudo áspero, pero como esas callejas intrincadas que perduran de otro tiempo en algunas ciudades, aquellas que cuando amenaza el fastidio del viandante desembocan luminosas en una plaza abierta al sol.

Queremos decir que no es fácil adentrarse en su poesía. Al revés de mucho malentendido romanticismo, no existe en Dresman el concepto de autoconmiseración, la nostalgia como elemento excluyente ni los remordinmientos por abandonos varios. Ha dicho, dice a veces, que las criaturas silvestres no sienten lástima por sí mismas. La vida, o sea, no tiene por qué ser el recuento de sus infortunios.

Sólo que los infortunios, las ventanas abiertas a paisajes equivocados, las puertas que conducen a lugares cerrados –o abiertos y ajenos–, en fin, conforman el material de su obra: un largo recuento que conduce al intrerrogante final de su época –la nuestra–. ¿Habrá después de todo un plan detrás de la apariencia de las cosas, un dios ocupado por otros asuntos además de engullirnos para su “diosedad”, un signficado para la palabra amor?

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El recuento es largo y variado. La respuesta quizá en la inmanencia –fatal o jubilosa– del hoy, un hoy que tantea, aparece y se desvanece y transcurre en el largo río del tiempo. La invocación –y el recuerdo–Malcolm Lowry, así, no es un mero recurso literario

El trabajo de Figueroa y Nocetti resulta notable por la fidelidad al original aunque tal vez pudiera reprochárseles que por no haber querido ser los “traidores” de la tradición traductora aquí y allá no permiten que en la nueva lengua el poema brille tan oscuro como en el original.

EL OJO DE UN DIOS EXTRAÑO

I
Lowry estaba asombrado y perplejo por el amor
Y por la velocidad del tiempo
Desde el faro de la mente
A la oreja en el barco en el océano.
Era una especie de escritura de cámara manual.
Otros rostros se tambalean y retuercen con un mirar ebrio.
El jardín se escapa como una reproducción de Monet
Vista por una ventana de un tren que pasa.

El amor y sus yerros persisten
Pero el nudo permanece incierto.
Una manga se libera, y todo el mundo
Comienza a desplazarse dentro de un circo
Rodeado de colinas empapadas.

Muy parecido a finales de los 30. Malcom, préndeme un Faro*.
Tu puedes comprar lo que quieras
Pero permanecerá para siempre ingrato.
Aún un milagro, con esfuerzo, presagiará otro verso
Una institución como memoria del tiempo.

II
El volumen se levanta en el librero rústico
De una choza de vagabundo allá afuera en aguas del norte, una morada
En la Columbia Británica, destinada a arder.
Este volumen podría aparecer
En muchas librerías de viejo, una radio
Detrás del mostrador con música de swing
O ese jazz alegre de los 20 con guitarras y banjos.

En su juventud en Inglaterra, Lowry tocaba en un grupo como ése,
Momentáneamente famoso en la tapa de música escrita,
Robó la canción de alguien, tocó “música ligera”
La mano de un bailarín en la estrechez de una espalda
Tatuando la sugerencia de un romance
Y un viaje a la luna en una cuchara de plata.

Se puede escuchar el quejido detrás de los personajes
Que aparecen encubiertos.
Es igual a una trompeta en la distancia
Que la figura invisible en el faro refleja.

Un natural e irresistible aristócrata, el autor sabotea
El barco, el faro y el mundo de ese tiempo,
Toda la cabaña –una dudosa herencia modernista.
El hombre moderno no puede ser satisfecho,
Que mueran todos…
Pero la luz persiste al lado, atrás.
La luz habla volúmenes sobre la pérdida
Una deriva sin esperanza.
Lowry prefería los Faros. Le recordaban
Su juventud perdida velozmente, el joven zagal en su traje
En un quiosco, tocando el ukelele, para esos movido ritmos de baile de los 20,
Mirando a media distancia sobre los bailarines.
Una esfera de espejos giró en el espacio sombrío
Y encandiló con sus reflejos,
Una corriente de luz como un caudal de la mente.

III
Una corta siesta cerca del mediodía
Y, entonces, booom, estaba tomando de nuevo.
En el tiempo en que el sol se retiró, él voló
A través de varias cantinas alrededor del mercado.
Una pistola disparó con regularidad en los cerros.
Alguien estaba cazando, se esperaba
El aire lleno de trizaduras para unir el espejo donde se sentó
En el bar, y donde él se miró,
A través de la miel del humo.

