QUÉ DECIMOS CUANDO DECIMOS DESARROLLO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

I. LA BIOLOGÍA APLICADA A LAS CIENCIAS SOCIALES

En la actualidad, el término «desarrollo» es utilizado en distintos contextos, siendo por ello un vocablo apropiado por actores de diversa índole: funcionarios del Estado, ONG, estudiantes, líderes campesinos/as, gremio magisterial, investigadores sociales, empresarios, etc…

Karen Ponciano*

Todos hablamos de «desarrollo», de la necesidad de «programas ‘viables’ de desarrollo», de la importancia de buscar un «modelo de desarrollo» adecuado para el país y/o la región y, en algunos casos, hablamos de «alternativas» al modelo de desarrollo dominante.

Discutimos enérgicamente alrededor de distintas visiones, proyectos y políticas de desarrollo. Pero ¿de qué hablamos y sobre qué discutimos? ¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué nos resulta tan natural hablar de «desarrollo»? ¿Sabemos qué es lo que este término implica, qué es lo que está detrás de las diferentes «corrientes» de desarrollo?

Estas preguntas son, a nuestro juicio, necesarias para entender cómo el «desarrollo» se ha instalado como una manera de construir y percibir la realidad social. La intención de este pequeño artículo es resaltar que la noción de «desarrollo» debe situarse en una perspectiva de transformación histórica.

Al final de la cola

La genealogía conceptual del término tiene sus orígenes en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la noción biológica de desarrollo fue progresivamente aplicada a un nuevo contexto relativo a la sociedad y la población. A ese proceso contribuyó la emergencia de la teoría de la evolución. Fue el uso creativo de esta teoría, en la segunda mitad del siglo XIX, lo que consolidó irrevocablemente el empleo del término «desarrollo» en el campo social –la llamada «era del darwinismo social».

Se argumentaba –escribe Anthony Giddens a propósito de los darwinistas sociales– que las sociedades humanas, al igual que los organismos biológicos, luchaban entre ellas para sobrevivir. «Las sociedades ‘modernas’ –se decía– salieron ganadoras de tal lucha, y por ello representan el estadio más avanzado en materia de progreso social realizado hasta la fecha». El darwinismo social logra entonces articular una noción de superioridad occidental en relación a otras sociedades.

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Incluso en nuestros días es posible rastrear este imaginario en discursos, programas y políticas. A pesar de haber sido fuertemente criticado, continúa moldeando los fundamentos de la utilización actual del término «desarrollo» y de su contraparte: el «subdesarrollo».

Este último constituía un espejo negativo; es decir, una afirmación de la falta de desarrollo (la no presencia o la ausencia de desarrollo). Los países «subdesarrollados» fueron transformados en un espejo invertido de la realidad de los industrializados: un espejo que los desvaloriza y los envía al final de la cola; un espejo que define su identidad –que de hecho es aquélla de una mayoría heterogénea y diversa– en los términos de una minoría homogenizante, explica Gustavo Esteva.

Un mundo de sabelotodos

Varios autores han puesto en evidencia cómo se estableció una «era del desarrollo» en los años posteriores a la segunda guerra mundial. En efecto, a partir de la década de los cuarentas se crea un vasto dispositivo de intelectuales, expertos y tecnócratas ligados al desarrollo cuya presencia se hace notoria en casi todo el mundo. Guatemala no es la excepción: ya en 1951, el entonces Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo organizó una misión técnica en el país para plantear estrategias desarrollistas.

Al mismo tiempo, la aspiración de desarrollo se constituye en una necesidad indiscutible: una aspiración que inevitablemente forma parte de nuestras reivindicaciones sociales.

Así, desde finales de los años cuarentas del siglo XX hemos presenciado diversas iniciativas, propuestas, políticas o proyectos de desarrollo con infinidad de apellidos: desarrollo industrial, desarrollo rural, desarrollo humano, ecodesarrollo, desarrollo sostenible, «Mujeres en Desarrollo», etc. Muchas veces seguimos a ciegas tales iniciativas sin cuestionar el concepto de desarrollo que nutre estas propuestas.

