Primer año de Lugo: ¿un presidente blindado o cercado?

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 José Antonio Vera*

El primer aniversario de  Fernando Lugo Méndez, en la presidencia del Paraguay se cumple el sábado 15, ocasión que convoca al balance de su gestión, iniciada con una inmensa alegría y esperanza popular, que se está mostrando incapaz de administrar, a juzgar por el desánimo que se registra en diferentes ámbitos, donde se le acusa de falta de definición, decisión y autoridad para el cargo.

Quizás el elemento que va sobresaliendo más en estos meses, es la figura de un mandatario blindado, por obra de pusilánimes fuerzas internas y externas, que le aportan protección y, a la vez, impedimento, es decir, ingobernabilidad, dos propósitos que aparentemente están funcionando a satisfacción de sus inspiradores.

Por voluntad o ingenuidad, consciente o no, el jefe de Estado ha ido quedando cercado por la acción de habilidosas fuerzas que, por un lado, no le dejan hacer y, por otro, talvez han evitado alguna agresión de nostálgicos estronistas o antichavistas rabiosos contra el socialismo, creados por los grandes medios de comunicación, burdos inventores de la idea de que el ex obispo quiere hacer de Paraguay otra Venezuela.

De las seis promesas electorales, que tanto entusiasmaron al pueblo, ninguna ha sido cumplida y ni siquiera atacada, suplidas apenas por pequeñas asistencias.

Para empezar, la reforma agraria integral, que encabezó la plataforma de buenas intenciones, con el compromiso, incumplido, de proceder a un catastro nacional, pese a que hay documentación suficiente sobre la posesión ilegítima de siete millones de hectáreas por parte de varios terratenientes.

El campesinado pobre está más pobre y sólo ha recibido represión, con algún muerto, varios heridos y cientos de presos, trabajo del Ministerio del Interior que si continúa en los cuatro años que le quedan a Lugo, emulará a los últimos gobiernos colorados. Desde el pasado fin de semana, varias marchas de protesta campesina recorren el país.

La segunda propuesta, la reactivación económica, quedó en las declaraciones soberbias del titular de Hacienda, el fondomonetarista confeso Dionisio Borda, quien se declara ayudado por la Nacional Endowment for Democracy (NED), que según el New York Times, fue creada “para realizar públicamente lo que la CIA hace clandestinamente”.

A principios de año, presionado por los sindicatos y movimientos sociales, Borda debió encajonar un plan económico diseñado a puertas cerradas con los empresarios, sin ninguna participación de los trabajadores. Ahora dice que recién el año próximo comenzará la recuperación, aunque un misterioso cálculo le permite pronosticar la aparición de 400 mil nuevos pobres, sobre el 40 por ciento oficial, que otras fuentes sitúan en 70%.

La recuperación institucional de la república, ocupa el tercer lugar, una noble aspiración que el equipo de Lugo no alcanza, maniatado y sobrepasado por un parlamento retrógrado, mañoso, nido lascivo de viejas alimañas de todo tipo, donde se están estrellando todos los proyectos de reformas, entre ellos el impuesto personal.

Similar es el universo judicial, al que el ex obispo prometió convertir en órgano de una justicia independiente, pero sigue siendo coto cerrado de los partidos Colorado y Liberal, que han posibilitado la coronación vitalicia de los ministros de la Corte, experimentados expertos en victimizar víctimas.

El quinto punto fue un plan de emergencia nacional que, aparte algunas acciones de socorro a víctimas de catástrofes naturales, está ausente de las urgencias más inmediatas de tres de cada diez paraguayos que sobreviven en la más absoluta miseria, a los cuales la Secretaría de Asistencia Social les anda entregando unos 70 dólares de ayuda.

Otro tercio de los seis millones de habitantes, se defiende con trabajos informales. En la cresta de la marginación destacan los indígenas, parias entre los parias, deambulando haraposos y hambrientos por los pueblos, arrastrando tuberculosis, sida, alcoholismo, drogadicción y prostitución. Miles de niños hambrientos tienen las calles por hogar.

En vísperas del festejo oficial, la inoperancia del gobierno ha sido aliviada por la posibilidad de cumplir parte de su sexta reivindicación electoral, la recuperación de la soberanía energética, es decir: lograr que Brasil respete el tratado de la binacional Itaipú, por el cual los dos países son dueños a partes iguales de la energía producida.

El presidente Lula Da Silva le prometió a Lugo enmendar la injusticia, que tiene tres décadas de abusos y explotación, porque el poderoso vecino se lleva el 95 por ciento y paga mendrugos al socio pequeño por el 45 por ciento que no consume.

Brasil comenzaría a triplicar el pago de los royalties de 120 a 360 millones de dólares por año, lo cual significará un maná que, bien administrado, puede darle mucho oxígeno a Lugo, quien también habría conseguido que Brasil invierta en un inmenso tendido eléctrico y en la construcción de otro puente sobre el Río Paraná.

