Ricardo Claro: cuando el tiempo se acaba

1.331

Wilson Tapia Villalobos*

Murió Claro. Hay verdades del porte de una catedral. Que “en la noche todos los gatos son pardos”, indesmentible. Que “no hay mal que dure 100 años, ni tonto que lo soporte”, irrefutable. Debe haber otras, pero yo me quedo hasta aquí no más. Iba a agregar que “todo se paga en esta vida” y me retaqué. Lo pensé mejor. Transformé mi pre pensamiento en análisis y me entró a corroer la duda.

Capaz que este adagio sea mucho más profundo. Y lo que uno cree que dice, no lo dice. Por lo menos, no literalmente. Si se mira con atención cuánto sátrapa, bellaco, crápula, ruin, abyecto, truhán, astroso ha pasado por la vida como si nada. O el adagio es una estafa o la muerte puede ser un castigo. Y si es así, claro que nadie se escapa, nadie queda sin pagar. Dejo hasta ahí mi digresión, porque estoy lejos de la necrolatría.

Y todo esto porque me impactó la muerte de Ricardo Claro Valdés. A los 74 años murió, como cualquiera. Un paro cardíaco, y listo. En su última actividad pública asistió a la presentación de la ópera Las bodas de Fígaro. Elegante. Pero después, como mortal ordinario, sintió un dolor al pecho y se nos fue.

Hombre sin hijos, la historia que vendrá será alrededor de los US$ 2.000 millones en que se calcula su fortuna. Y habrá que ver quien lo reemplaza al frente del imperio que comprende una compañía naviera, Cristalerías Chile, Elecmetal, Viña Santa Rita y algunas minucias componentes del Grupo Claro, su bufete Claro y Cía., un canal de TV, la revista Capital y el Diario Financiero. La Iglesia Católica debe estar sobándose las manos.

Este hombre extremadamente pío, sabía sorprender. En 2001, la revista El Sábado de El Mercurio hizo una encuesta. Allí fue elegido el personaje más temido de Chile. Su imagen pública se fue cimentando sobre la base de episodios en que los enfrentamientos no estaban ausentes. Y en ellos, no había tregua.

Según los periodistas Alejandra Delgado y Sebastián Foncea, todo comenzó en 1956, cuando Claro denunció a Silvia Soto. Ambos eran estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile. La diferencia, él era un católico ultra ortodoxo, militante de la Juventud Conservadora, ella, comunista. Corrían los tiempos de Carlos Ibáñez del Campo y la Ley de Defensa de la Democracia, que perseguía a los comunistas, continuaba en vigor desde que la inaugurara Gabriel González Videla.
   
Silvia Soto fue detenida. Ricardo Claro fue expulsado de la Federación de Estudiantes de Chile (FECH). Es el primer un único caso en que ha ocurrido tal cosa desde la creación de la FECH, en 1906.
   
No sólo el celo ideológico lo impulsaba. El rencor y la venganza eran otros motores potentes. Lo supo Edmundo Eluchans Malherbe. En una reunión del directorio de la Compañía de Cervecerías Unidas (CCU), Claro y éste tuvieron una fuerte diferencia de opiniones. Edmundo se dejó llevar por el ímpetu. Le espetó: “Enano eunuco”. Pasaron años, hasta que Ricardo tuvo su oportunidad. Eluchans debía defenderse de una querella presentada por terceros. Claro se hizo cargo del juicio y terminó con su enemigo en la cárcel.
   
Si se debiera seguir la cronología, habría que hablar de la relación de este beatífico personaje con la dictadura militar. Desde el comienzo prestó colaboración. Dos de sus barcos de la Sudamericana sirvieron de cárcel y calvario en la primera etapa del golpe. También se le responsabiliza de haber cumplido su amenaza de castigar los trabajadores de Elecmetal que osaron desafiarlo durante el gobierno de la Unidad Popular, cuando se le intervino la empresa. Varios de los dirigentes sindicales fueron muertos después de que se los llamara a dialogar con los dueños, en días posteriores al golpe.

Entre 1973 y 1975 fue asesor de la Cancillería dictatorial. Luego embajador plenipotenciario en China. Jamás llegó, a ser canciller, como parece haber sido su objetivo, o al menos así pensaba el general Pinochet. Para éste, allí estaba la razón de que Claro lo adversara en los últimos años de su régimen.
Frente a estas experiencias, el Piñeragate es un juego de niños. Y todavía allí hay otra venganza. Lo que aún queda por dilucidar es si la operación que había montado para oponerse a los designios de Sebastián Piñera, alguien la continuará.

Evelyn Matthei considera que esta era su oportunidad. Detrás de su sorprendente ímpetu presidencialista, parecía estar la mano diestra de Claro. Nada de eso se sabrá, al menos no a través de la voz del autor de la maquinación.

Ha partido Ricardo Claro. Para muchos, un hombre bueno, pío y probo. Tanto, que ostentaba desde 1992 la Orden San Silvestre, que otorga el Vaticano. Silvia Soto, en cambio, cuando lo veía en sus campañas moralizadoras acompañado del cura Hasbún en el Mega, lanzaba la misma frase: “Sigue siendo el canalla de siempre”.

Tal vez hasta ahora el empresario Juan Carlos Délano siga pensando que era “una bosta”.
Nunca se sabe. Cuando el tiempo se acaba, todos los muertos son bueno… si es que la memoria falla.

* Periodista.
Sobre Ricardo Claro puede leerse una aproximación a su biografía
aquí

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.