SINE DÍE ZIDANE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

A falta de temas más trascendentes, hablemos esta semana del cabezazo de Zinedine Zidane sobre la humanidad del italiano Materazzi.

Ya el nombre del popular futbolista francés parece en sí mismo un juego de palabras, emblema del eterno aplazamiento que el género humano ha venido dando a la idea de tolerancia.

fotoMedia humanidad, gobierno francés incluido, ha salido a la defensa del capitán de la selección gala. Lamentablemente, Zinedine no ha tenido la suerte de ser defendido por nuestro fiscal, que habría podido –seguramente– promover una acusación en contra de Materazzi por haber golpeado la cabeza del galo con su pecho. El caso es que todas las defensas que se hacen de Zidane argumentan que el italiano le agredió primero de palabra, metiéndose con su madre y su hermana.

Quien así razona (incluido el popular futbolista, que acaba de declarar que no se arrepiente de su acción), con toda seguridad no ha manejado en Caracas, donde toda mentada de madre tiene su asiento –al lado del copiloto– y uno va curtiendo su alma en la tolerancia hacia el insulto, especialmente cuando, además, los más graves proceden del primer conductor.

Uno sabe, en Venezuela, que una mentada de madre es algo que no sólo no amerita un coñazo, sino que casi se agradece como muestra de consideración de parte del otro que, al menos –y contrariamente a lo que sucede en el primer mundo– ha notado que existes. Casi podríamos formular una conclusión cartesiana al estilo de: Locutus mater mea, ergo sum.

De todas maneras, llama la atención de la defensa el acto de equiparar, con el mismo peso en los platillos de la justicia, la agresión verbal y la física. No se nos escapa que, con esta manera tan excesiva de argumentar, los Estados Unidos tendrían derecho a invadir a casi la totalidad del planeta, Venezuela incluida, por cierto. No podemos hacer equivalente el insulto de palabra y la agresión física. Es curioso este mundo: absuelve a Zidane, cuyo cabezazo vio en vivo y directo, y condena a Materazzi, cuyas palabras probablemente ni siquiera el francés escuchó bien, porque si a ver vamos, podríamos hasta preguntarnos en qué idioma se las dijo. ¿No entendería mal en medio de un griterío y una sudadera? No cabe duda, la humanidad perdió la tolerancia.

Es vergonzoso ponerse uno como ejemplo, pero como soy la humanidad que tengo más cerca, he de relatarles lo que me sucedió esta semana: hallábame yo en un supermercado, frente al pasillo de los atunes, ya con una torta de casabe bajo el brazo –dispuesto a seguir las instrucciones del Dr. Otto Lima Gómez e iniciar una dieta anticolesterol–, debatiéndome entre el atún al natural y el que viene en aceite de oliva, cuando un caballero (al que, no sé por qué pálpito, presumo fiel partidario de nuestro presidente) se dedicó a agredirme de palabra, diciéndome que yo lo que daba era tristeza.

Aquello me produjo una tremenda arrechera: primero, porque lo peor que se le puede decir a un cómico es que da tristeza (en ello debo reconocer que fue asertivo) ; y segundo, porque de cierto tiempo a esta parte, yo mismo coincido con él: especialmente a mí mismo, lo que me doy es tristeza, sin contar con la que recibo del medio ambiente. En fin, me dieron una ganas tremendas de seguir el ejemplo de Zidane y meterle su cabezazo por el pecho, pero me dije, mientras sonreía haciéndome el pendejo –cosa que no me cuesta nada, dado el rostro con el que la providencia me dotó–: «Este hombre está expresando su opinión. Lo que hago es público, y es normal que la gente responda»; y por último: «Con la rabia que seguramente despiertan en él mis opiniones, hasta una muestra de tolerancia suya es que me haya perdonado la vida».

Mientras pagaba en la caja, al portugués se le ocurrió la mala idea de contarme el chiste de que Zidane le había metido el cabezazo a Materazzi porque éste lo llamó chavista. ¡Y yo ligando que el otro no escuchara y lo fuese a tomar como una nueva provocación!

Al meter los atunes en la bolsa, recordé que el lujoso vehículo de mi «agresor» estaba estacionado cerca del mío, y que lo había notado porque, en un acto normal de viveza criolla, me había quitado el puesto al entrar. Me apeteció, con una llave, hacer una raya desde el stop trasero hasta la defensa frontal. Otra vez volví a meditar, respiré hondo y me contuve, no sólo, y nuevamente, por la tolerancia debida, sino porque en aquel lujoso vehículo probablemente estaban invertidos parte de mis impuestos y hay que estar loco para destruir así el propio patrimonio.

Última Hora: La mamá de Zidane ha pedido que le sirvan los testículos de Materazzi en un plato. Retiro todo lo dicho: San Francisco es un pobre bolsa al lado de Zinedine. Tiene toda la razón y Dios lo conserve así.

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* Humorista; publicado en el diario Tal Cual de Caracas.
www.talcualdigital.com.

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