Periodismo, ritual de premio. – ES RECONOCER, NO CONSAGRAR

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Pronto se discernirá el Premio Nacional de Periodismo. El error más extendido es suponer que un premio es medalla ganada en competencia; el peor de los absurdos es competir por un premio. La competencia es camino de destrucción, rompe los lazos de solidaridad, favorece la acumulación, el atesoramiento, la exclusión. La competencia es también la pesadilla de creer que alguien es mejor que otro dentro del conjunto y que, por ser mejor, se lo distingue.

Mirados con cierta perspectiva ¿quién puede decir que un árbol es mejor, más hermoso, más fuerte, erguido, frondoso que otro árbol? Lo importante es el bosque. Y eso es lo que vemos.

Tras un largo y duro proceso de iniciación –adquirir saberes, destrezas y autocontrol– el joven podía ser armado caballero: el mayor de entre sus futuros pares, entonces, tras noche en vela, lo tocaba con una espada ceremonial y el muchacho se levantaba caballero; algunas ceremonias concluían con un fuerte golpe en la mejilla: para que no olvidara nunca en qué se había convertido.

Los premios que reciben –en todos los países– quienes a juicio de sus pares y autoridades lo merecen no son golpeados por la espada ritual (aunque es casi un rito ser golpeados por algunos de sus pares después de recibido el galardón); más bien se diría que esos premios son el reconocimiento social por el uso que ha hecho el premiado de la espada propia de su actividad.

Expresiones como «la lucha será reñida», habituales ante el otorgamiento de un premio, deforman el signifcado del galardón. La única reñida lucha, en todo caso, ocurre en la conciencia de quienes reciben el mandato de otorgarlo, so pena de desnaturalizar el sentido ritual del proceso.

Entre los periodistas que han sido postulados para el Premio Nacional de Periodismo de Chile en 2007 destacan dos personalidades –sin menoscabo de los méritos de otros eventuales candidatos–: Alberto Gato Gamboa y Faride Zerán. El primero es la vieja guardia: la profesión antes de que se abrieran las escuelas de periodismo; ella representa lo mejor del periodismo, digámoslo así: académico.

Gamboa y Zerán vivieron circunstancias parecidas –las que debió soportar medio país, o país y medio, durante los años oscuros de las jaurías sueltas; de hecho el diario que él dirigió hasta la mañana del 11 de setiembre de 1973 dejó de aparecer ese mismo día y las instalaciones de Clarín fueron ocupadas por esbirros y mandos medios de la dictadura militar-cívica.

La candidatura de Alberto Gamboa concita simpatía y apoyo variados, su premio lo sería también a la vocación por el oficio que alguna vez se aprendió, y no con facilidad, en la fatiga de la calle, el rigor de las redacciones y la gana de entender lo que pasa en la ciudad y el mundo sin guiarse por criterios de autoridad en ningún campo, confiando en el instinto y el método que se forja a través de aciertos y errores.

Faride Zerán concita entusiasmo, comprensible en Chile por su limpia e independiente trayectoria académica y profesional, y una quizá sorprendente solidaridad en el extranjero. En efecto, no son pocos los intelectuales –como, por ejemplo, para citar unos pocos, los argentinos Jorge Boccanera («ojalá pudiera votar en Chile», dijo) y Luis Benítez, que han manifestado su apoyo a la candidatura de esta también escritora; en México, entre otros, la aplaude desde su lugar en la redacción del periódico La Jornada Mario Casasús, que dice reconocer en ella a una de sus maestras en la profesión; lo mismo ocurre en España, Costa Rica y otros países.

No compiten entre sí. Acaso están seguros de que en una materia tan delicada como el periodismo no se premia ni trayectoria ni talento ni originalidad por la originalidad. En cierto modo es la sociedad que se reconoce en algunos de sus integrantes y –a contramano del neoliberalismo conservador estéril– propone a las nuevas generaciones modelos para emular.

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