Ratzinger en Madrid

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En 1981, cuando era cardenal de Munich (Alemania), Juan Pablo II le llamó a Roma y le designó prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición. En un tiempo en el que la Teología de la Liberación recuperaba el mensaje original de Jesús y lo extendía entre los pueblos oprimidos de América Latina, desde Nicaragua y El Salvador a Chile, Brasil o Argentina, Ratzinger se convirtió en el puño de acero que utilizó Juan Pablo II para perseguir a sus principales representantes, como Leonardo Boff, a quien en 1985 procesó y condenó a un año de silencio y le destituyó de todas sus funciones en el campo religioso. El Vaticano, convertido en Estado por la gracia de Mussolini, nunca ha albergado dudas sobre dónde está su lugar.

Son muchas las voces que desde la Iglesia de base (sacerdotes, teólogos, laicos…) se han alzado contra el formato y los contenidos de la visita papal a Madrid, como se puede ver en www.asinovengas.es, incluso que rechazan los abusivos privilegios de la Iglesia católica en un estado que se define constitucionalmente como “aconfesional”. Estos sectores cristianos, cuyo trabajo se enfoca hacia la justicia social, la igualdad y la libertad y no hacia la obsesión con el sexo, apuestan por una iglesia plural y participativa en un estado que para ser auténticamente democrático debiera ser laico.

Como ha escrito Juan Arias en El País: “El gran pecado del Vaticano, de esa Iglesia oficial que no acaba de liberarse del poder temporal que no le corresponde, es su miedo a que los hombres sean felices, porque es la felicidad, y no la angustia ni el sufrimiento, lo que terminará por hacer libres a las mujeres y a los hombres. De ese pecado debería no solo confesarse, sino pedir perdón a toda la humanidad”.
 

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