¿Quién ordenó matar a Víctor Jara?

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Manuel Salazar*

Entre los detectives que investigan el asesinato de Víctor Jara, existe la convicción de que un oficial de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes fue quien disparó a la cabeza del artista mientras era torturado en los subterráneos del Estadio Chile en los días que siguieron al golpe de Estado. Saben su nombre, tienen su fotografía y conocen su paradero.

La certeza policial, sin embargo, no sirve de mucho en los tribunales si no se adjuntan las pruebas para demostrar la participación del inculpado. Al respecto, existe una larga lista de casos en la justicia chilena donde la premura de los acusadores permitió que los responsables eludieran temporal o definitivamente su procesamiento y condena.
En febrero de 1990, por ejemplo, el diario La Nación publicó una fotografía de Jorge Vargas Bories, agente de la CNI, autor material del asesinato del periodista José Carrasco Tapia y cómplice de otros tres homicidios cometidos en venganza por el atentado al general Augusto Pinochet en septiembre de 1986.

Semanas después de la aparición de la fotografía, Vargas Bories fue detenido y presentado, en una rueda de reconocimiento, a testigos del secuestro de Carrasco. La defensa del agente de la CNI argumentó que su identificación no era válida, porque los testigos estaban inducidos a reconocerlo debido a la fotografía publicada por La Nación. Y Vargas Bories quedó libre “por falta de méritos”, según sentenció la Corte Suprema en aquella oportunidad.
La filtración de la fotografía a la prensa, aparentemente, fue una maniobra de la inteligencia militar para invalidar la identificación del asesino.

El magistrado que llevaba el proceso Aquiles Rojas, decretó una prohibición de informar que se prolongó hasta 1996, la más larga de la historia judicial. Al levantarse la prohibición, el juez Rojas se enfermó y fue reemplazado por la magistrada Dobra Luksic, quien avanzó con habilidad y decisión en la causa, traspasandola luego al juez Hugo Dolmetsch. Finalmente llegó a manos del juez Haroldo Brito, quien el 31 de diciembre de 2006 dictó condena en primera instancia en contra de 14 agentes de la CNI, Vargas Bories entre ellos, por el homicidio de José Carrasco, Gastón Vidaurrázaga, Felipe Riveros y Abraham Muskablit. Habían transcurrido más de 20 años.

En el caso de Víctor Jara ya van más de 36 años sin que la justicia pueda hacer verdad sobre las circunstancias de su muerte, e identificar a los autores y cómplices del asesinato. Se sabe que en algún momento de los días 16 ó 17 de septiembre de 1973, el cantautor fue conducido a un interrogatorio en un camarín de los subterráneos del Estadio Chile. Oficiales y conscriptos presentes seguían órdenes, en una estricta y clara línea de mando.

La Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, al mando del coronel Manuel Contreras Sepúlveda, destacó en Santiago a dos compañías para cooperar en el golpe y en las acciones posteriores. La fuerza era encabezada por el teniente coronel Alejandro Rodríguez Fainé, subdirector de la Escuela. Las compañías, a su vez, estaban al mando de los capitanes Germán Montero y Eugenio Videla Valdebenito.

De la segunda compañía, dos secciones fueron destinadas al Estadio Chile. Cada una bajo las órdenes de un teniente y dos subtenientes. La sección que se presume estaba a cargo de la custodia de prisioneros en el momento del asesinato de Víctor Jara la comandaba el teniente Nelson Haase Mazzei, quien ha negado su presencia en el Estadio Chile y en Santiago para esas fechas.

Lo que sorprende, hasta ahora, es que ninguno de los oficiales mencionados ha podido identificar a los soldados bajo su mando en aquellos días, pese a que muchos de ellos fueron sus camaradas por largos años. No parece creíble tampoco que un teniente o subteniente haya obrado por su propia cuenta al asesinar a Víctor Jara.

Es posible, entonces, suponer que alguien de la cadena de mando a la que obedecía el autor del primer disparo ordenó la muerte del folclorista, un mando que hasta hoy genera un miedo paralizante. En esto radicaría el impenetrable pacto de silencio entre oficiales y conscriptos que impide conocer la verdad de este ccrimen que conmovió al mundo.

*Periodista chileno, columnista de Punto Final

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