Separatismo y políticas de clase en América latina

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James Petras*

En todo el mundo hay un aumento de movimientos regionales, “subnacionales”, cuyas exigencias van desde una mayor “autonomía” a la completa independencia. Muchos analistas han debatido sobre la aparente paradoja que hay entre la creciente integración global de las economías y la creciente fragmentación de las naciones-estados. Una mirada más atenta a las dinámicas internas de los conflictos regionales y a las estrategias externas imperiales desenreda la “paradoja” al revelar la interrelación entre estrategias competitivas de construcción imperial y fragmentación nacional y conflictos regionales.

Varios puntos de referencia iluminan la velada dinámica de las políticas regionales y globales.

Algunas regiones dentro de estados-nación existentes se “integran” más en “mercados globales”, especialmente en viejos y nuevos centros imperiales, de lo que lo hacen en su propia tierra, marginalizando así regiones domésticas mientras sirven de cinturones de transmisión para la transferencia de recursos, beneficios e ingresos a los “socios” imperiales.

Regiones que sirven como puertos imperiales inducen una conciencia “globalista” entre sus mandatarios (basada en su preferencia imperial) y provocan “separatismo” entre sus regiones explotadas y marginales.

Regiones económicamente avanzadas sujetas a un gobierno nacional dominado por economías menos avanzadas exigen frecuentemente más autonomía, incluyendo la de retener mayor porcentaje de los ingresos por impuestos, así como el derecho a establecer sus propias políticas de comercio exterior y conexiones con el mercado mundial independientemente de cómo esta mayor “apertura” al mercado mundial afecte a las empresas menos competitivas del resto del país.

Regiones y líderes políticos y empresariales que se asocian con centros imperiales y promueven el “libre comercio” reciven apoyo político y económico de instituciones financieras imperiales, lo que profundiza en la “desconexión” con la economía doméstica y hace crecer las desigualdades regionales y de clase.

Aparece el “desarrollo desigual” como un “asunto regional” aunque en esencia es una cuestión étnica y de clase basada en la división entre, por un lado, las grandes élites internacionales comerciales, fabricantes, tecnológicas y financieras y, por el otro, los campesinos, granjeros, fabricantes, artesanos y trabajadores encerrados en el mercado local.

En el grado en que las políticas giren en torno a divisiones político-económicas, las  exigencias políticas de autonomía, independencia y autodeterminación se convierten en asuntos centrales del conflicto. El criterio de política imperial que durante mucho tiempo viene sirviendo para evaluar la legitimidad política de estas exigencias gira en torno al carácter de clase y conexiones externas de los regímenes y movimientos en cuestión.

Con una consistencia apabullante, los países imperiales secundan exigencias de “autonomía” e independencia efectuadas por las clases dominantes conectadas a los mercados globales y que apoyan las políticas imperiales- incluso la implantación de bases militares. En contraste, y confrontados por ellos, se oponen consistentemente a movimientos regionales apoyados por las clases populares y contrarios a la penetración imperial.

Contrastando con el criterio imperial, los “progresistas” convencionales afirman que la “autodeterminación” es un derecho universal independientemente del carácter de clase, las conexiones con intereses imperiales y las consecuencias para otros principios fundamentales. De ahí el reciente espectáculo de los progresistas occidentales apoyando el bombardeo de la OTAN y las invasiones de Yugoslavia en defensa del movimiento separatista kosovar de extrema derecha.

Para considerar la legitimidad de la “autodeterminación” debemos hacernos primero uns serie de preguntas. Por ejemplo: ¿cuáles son las clases líderes que constituyen ese “auto”? ¿Por qué políticas e intereses, aparte separación, abogan y cómo afectan estas posiciones a la masa de la población? De la misma forma el término “determinación” requiere un análisis de las fuerzas políticas “internas y externas” que promueven la separación. Abundan los ejemplos, históricos y contemporáneos, de movimientos separatistas financiados por Occidente, incluida la financiación occidental e israelí de separatistas kurdos y árabes en Irán.

Tiene primordial importancia la pregunta de separatismo para qué. En años recientes, en el periodo post-soviético, en toda la Europa báltica y del Este y los estados de los balcanes, las élites proclamaban su “independencia” del comunismo mientras sometían sus países a las bases militares de la OTAN, vendían en su totalidad empresas estratégicas del sector público al capital imperial, se endeudaban enormemente con bancos occidentales y se sometían a los dictados del FMI.

Evo Morales, el “presidente indígena” de centro izquierda con estilo propio, fue elegido presidente por la diferencia étnica politizadora habida entre la mayoría indígena explotada de las tierras altas y los ricos oligarcas mestizo europeos de las fértiles tierras bajas. Identificando abiertamente el asunto como el de dar voz y voto a las exigencias legales, culturales y “autonomistas” de las comunidades indígenas, acabó dando menos importancia a las que fueron en su día demandas pragmáticas y prominentes por una transformación socilista debido a la cual su partido se puso el nombre de “Movimiento al Socialismo”. Su camino hacia la victoria electoral fue encauzado por dos grandes insurrecciones urbano rurales que derribaron a presidentes neoliberales. Ya al tomar la presidencia Morales dejó claro que su “revolución” era más cultural que social: el reconocimiento estatal de la lengua, comunidad, estructuras, costumbres y tradiciones de los indígenas. Mediante una manipulación lingüística demagógica afirmó que “nacionalización” no significaba expropiación para justificar sus aventuras comunes con alrededor de cincuenta de las más grandes multinacionales del crudo, el petróleo y los minerales de los cinco continentes, incluyendo la del mayor y más lucrativo acuerdo con la multinacional india Jindal.

