Primeras conclusiones de la muerte de Néstor Kirchner

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Guillermo Almeyra
 La muerte del ex presidente Néstor Kirchner cambia el panorama argentino, a un año del fin del mandato de su esposa y sucesora Cristina Fernández, cuyo gobierno queda muy debilitado. Kirchner, en efecto, era (al igual que su mujer) precandidato presidencial por el Partido Justicialista y de todas las encuestas surgía que, si las elecciones se realizasen en este momento, habría tenido una ventaja de más de 10 puntos sobre el más votado de los demás candidatos.

Así habría ganado en la primera vuelta con bastante más de un tercio de los sufragios y probablemente la cifra mínima requerida porque en la Argentina gana quien tiene más del 40 por ciento más uno de los votos y diez por ciento más de su seguidor. Posiblemente, por esa razón, casi seguramente habría sido el candidato a presidente oficial aunque, teóricamente el kirchnerismo decía que el mismo sería pingüino o pingüina”, sugiriendo la posibilidad de que Cristina Fernández luchara por su relección, como inevitablemente deberá hacer ahora pero en condiciones muy difíciles.

Kirchner, en efecto, durante el gobierno de Carlos Menem, había sido un fiel gobernador menemista y había apoyado (y aprovechado) las privatizaciones, y en particular la de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa nacional, pues su provincia, Santa Cruz, es rica en petróleo. El estallido popular de diciembre del 2001 -para el cual no estaba preparado- izó a este gobernador de segunda línea a la presidencia, con el 20 por ciento de los votos y como alternativa a Menem.

Kirchner apareció así ante el aparato peronista en crisis como un tranquilizador hombre “de la casa” y ante la población como un hombre de ruptura con la derecha peronista y con ese aparato aunque, en realidad, tanto en su gobierno como en el de Cristina Fernández, los más altos funcionarios provienen o provinieron de sectores de ese pasado y Kirchner tendió puentes incluso a la derecha no peronista, como la infausta elección como vicepresidente de su esposa del radical Julio Cobos, que vota sistemáticamente contra el gobierno del cual forma parte.

La carrera política de Kirchner –no así la de su esposa, que era diputada y senadora y sólo formaba parte de la segunda fila del peronismo- le hacía tener contactos estrechos con los gobernadores peronistas de derecha, verdaderos señores feudales, al igual que con los alcaldes municipales de la provincia de Buenos Aires, que con su clientelismo y sus aparatos controlan millones de votos y con los burócratas sindicales de la Confederación General del Trabajo, también derechistas y corruptos y convertidos muchas veces en patrones, pero que cuentan también con aparatos organizadores de votaciones.

 Pero las condiciones sociales que llevaron a su elección (una protesta de masa en el 2001 que canalizó y sobre la que se montó, sin representarla pero apoyándose en ella) le permitieron también conseguir el apoyo de sectores de clase media progresistas, no peronistas –o no peronistas de derecha- como algunos radicales y socialistas y muchos intelectuales que, o se ilusionaban con sus posiciones, o lo apoyaban como mal menor frente a la derecha gorila antikirchnerista.

Su esposa, la presidenta de la República, pierde con él no sólo el estratega y el consejero fundamental sino también esa bisagra esencial para negociar con los barones municipales, siempre propensos a vender su apoyo al mejor postor, para tratar con los gobernadores derechistas y buscar dividir los aparatos adversarios, en el peronismo de derecha o en la oposición Kirchner, por ejemplo, tuvo como vicepresidente de la República al motonauta Daniel Scioli, ahora gobernador de la provincia de Buenos Aires, el distrito más poblado y con más votantes, el cual ahora es candidato a presidente in pectore de la derecha peronista y le hará sombra a la presidenta.

El kirchnerismo se debilita mucho y Cristina, aunque es capaz, inteligente, enérgica y buena oradora, difícilmente podrá ser a la vez timonel del Estado en aguas agitadas, directora de la campaña electoral para las elecciones presidenciales y organizadora política en un partido que se parece mucho a un estanque lleno de tiburones y que no tiene ideología, programa, principios, ni proyectos a medio y corto plazo.

La situación económica de la Argentina por ahora es buena y la situación social, siempre mala, tiende a mejorar, pero las elecciones se realizarán dentro de un año. Con la muerte del ex presidente el kirchnerismo ha sido fuertemente redimensionado y, por ejemplo, las ilusiones de los sectores “progresistas” de clase media, como los de Carta Abierta, también correrán la misma suerte.

Se abre así un período de reacomodamiento y recomposición de las fuerzas y las alianzas en la derecha y el centro no kirchneristas y en la confederación de tribus peronistas, y Cristina Fernández tendrá ante sí una batalla durísima si no quiere ser reemplazada por un hombre- puente entre los sectores industriales y rurales más poderosos y sus expresiones políticas y la derecha del peronismo y kirchnerismo de negocios, como el gobernador Daniel Scioli.

Se abre igualmente un año de promesas de impunidad y de compra de consensos en el establishment, pero también un año para que los trabajadores logren expresarse independientemente y organizarse para hacer frente a esta profunda crisis política y del sistema que podría empalmar con una crisis económica si la situación mundial y europea en particular se agravase y China enfriase su economía y restringiese sus importaciones de granos. Tras unos días de discursos fúnebres, sentidos o no, y de hipocresía, el vacío que deja Néstor Kirchner se hará evidente y aparecerán los chacales a plena luz.
 

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