¿Por qué Paraguay va a la huelga general?

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A siete meses de haber asumido la presidencia de Paraguay, Horacio Cartes ha hecho aprobar rápidamente leyes de militarización y privatización que centralizan el poder en sus manos.
Este 26 de marzo está convocada la huelga general en Paraguay contra las políticas privatistas y represivas del gobierno colorado de Horacio Cartes. Este se muestra inquieto y ha movilizado al funcionariado oficialista, ofrecido “diálogo” y un 10% de reajuste salarial para intentar detener la medida, pero sin resultado.

El ministro del Interior, Francisco de Vargas, empleó la remanida estrategia de intentar meter miedo para desmovilizar. Para ello recurrió a burdas manipulaciones como grabaciones trucadas sobre supuestos planes para provocar muertes y reeditar de esa forma el “Marzo paraguayo”, cuando murieron siete personas y el gobierno de Raúl Cubas Grau tuvo que dimitir.

La huelga general aglutina a un amplio movimiento de organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles, indígenas, políticas y campesinas que reclaman la derogación de las leyes de Alianza Público-Privada (APP) y de militarización, el reajuste salarial del 25%, control de precios, por un modelo de desarrollo nacional, por la libertad sindical, contra la criminalización de la protesta social, por la libertad de los campesinos presos por la masacre de Curuguaty y la recuperación de las tierras de Marina Cue, donde el 15 de junio de 2012 murieron once campesinos y siete policías, hecho que fue provocado y utilizado para perpetrar el golpe contra el gobierno de Fernando Lugo.

Las APP

Para tratar el tema con una mínima amplitud, nos ceñiremos a la primera reivindicación: la derogación de la Ley de Alianza Público-Privada (APP).
La Ley “De promoción de la inversión en infraestructura pública y ampliación y mejoramiento de los bienes y servicios a cargo del estado”, más conocida como Ley de APP, habilita a la concesión de absolutamente todos los bienes, servicios y recursos públicos con la sola decisión del Poder Ejecutivo, sin que los planes de inversión pasen siquiera por el Congreso. Por ello la normativa evita utilizar la palabra concesiones ya que, de acuerdo a la Constitución, este tipo de emprendimientos solo pueden aprobarse con el acuerdo del Legislativo.

En términos explícitos, la ley abarca “proyectos de infraestructura y de gestión de servicios, incluyendo proyectos viales, ferroviarios, portuarios, aeroportuarios, proyectos de hidrovías, de dragado y mantenimiento de la navegabilidad de los ríos; los de infraestructura social; infraestructura eléctrica; proyectos de mejoramiento, equipamiento y desarrollo urbano; abastecimiento de agua potable y saneamiento; entre otros proyectos de inversión en infraestructura y servicios de interés público.

También podrán comprender la producción de bienes y la prestación de servicios que sean propios del objeto de organismos, entidades, empresas y sociedades en las que el Estado sea parte”.

Todo esto por plazos de treinta años que pueden extenderse a cuarenta si la empresa alega que aún no tuvo la tasa de retorno suficiente o exija reparaciones por supuestos perjuicios o “hechos fortuitos” ajenos a la “voluntad del participante privado”, de acuerdo al artículo 34.

Los ingenieros Ricardo y Mercedes Canese, en su libro “Remate y abuso: la ley de APP de Cartes”, abordan algunos de los aspectos de la ley que más colisionan contra la institucionalidad y los intereses del país como la posibilidad de que el Ejecutivo, sin la intervención ni la jurisdicción de los demás poderes del Estado, concesione todos los bienes y servicios de dominio público.

El “arbitraje”par paro1

Mediante esta ley el Paraguay también renuncia a su soberanía jurídica. En caso de diferendos, el artículo 41 solo hace mención a un “arbitraje” sin determinar de quién o de qué se trata. Este “árbitro” no sería otro que el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi), un organismo del Banco Mundial que sistemáticamente falla a favor de las transnacionales y en contra de los Estados. Incluso las leyes nacionales quedan subordinadas a los contratos, puesto que se deja sentado que las disposiciones legales regirán para las iniciativas público-privadas “en cuanto fueran aplicables”.

Los autores del libro advierten que la aplicación de este modelo ha generado fuga de capitales, precarización del servicio y aumento de las desigualdades. A esto se agrega que el Estado asume todo el riesgo al quedar comprometido a otorgar compensaciones en caso de que las firmas sufran pérdidas o se presenten controversias judiciales. Para ello se crea un fondo de garantía cuyo principal aportante es el Estado, que además deberá reponer anualmente esos fondos con dinero del Presupuesto General de la Nación, que mediante la llamada ley de “responsabilidad fiscal” pasó a tutela exclusiva del Ejecutivo.

En el texto de la ley aparece de manera explícita que el Estado será el fideicomitente, es decir, el que dispondrá un fondo con dinero público para indemnizar a las empresas en caso de que exijan reparaciones o se deba enfrentar un litigio. En segundo término se contempla un mínimo porcentaje de aporte privado y eventuales multas que se llegaren a cobrar a los concesionarios.

Hasta el agua

Uno de los principales peligros de la ley es que el agua aparece taxativamente entre los recursos sujetos a la concesión. El artículo 52, entre otros bienes y servicios como hidrocarburos, rutas, aeropuertos, etc., incluye “provisión de agua potable y servicios de saneamiento y tratamiento de efluentes, generación, trasmisión, distribución y comercialización de energía eléctrica; hospitales, centros de salud, centros educativos; acueductos, poliductos, oleoductos, alcoductos, gasoductos, y penitenciarías”. Con respecto a esto último, si bien el Estado paraguayo está aplazado en el manejo del sistema penitenciario, la privatización contempla hacer negocio metiendo gente a la cárcel.

Esta es, en algunos de sus aspectos, la Ley de Alianza Público-Privada (APP). El Paraguay vive un momento de efervescencia y el desafío de construir un modelo autónomo de desarrollo que logre la unidad de todos los sectores más allá de la alianza coyuntural contra las privatizaciones.

Es decir, como afirmara el poeta del proletariado paraguayo, Rafael Barrett: “la huelga parcial deberá transformarse en huelga general; la huelga local en huelga planetaria”.

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