Que no se diga: 1.020 millones de personas pasan hambre en 2009

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Vicente Romero*
Está costando muchos esfuerzos, discretamente realizados en los entretelones de la economía y la diplomacia internacionales. Pero la alambicada estrategia del silencio está dando los frutos deseados: los grandes medios de comunicación no prestan atención al tema que debería ocupar sus portadas. Y prácticamente nadie habla de lo que constituye el mayor escándalo mundial: el hambre se agrava cada día más. (Ver más abajo el informe de la FAO).

Un mes atrás Josette Sheeran, directora del Programa Alimentario Mundial (PAM) de Naciones Unidas, anunció que la cifra de hambrientos había superado por primera vez los mil millones de personas. Y advirtió que continuaría aumentando, ya que la ayuda humanitaria se encuentra “en un mínimo histórico”. El PAM sólo dispone de 1179 millones de euros, frente a los 4585 millones que precisa para dar de comer a 108 millones de empobrecidos en 74 países.

Las grandes potencias económicas mundiales hacen oídos sordos ante los gritos de alarma que surgen de las agencias humanitarias. Los embajadores escuchan en silencio las peticiones de ayuda económica del PAM. Y los burócratas que administran presupuestos multimillonarios argumentan en voz baja que “a causa de la crisis económica internacional, no hay fondos para afrontar el problema”. Sin embargo, Josette Sheeran asegura que bastaría con dedicar a la lucha contra el hambre “menos del uno por ciento del dinero público invertido en ayudar a las entidades financieras” durante el último año.

Pero no es sólo la crisis. Hay otra razón (¡cuesta emplear esta palabra!) para explicar la disminución de la ayuda alimentaria, más allá del extremo latrocinio bancario que denominamos crisis financiera: la producción de agrocombustibles. Los Estados Unidos han suspendido su aportación mayoritaria de excedentes de granos, porque los dedican a fabricar biodiésel. (El año pasado quemaron así 138 millones de toneladas de maíz, un tercio de su cosecha.) Y una directiva de la Unión Europea impulsa las energías alternativas de origen vegetal. Así, en nombre de la estabilidad económica (hacer frente a la crisis), de la ecología (producir combustibles más limpios), y de la geoestrategia de las naciones dominantes (reducir la dependencia de sus importaciones de petróleo) se condena a la desnutrición y la muerte a millones de seres humanos.

Se trata de un exterminio tan políticamente correcto como fríamente programado. Basten dos ejemplos: se limita drásticamente o se suprime la ayuda a países como Bangladesh (donde 700.000 niños están amenazados de muerte por el hambre) y se reduce la alimentación de la población desplazada en Somalia o de los refugiados en Kenia de 2200 calorías diarias a sólo 1500, lo que significa que la ONU distribuya raciones insuficientes, muy por debajo del mínimo vital.

La mayor vergüenza está en la propia Secretaría General de la ONU que, desde el relevo de Kofi Annan por Ban Ki-moon, está desarrollando una tan sorda como despiadada política de complicidad con los grandes núcleos del poder económico mundial. Los reemplazos de algunos altos funcionarios han sido claves. Resulta especialmente llamativo el cambio de tono en los informes y posicionamientos del relator especial sobre Derecho a la Alimentación: mientras que Jean Ziegler denunciaba a los fabricantes del hambre exigiendo que se pusiera fin a la mortandad, su sucesor en el puesto, Olivier de Schutter, plantea la necesidad de discutir la cuestión más a fondo. Lo que en palabras de Ziegler era un crimen intolerable, para Schutter parece reducirse a un problema administrativo.

Que no se diga. Que las cotizaciones de Bolsa ocupen sus minutos diarios en los informativos y sus páginas habituales en los periódicos. Que nadie pierda el sueño. Que nadie recuerde las cifras que Ziegler nos arrojó a la cara: cada cinco segundos muere de hambre un niño menor de diez años, cada cuatro minutos fallece alguien por falta de vitamina A, cada día 24.000 seres humanos perecen por falta de alimentación y 100.000, por las consecuencias derivadas de la desnutrición.

*Periodista de Página/12, Argentina

Primero, la crisis está afectando a una gran parte del mundo de forma simultánea, reduciendo la posibilidad de mecanismos tradicionales de defensa como la devaluación de la divisa, solicitar créditos, el mayor uso de la ayuda oficial al desarrollo o las remesas de los emigrantes.

En segundo lugar, la crisis económica llega tras una crisis alimentaria que ya ha debilitado las estrategias de supervivencia de los pobres, golpeando a aquellos más vulnerables a la inseguridad alimentaria en un momento de debilidad. Enfrentados al alza de los precios domésticos de los alimentos, la disminución de ingresos y empleo y tras haber vendido sus activos domésticos, reducido el consumo de alimentos y recortado gastos en aspectos esenciales como la atención sanitaria y la educación, estas familias se arriesgan a caer aún más hondo en la trampa del hambre y la pobreza.

Economías más vulnerables

El tercer factor que diferencia esta crisis de las anteriores es que los países en desarrollo se encuentran más integrados -a nivel financiero y comercial- en la economía mundial que hace 20 años, los que les hace más vulnerables a las fluctuaciones de los mercados internacionales.

Muchos países han experimentado descensos generalizados en sus flujos comerciales y financieros, y han visto caer sus ingresos por exportaciones, la inversión extranjera y las remesas. Ello no reduce solamente las oportunidades de empleo, sino también el dinero del que disponen los gobiernos para programas que promueven el crecimiento y de apoyo a las personas necesitadas.

Las 17 economías más importantes de Latinoamérica, por ejemplo, recibieron en 2007 unos 184 000 millones de dólares en entradas financieras, que se redujeron a menos de la mitad en 2008 con 89 000 millones y se espera que suceda lo mismo en 2009, con 43 000 millones, según la FAO. Esto significa que deben reducir el consumo, y que para algunos países de bajos ingresos y déficit de alimentos (países PBIDA, ndr) el ajuste del consumo puede implicar disminuir importaciones de alimentos muy necesarias y de otros bienes como equipos médicos y medicinas.

El informe incluye casos de estudio compilados por el PMA en cinco países: Armenia, Bangladesh, Ghana, Nicaragua y Zambia, mostrando que las familias se ven afectadas por el descenso de las remesas y otros impactos de la crisis económica y la forma en que los gobiernos están respondiendo ante la crisis con inversiones en agricultura e infraestructuras y extendiendo las redes de protección social.

El informe señala que estas intervenciones ayudarán a salvar vidas y familias, pero debido a la gravedad de la crisis, es necesario hacer mucho más.

La FAO y el PMA continúan defendiendo un enfoque de doble vía para hacer frente la gravedad del hambre aguda a corto plazo -provocada por la escasez de alimentos- y el hambre crónica a largo plazo, que es sintomática de la extrema pobreza, como forma de alcanzar soluciones duraderas.

"Los pequeños campesinos necesitan acceso a semillas de alta calidad, fertilizantes, abonos y tecnologías para poder impulsar la producción y la productividad", subrayó Diouf. "Y sus gobiernos -concluyó-necesitan herramientas económicas y políticas para garantizar que los sectores agrícolas de sus países son a la vez más productivos y más resistentes frente a las crisis".
 

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