¿Por qué es valioso detenernos a examinar los pasos por los que ha transitado el desarrollo? Simplemente porque esta reflexión nos ayudaría a entender que el «concepto de desarrollo» que manejamos unos y otros (agencias internacionales, organizaciones sociales, académicos, funcionarios, etc.) refleja una noción de lo que «debe ser» entendido como desarrollo. Y de ello dependen, precisamente, las estrategias que se formulen. Si no analizamos qué es lo que se utiliza como concepto de desarrollo, es posible que ni siquiera nos interroguemos hasta qué punto las estrategias que proponemos estén reforzando un modelo reproductor de desigualdades sociales.

Y ellas cargando al mundo…

En el caso de las mujeres, hay una multitud de perspectivas que se han implementado a nivel mundial para tratar las relaciones entre mujer y desarrollo. Sin embargo, es alarmante constatar que el tema de la mujer, que surge como una alternativa al paradigma del desarrollo dominante en los años setentas, ha sido incorporado al discurso y prácticas hegemónicos actuales.

Una perspectiva histórica de las estrategias que «incorporan» a la mujer nos permitiría cuestionar el hecho de que éstas han funcionado como un elemento legitimador de un Estado cuya fuerte tendencia es implementar políticas de desarrollo que dejan la responsabilidad de la sobrevivencia en manos de las mujeres, los grupos familiares, las comunidades u organizaciones comunitarias.

Se refuerza así una lógica de desobligación del Estado en materia de gasto social.

En relación a las políticas de desarrollo rural, habría que analizar por qué el énfasis puesto a lo largo de los años sobre la productividad de las mujeres excluye elementos decisivos para comprender su situación, tales como las relaciones de poder entre hombres y mujeres, los conflictos de intereses dentro del grupo doméstico, a nivel comunitario, regional o nacional, o el desigual acceso al poder y a los recursos.

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II.
ENFOQUES QUE SE COMPLEMENTAN. DISTINTAS PERSPECTIVAS

En Guatemala, donde se carece de un plan de desarrollo para el país, diferentes instancias organizativas de la sociedad civil han diseñado propuestas de desarrollo rural nacional, unas con enfoque social y otras empresarial.

Las primeras se han presentado en diversos foros y mesas de trabajo; las segundas forman parte de programas de gobierno, políticas públicas e iniciativas de ley.

Jacqui Torres / Rosalinda Hernández Alarcón **/

Existen variadas experiencias en el campo que buscan mejorar la calidad de vida de las comunidades en su lucha por el desarrollo y la democracia en Centroamérica. Diversas agrupaciones locales y organizaciones no gubernamentales tienen como objetivo el mejoramiento económico. Unas centran sus esfuerzos en procesos de producción y comercialización; otras incluyen la formación y capacitación de líderes en aspectos políticos, legales, organizativos y administrativos, también como parte del desarrollo local.

Evaluar cómo se fomenta el desarrollo en las áreas rurales tiene validez dado que la mayoría de sus habitantes vive excluida, pobre y discriminada. El conocimiento de distintas reflexiones podría ayudar a una justa apreciación de la realidad.

Políticas diferenciadas

Plataforma Agraria se define como una alianza multisectorial que lucha por el desarrollo rural. A partir de la reflexión crítica sobre su experiencia, realizada con sus organizaciones del occidente de Guatemala, identifica a la finca como el sistema de abuso de poder que ha privilegiado el desarrollo de finqueros mediante el sometimiento de campesinos e indígenas.

Este sistema «es responsable de las grandes grietas entre el campo y la ciudad… viola todos los derechos, en especial los de las mujeres», porque ellas sufren opresión en el hogar, la organización, la comunidad y la sociedad.