Una vez que la oligarquía comercial, minera y banquera local se recuperó de la ofensiva popular masiva, se organizaron en las cinco provincias más ricas, donde gobernaban, y persiguieron agresivamente el ideal de un movimiento separatista llamado la alianza de la Media Luna- por el arco geográfico que forman las provincias involucradas. Ayudados e instigados por el embajador estadounidense Goldberg, buscaron desestabilizar al régimen por medio de violentos ataques a los movimientos locales de campesinos y de tácticas parlamentarias obstruccionistas.

La estrategia económica de Morales pendía de un hilo porque estaba totalmente enfocada hacia la promoción del crecimiento precisamente a través de la promoción de las élites económicas que rechazaban políticamente un “gobierno capitalista indígena” enraizado en los movimientos de masas.

Durante los primeros cuatro años de mandato, el régimen de Morales, con un gran despliegue étnico teatral y muestras de folclore tradicional, diseñó una política que garantizaba a las comunidades indígenas el control local de sus pueblos empobrecidos mientras se restringía de poner en marcha cualquier política de redistribución de las tierras fértiles de las cien familias y empresas agrícolas que controlan el 80% de las tierras fértiles, las mayores empresas comerciales de venta al por mayor y al por menor, los bancos y los mass media.

Mientras Morales hablaba a las masas rurales indígenas en su propia lengua y reconocía sus derechos a gobernar en sus empobrecidos pueblos, actuaba en favor de su anterior enemigo, la oligarquía “europea”, garantizándoles cientos de millones de dólares en financiación para el cultivo y la promoción de la exportación.

Mientras adoptaba un estilo radical de retórica al condenar el imperialismo y apoyaba a Fidel Castro y a Hugo Chávez, la política exterior económica de Morales era una invitación abierta al capital extranjero para unirse en la explotación de los recursos del país.

Las políticas “etno regionales” fueron un trampolín para “líderes sociales” de clase media-baja que querían obtener poder político y unirse a la élite, especialmente la élite extranjera, en la partición de la riqueza. Las políticas étnico culturales se usaron para apartar las políticas de clase y satisfacer a la masa de base con una gratificación simbólica- “un presidente indígena” que insulta a los ricos mientras los recompensa con dinero público.

No cabe duda que, bajo Morales, el estatus y los derechos legales de los indígenas han mejorado- pero no sus condiciones económicas: las desigualdades en la propiedad de la tierra, los ingresos, la educación y la salud son más visibles que nunca. La celebración de ritos y fiestas indígenas tradicionales por parte del régimen de Morales sirve de manera exitosa para ofuscar la continuidad socio económica. La fragorosa hostilidad racista de la oligarquía a todo lo”indígena” proporciona un útil florete al gobierno que le permite presentarse a sí mismo como campeón de los indígenas de las tierras altas y como enemigo de la atrincherada clase dominante europea. El beneficio es para la nueva burguesía burócrata que dirige la parte gubernamental de las aventuras económicas y proporciona contratos y puestos inferiores a líderes sociales leales que pueden captar el voto indígena el día de las elecciones.

Habiendo tomado el gobierno nacional, el anteriormente presidente étnico y regionalista atiende de boquilla las reclamaciones regionales de los pobres mientras eleva las disparidades de clase y regionales entre las tierras altas y las planicies al profundizar en la internacionalización (penetración imperial) de la economía, especialmente de sus enclaves minerales y energéticos. Mientras se opone al separatismo de la élite y a la independencia de las regiones lucrativas, Morales ahonda en su riqueza para que su gobierno siga a flote. Su régimen denuncia el separatismo de la élite para compartir la riqueza entre los racistas capitalistas y los burócratas “progresistas”.

Conclusión
Promover la diversidad étnica y el regionalismo no es lo mismo que terminar con la desigualdad de clase y con la injusticia. En muchos casos, las políticas de identidad étnica han sido un vehículo para oponerse a regímenes nacionales opresivos, en nombre de un “pueblo” no diferenciado, y para construir un poder local de base y negociar cuotas de poder nacional.

Los movimientos de base rural etno regional han dado un giro “hacia dentro” al reivindicar sus tradiciones y una hegemonía lingüística pero han sido desviados frecuentemente de retar las estructuras nacionales de poder de clase.

Un rol significativo juegan las ONG financiadas por el imperialismo que llaman al “respeto” de la “autonomía cultural” a nivel local y fragmentan y dividen a los movimientos basados en las diferencias de clase como en el caso de algunas regiones en Ecuador.

Por otra parte, la tradicional solidaridad lingüística, la religión familiar y la comunidad han desempeñado un papel importante en el derrocamiento de regímenes reaccionarios y en el establecimiento de una agenda progresista cuando ésta se combina con un análisis antiimperialista y de la clase moderna.

Desenmarañar la confusa y aparentemente contradictoria respuesta de la izquierda al asunto de la autodeterminación, y por ello de los movimientos separatistas, gira en torno al hecho de reconocer que otros principios básicos tienen mayor importancia. Si revitalizamos la noción de autodeterminación y la localizamos en el contexto de la lucha de clases y antiimperialista, podemos empezar a aproximarnos a la respuesta de cuándo, dónde y con quién tomamos partido en la lucha por la liberación social y nacional.

*Sociólogo estadounidense. Profesor de la Binghampton U. de Nueva York y la Universidad de Pensilvania .

 

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