Recado de la vergüenza: ¡Bielsa, váyase!

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Wilson Tapia Villalobos.*

Bielsa, quiero tratarlo como a usted le gusta. Sin nuestro exagerado apego a las formas, que más que respeto a las instituciones o cercanía a la juridicidad, esconde un tufillo de hipocresía. El Bielsa, a secas, me parece adecuado. Mantiene la lejanía suficiente que impone el no conocimiento personal. Voy directo al grano. No entiendo por qué no se ha ido todavía.

Sé que hay un contrato que lo liga con la Asociación Nacional de Fútbol Profesional. Pero está claro que las condiciones en que lo firmó cambiaron. ¡Y de qué manera! En estos días, su vida no debe ser fácil. Está metido en el centro de un huracán que sólo ayudó a crear con algunas brisas que nacieron de su desubicación. Pero el ojo mismo de la tormenta nos corresponde a los chilenos. A todos los que nacimos aquí y hemos permitido, casi sin que se nos mueva un músculo, que pasen las cosas que pasan.

Para explicarme, no iré tan atrás como para llegar a la dictadura. Usted conoce de esas cosas y en el debido momento asumió que lo de poner la otra mejilla es para santos que estén dispuestos a favorecer al fascismo, por santidad o por miedo. Le hablaré, entonces, de la actualidad.

Hace tres años llegó a cumplir con un trabajo profesional. Venía con un currículo impresionante. Pese al ostracismo en que había caído después de su paso por la selección argentina, todos lo reconocían como un profesional maniático del perfeccionismo, apasionado por su trabajo y fiel, hasta el sacrificio, a sus convicciones. (De allí el apodo de “loco”, que debe habérselo endilgado alguien cuya mirada no rasguña más que la superficie).

Y aquí, a poco andar, pulsó alguna fibra que hizo vibrar al cuerpo nacional. Tal vez fue cuando se disculpó, en la primera conferencia de prensa que ofreció, por el alto salario que ganaría. Y lo hizo porque sabía —y lo dijo— que la inmensa mayoría de los amantes del fútbol jamás podrán aspirar a tales ingresos.

Después fue avanzando en el cariño. Por los triunfos, por el silencio en que trabajaba, por no aprovechar a los medios para mandar mensajes a nadie. Y, quizás, porque muchos comenzaron a conocerlo más íntimamente. Los que se acercaron a trabajar con usted. Aquellos que lo recibieron por cercanía, en fin.

Ahora estamos en el epílogo. Y aquí, Bielsa, déjeme decirle, entró atravesado. No digo equivocado. Creo que tiene la razón. Pero sus razones no valen en esta sociedad en que nos hemos convertido. Aquí los ciudadanos dejaron de serlo. Somos sólo consumidores.

Usted pretendió caminar ufano por estos pedregosos caminos sin reconocer los baches. No fue obsecuente con el presidente Piñera. No se río de buena gana cuando él lo llamó "Loco", en su propia casa, en Juan Pinto Durán. Después vino el desencuentro de manos, en La Moneda. El ignorar al subsecretario de Deportes, ¡que es nada menos que un Ruiz Tagle! Y coronó todo con una conferencia de prensa tipo Fidel Castro —no por el contenido, sino por la extensión— en que trató de dar argumentos técnicos para desbaratar una manipulación económico-política. ¡Error!

Eran manos muy fuertes las que estaban contra los suyos y si usted caía en la rodada, bien merecido se lo tenía, pensarían. O, tal vez, llegaron a creer que su amor por los morlacos sería superior a su amor por las ideas. No lo conocen, Bielsa.

Para que no se vaya tan despistado como llegó, quiero decirle algo del país en que está. Éste es un laboratorio neoliberal en el que para que los empresarios conozcan la pobreza, el ministro de Planificación, Felipe Kast, tiene que contratar a un actor que se disfrace de menesteroso. Ocurrió recién ayer, en el Encuentro Nacional de Empresarios (ENADE 2010). Como si Chile no fuera una de las diez naciones que peor reparten la riqueza en el mundo.

Eso significa que hay cerca de un 17% de población viviendo en condiciones miserables. Otro 30% tiene que hacer ingentes esfuerzos para subsistir. Y el señor ministro debe recurrir al ingenio para mostrarle a los dueños de Chile lo que son sus trabajadores, sus empleadas domésticas, las "nanas" que cuidan a sus niños.

Los verdaderos propietarios se han hecho cargo de su feudo. Durante los últimos veinte años permitieron que el poder político estuviera en otras manos. Ahora eso se acabó por inconsecuencias de quienes gerenciaban el sistema. Y el fútbol es otra arista de esta gran empresa llamada Chile.

Es lo que explica que el Presidente de la República siga teniendo acciones de Colo Colo y que, en compañía de su consuegro, sean dueños de casi el 50% de esa compañía. ¿Qué tiene que ver esa nomenclatura con su visión del fútbol? Poco ¿no?

Usted era un ser molesto en este paisaje en que la disonancia es castigada. Y sólo lo horquillaron para que se fuera. Agradezca que no lo acusaran de terrorista.

Créame, lamento su partida. Pero usted concibe al hombre como un ser integral. Por eso defiende a su jugador acusado de consumir cocaína. Porque entiende que “no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro”. Porque así siente al ser humano. Pero cuando se ve a mujeres y hombres sólo como engranajes, los futbolistas pasan a ser lo mismo. Y los aficionados, meros consumidores que terminarán yendo al mall para comprar su cariño por la camiseta.

Váyase, Bielsa. Ojalá haya algún lugar en el mundo en que aún imperen la cordura y la ética. En que el respeto humanista tenga sentido. Aquí perdió la batalla, aunque ganó millones de corazones. Y sé que eso es más importante para usted.

Gracias por el intento.

* Periodista.

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