Para Plataforma Agraria, esta forma de gobernar ha llevado a que las áreas rurales sean las más pobres y las mujeres afronten mayor discriminación y exclusión. Con base en tales aseveraciones, plantea que el desarrollo rural pasa por políticas de distribución de la riqueza, con equidad de género y étnica, es decir, diferenciadas para que respondan «a mujeres y hombres, indígenas y no indígenas; especificidades locales y regionales, así como actividades diferentes» (agrícolas y no agrícolas).

Define el desarrollo rural como «el avance progresivo y organizado de cambio hacia una vida digna y justa en lo social, político, económico, cultural y ambiental».

Plataforma Agraria habla de poner en el centro a las comunidades rurales, y en su Ideario Político aboga por «el poder a los de abajo». Afirma que ello pasa por promover cambios estructurales en el agro, además de construir nuevas relaciones en lo público, privado, personal y colectivo; incidir en la toma de decisiones y disputar recursos con el Estado y aquellos sujetos que tienen «el poder opresor». Defiende la incorporación de las mujeres a los procesos políticos y toma de decisiones, así como la necesidad de que también los hombres realicen oficios domésticos.

Al comparar algunos de sus planteamientos con respecto a su práctica, en la dirección nacional de Plataforma Agraria participan representantes indígenas, mestizos, campesinos y no campesinos, aunque hay pocas mujeres. Red Mujeres, integrante de esta alianza, solicitó en el 2005 la incorporación de ocho de ellas a su dirección política nacional, pero debido a las dinámicas de las organizaciones y la carga de las tareas reproductivas, hasta la fecha sólo dos se han incorporado.

Existe un vacío en la formación política para las mujeres, ya que sobresalen las capacitaciones técnicas y algunas refuerzan roles que históricamente les asigna la sociedad, como bordar, cocinar, hacer arreglos florales, entre otros.

Vía Reforma Agraria Integral

En los planteamientos de la Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (CNOC) resalta la promoción del desarrollo rural a través de una reforma agraria con medidas de corto, mediano y largo plazos. Al igual que Plataforma Agraria, demanda la distribución de recursos. Su propuesta contempla dos temas transversales: la identidad indígena y los derechos de las mujeres. Además contiene elementos referidos a la agricultura alternativa, participación social y otros.

En el apartado de equidad de género menciona que «hombres y mujeres deben tener los mismos derechos y oportunidades y compartir responsabilidades en diferentes ámbitos (familia, comunidad, organización, etc.)».

A criterio de Susana Vásquez, de la dirigencia de esta coordinadora, el desarrollo con equidad implica que las políticas aseguren el acceso de las mujeres a educación, vivienda, salud y otros servicios básicos, además de la tierra. «Es indispensable que como prioridad se cubran los derechos básicos y luego se piense en la inversión, capacitación y tecnificación de programas para ellas», enfatiza.

La lideresa de CNOC considera inadecuado tener como un apartado el tema de género, ya que puede alimentar uno de los temores más grandes de los hombres: la división. Sugiere que los planteamientos con igualdad se aborden a lo largo de todo el contenido de la propuesta de desarrollo rural.

En su opinión, una de las principales debilidades en las organizaciones sociales es hacer la separación entre lo político y lo técnico. «Ello lleva a pensar que tenemos más capacidades técnicas y nos colocan en esos espacios, sin darse cuenta que de esa forma limitan nuestra participación política. Y tenemos que aprenderla en la cotidianidad de la organización y con formación», afirma. Los esfuerzos para incorporar a las mujeres en los máximos espacios de decisión han tenido resultados, ya que actualmente hay compañeras en el Comité Ejecutivo de CNOC.

<1b>Enfoque territorial

El concepto «territorio y memoria» fue abordado en el III Congreso Campesino, al que asistieron delegadas/os de CNOC, Alianza de Mujeres Rurales (AMR) y Coordinación Nacional Permanente sobre Derechos Relativos a la Tierra de los Pueblos Indígenas (CNP-Tierra), con presencia de un 45 por ciento de mujeres.

Estas tres agrupaciones sostienen que el territorio es parte de la historia, cultura y espiritualidad de los pueblos; además son los conocimientos sobre el manejo de la tierra, biodiversidad, ecosistema, subsuelo y recursos naturales. Es donde mujeres y hombres, sin importar edades, tejen las relaciones sociales y comunitarias.