IV
El templo se yergue en una isla mar afuera.
El aislamiento es su propio precio,
Rodeado de seguridad, virginidad,
O ignorancia de sucias, bajas, deshonestas décadas.

Inquirí sobre el lugar, la choza que él ocupaba
Pero los habitantes costeros movieron la cabeza.
Un gran ferri desde Nanaimo pasó banboleándose,
Las olas lavaron las puntas rocosas repletas de abetos
Una pintura china de los Song o Ming**.

Ellos dijeron: unautor ¿cómo Harry Potter?
Tu podrías bucear desde la baranda en cubierta
Para alcanzar el efecto de su vida, después de México
O asolearte por años en B.C.***, en la punta de un rayo.
Un sueño de montañas verdes en un mar interior
Donde ponemos los toques finales en Under.

Bien podría ser Under Popo
Con Penélope y los tejedores,
Un famoso musical corriente-de-consecuencia
Del momentum modernista,
El ciego Joyce, el espacio de Finnegan

V
Un tictac de reloj, cabeza dislocada.
Tu podrías tomar un “faro” y
Pararlo en su punta, cigarrillo ardiente.
En una mesa con astillas y cicatrices,
Hacerse de una voz y hablar hasta que
Se hace logorreica, y ordena tequila.

La cantina es un mar, girando.
Los otros beben para
Encontrar su camino a través de la niebla.
Emborracharse es un gran teatro.
El drama que todos requerimos, lima y sal,
El repentino barrido de las luces
Para dejarte en las rocas.
Así es el amor, y el amor entre borrachos
Requiere de una alta torre de la que
Podríamos saltar juntos
Al mar, a menos que pudiésemos
Ascender las escaleras serpenteantes
Con el guarda.

El guarda es uno que permanece,
Una carta en una baraja de tarot
Que aún no ha sido inventada.

Tu podrías ejecutar el mismo truco.
Tu podrías subir en espiral a la cima
Y cegarte con la intensidad
Que aún una pequeña vela trae
En las riberas de espejos circulares.

VI
“Aquel que dejase caer a la lluvia en lo justo y lo injusto
y sin la cual ningún gorrión cayese al suelo”

Desapareció –decían que había muerto– la choza se quemó,
Papeles esparcidos, sonetos perfectos en una era
Que se escapa a la otra, muerto en Inglaterra, ahogado.

Malcom Lowry tuvo la muerte que merecía:
Murió ahogado en su propio vómito.

Este fue el siglo que murió de su ebriedad,
Ebrio de barcos de guerra, ebrio de bombarderos,
Ebrio de alambre de púa, ebrio de ametralladoras, ebrio
De baile, ebrio de drogas, ebrio de propósito,
Ebrio por diseño, ebrio con poder, ebrio
Y vomitando, ebrio y desordenadamente ebrio a morir.

Una mesa flota entre las olas
Y ahí está, un fanal
Con cinco hombres ahogados, sentados,
Los vasos aún en sus manos,
Las cartas yacen con su cara hacia abajo.

“Es, después de todo una vieja película.
La mostraban en el Phoenician
¿En la Calle Grand, o en la Main? Aún así
Yo solía ir a verla en los viejos tiempos.
Los hombres aún usaban sombreros.
Se sentaban
Con los sombreros en el regazo.”

La vieja película se devana en una oscuridad somnolienta.
Comienza por elevar esto y revelar aquello.
A descifrar los glifos, las venas y las predicciones
Un poeta proyecta escritura blanca, una estilizada linterna que mima una candela.
Su rayo barre aguas sin mapas mientras los delfines extravían las embarcaciones

Un hombre con maleta entra en el cuadro.
El farero revolotea en el fondo, un fantasma.
El film es esta ciudad, como esta ciudad alguna vez fue,
Todos esos extras muertos e idos.
El rayo del proyector pone “rebobinar” lo real.
Mientras nos quedamos dormidos con los graznidos de las gaviotas.

*En el poema, se realiza un juego de palabras entre faro –como la construcción que brinda luz de alerta en la navegación-, y Faro, una marca de cigarrillos mexicanos. En México Lowry escribió “Bajo el volcán”.

**B.C. Columbia Británica (Canadá).

***¿O “canciones de los Ming?

Fotos:

Apertura: Der,: Paul Dresman; Izq. Malcolm Lowry.
Izq.: Paul Dresman en Buenos Aires; recital en el Cabaret Zapatos Rojos, San Telmo, 2002. Der,: Con el autor del artículo, en la misma oportunidad.

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