Durante años, Lugo supo granjearse simpatías y confianza entre la gente, visitando con humildad y franqueza a los poblados más recónditos de la geografía nacional, bebiendo mate y tereré y compartiendo mendrugos con las familias más míseras, para ver si tenían alguna idea del tipo de gobierno que los pudiera sacar de tanta marginación.

Con ese capital, que ningún dirigente partidario tiene en el país, más el aval de su prestigio como obispo, solidario con las luchas de los campesinos que reclaman tierra, Lugo comenzó a representar una carta política interesante para varios partidos y movimientos sociales que, acéfalos, buscaban una personalidad aglutinadora.

A partir de 2005 los principales referentes de las numerosas fuerzas progresistas atomizadas, más los pequeños caudillos del Partido Liberal, habían comenzado a dirigir sus miradas hacia ese jerarca religioso al que todos querían atraer, incluso sectores del propio gobernante Partido Colorado y del empresariado.

La embajada de Estados Unidos, una especie de poder monárquico dentro del Estado paraguayo desde hace unas siete décadas, también comenzó a mirar con simpatías a ese pregonador de sandalias que, por méritos propios, comenzaba a pesar en la vida política nacional. El entonces titular de la misión, James Cason, expresó su bendición, antes que el Vaticano lo dispensara.

El objetivo que avecinó a tan disímiles sectores, fue el de expulsar a la fracción colorada que se había apropiado del Estado, con el irreverente y megalómano Nicanor Duarte Frutos al frente del Ejecutivo, quien los excluía del reparto de la torta y desoía el pedido del representante imperial de otorgarle inmunidad a las tropas USA que operaran en el país.

La realidad mostraba la ausencia, entre todos los personajes públicos, de uno sólo capaz de conquistar al pueblo, porque los partidos, en su totalidad, no sólo el colorado y liberal, jamás se habían interesado en formar dirigentes de relevo, atornillados los de siempre en los sillones de mando.

Comenzaron entonces a llover las ofertas a Lugo y éste fue respondiendo a todos por igual, con una actitud dubitativa que los desconcertaba y, aunque nada dijera, siempre les sonreía, hasta que un día se decidió y le dijo a la izquierda que ellos pretendían que se lanzara a una pileta sin agua, porque nada de concreto le ofrecían.

Con la derecha fue más duro, porque manifestó que olfateaba que lo querían meter en una centrifugadora.

Así comenzó a surgir la personalidad política y a nacer la negociación que, un año y medio antes de las victoriosas elecciones de abril del 2008, culminó con la creación de la Alianza Patriótica para el Cambio, un conglomerado heterogéneo con más vocación electorera que programática, en particular de la dirección liberal.

Siete de cada diez paraguayos celebraron la victoria, al igual que las representaciones diplomáticas extranjeras, muchas de ellas apoyos vergonzantes de los sesenta años del coloradismo, más de la mitad bajo una tiranía militar criminal y hondamente corrupta.

El país fue una fiesta y la población, mayoría católica, comenzó a alimentar una esperanza como nunca había saboreado, de cambios sociales, con justicia, empleo, salud, vivienda, tierra para los pobres, tal como lo prometía el ex obispo y toda la campaña electoral de la Alianza, aunque no le faltara demagogia y oportunismo.

Al mes nomás, la principal fuerza en votos, el Partido Liberal, comenzó a mostrar la avaricia de algunas de sus corrientes internas, encabezadas por el vicepresidente de la república, Federico Franco, quien andaba diciendo “y…por ahora está él (Lugo)”.

Ese y otras groserías propias y de su entorno, develaban las verdaderas intenciones de ciertos sectores, interesados en desplazarlo en la primera oportunidad, valiéndose de las perversidades del parlamento y del Poder Judicial, aliados con grupos empresariales.

Políticos vocacionales del gatopardismo aparecieron rápidamente aliados con la parte de la derecha que había contribuido al triunfo electoral, convencida de que sería fácil cooptar a Lugo, tal como lo sugerían algunos diplomáticos extranjeros, expertos en esos raros golpes palaciegos que no trascienden pero que silenciosamente redireccionan la marcha de muchos países.

Pero los oportunistas se equivocaron en su coincidencia de explotar la inexperiencia política del nuevo mandatario quien reveló una personalidad desconocida, reiterando su compromiso de cambiar la vida del pueblo paraguayo, sacándolo de la miseria y el atraso cultural, objetivo que vuelve inevitable el enfrentamiento con los privilegiados.

La contradicción nace, entonces, y no se sabe cómo terminará, cuando Lugo insiste en respetar sus compromisos con el pueblo, ignorando que su oración de paz social, armonía, consenso, tiene por delante el muro de la desigualdad abismal que sufre el grueso de la población, víctima de más de un siglo de abusos de una minoría parasitaria, necrófila, enemiga del menor intento de modernizar el país y redistribuir la riqueza.

* Periodista.
Despacho de www.argenpress.info

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