Con base en lo anterior, acuerdan luchar frente al despojo que continúan realizando empresas nacionales y transnacionales, así como superar la separación impuesta entre lo urbano y rural para avanzar hacia un desarrollo integral a nivel nacional.

«Estamos construyendo un movimiento indígena y campesino de lucha y defensa de la vida, del territorio, la dignidad y la soberanía de los pueblos, y contra toda forma de opresión (capitalista-neoliberal, racista, colonial y patriarcal), para la construcción de una nueva sociedad».

En su Ideario Político, Plataforma Agraria explica que el triángulo de poder Estado-Finca-Capital transnacional ha convertido al territorio en un dominio político-militar que concentra y saquea, transforma a las personas en objetos de trabajo y de consumo; asimismo, convierte en mercancías a casi todos los componentes de la naturaleza, reprime y crea terror.

Plataforma Agraria propone constituir una fuerza territorial a fin de eliminar el poder del sistema finquero. «Para que nuestra rebeldía se fortalezca necesitamos recuperar y recrear nuestras prácticas comunitarias»; construir espacios más cooperativos, empezando en la familia; «compartir la autoridad y la responsabilidad en las tareas cotidianas, sin desigualdades ni estereotipos sexuales»… Esta alianza considera que lo más importante para crear esa fuerza territorial es recuperar la confianza, democratizar la organización, promover la inconformidad y forjar coaliciones que luchen por la emancipación.

Visión empresarial

Las cúpulas empresariales (Cámara del Agro, CACIF) y el gobierno de Óscar Berger coinciden en impulsar un desarrollo que promueve las exportaciones, las inversiones extranjeras, la competitividad, la industria turística y un clima favorable para los negocios. Estos objetivos están contenidos en la política gubernamental denominada «Desarrollo Rural Integral».

Si bien introduce algunas frases con enfoque de género, muestra superficialidad, ya que las líneas de acción son muy generales y carecen de referentes que permitan hacer realidad los derechos de las mujeres.

Lo que sí deja claro es que descarta la redistribución de la riqueza; en su lugar da preeminencia al mercado sobre los valores de justicia social y bien común. Para la economía rural prioriza el ordenamiento territorial, el establecimiento de pactos para la competitividad y los clusters productivos.

Experiencias locales

Juan Lucio Rodríguez, presidente de la Coordinadora de Comunidades de Usulután, El Salvador, opina que el concepto de desarrollo rural implica, además de contar con infraestructura y promover aspectos productivos, tener oportunidades al conocimiento y la conciencia de proteger los recursos (naturales y humanos) de la comunidad al igual que mantener su armonía.

Al referirse a la población femenina, el líder campesino salvadoreño explica que históricamente existe un patrón que otorga un papel secundario a la mujer; también hay una falsa apreciación dentro de algunas organizaciones que aseguran aplicar el enfoque de género en su lucha por el desarrollo sólo porque en sus reuniones participan compañeras, sin tomar en cuenta los derechos y aspiraciones de ellas, y sin saber cómo lograr la equidad porque «los hombres somos machistas».

La ex alcaldesa de la Municipalidad Indígena de Sololá, Dominga Vásquez, explica que en Guatemala no hay «democracia, que significa tratar con igualdad a todas las personas, y si hablamos de desarrollo tampoco existe», porque sólo unas cuantas familias han tenido el acceso a las oportunidades; agrega que «la mayoría de gente no las tiene para poder desarrollarnos a nivel individual y de grupo, por nosotros mismos, sin estar dependiendo de otras personas, otros grupos u otros países».

Ella opina que en su localidad tienen que trabajar dos procesos al mismo tiempo. La formación la vinculan con proyectos productivos; las mujeres «no participan si no hay algo que sea productivo, que las apoye económicamente porque hay mucha pobreza».

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* Investigadora de AVANCSO.

**Periodistas
En revista La Cuerda, de Guatemala.

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