Sobre los infortunios ampliamente recompensados por el vicio de enamorarse de personajes literarios

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Américo Ochoa*

En mis tiempos universitarios, en algún momento, no nos iba tan bien en las cosas relacionadas con la Filosofía, así que decidimos estudiar tiempo extra de forma concienzuda. En la siguiente reunión de grupo para evaluar los resultados, una compañera —Adelaida— un tanto compungida y sonrojada dijo: —¡Me enamoré! Siendo ella una dama plena y de gustos refinados puede ser que alguno se sintiera halagado; y por la misma razón, nadie se daba por aludido.

I
—¡Me enamoré… —dijo— …de Aristóteles me enamoré! —Obviamente soltamos la risa.

—No se rían que es en serio, prosiguió Adelaida. Alguien dijo:

—Ahora solo falta que él lo sepa. —No nos reímos. Ese día solo tratamos de comprender más a Adelaida que a Aristóteles. Concluimos, ahí mismo, que el amor aristotélico de Adelaida era inevitablemente ¡platónico!

Suele suceder, en la filosofía y en la literatura. Los idilios en el cine son más comprensibles, en tanto uno ve la imagen puede ser que se enamore del personaje, de quien lo encarna, o de ambos: ¿Cleopatra o Elizabeth Taylor? ¿Richard Burton o Marco Antonio? ¿Charlton Heston o El Cid Campeador? ¿Sofía Loren?… La lista de legendarios personajes es interminable: desde Marilyn Monroe, Demi Moore y Bo Dereck, hasta Julia Robert o Angelina Jolie. De los galanes podemos mencionar desde Dustin Hoffman, Robert Deniro, Al Pacino o Brad Pitt hasta los símbolos sexuales como Valentino. En fin, cada cual puede hacer su propio listado. (Confieso que tuve poster de todas ellas en mi cuarto).

En el caso de la literatura cada quien construye su propio idilio. Cada cual liga con el personaje a su manera, lo imagina, lo disfruta, elabora sus propios escenarios; eso también es una virtud de la literatura, cada quien puede construir su propia atmósfera de lo que va leyendo de la mano del narrador por el rumbo de la imaginación.

Cuando mi hijo y yo leímos Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk, ambos terminamos enamorados de la misma mujer: Seküre. Divagamos qué habría pasado si fuésemos parte de la novela. Lógicamente yo tenía todas las de perder; puesto que el mito dice que, obligatoriamente, el padre siempre es sacrificado por el hijo, o hubiera tenido que conformarme quedándome con Ester (personaje secundario); por lo cual preferí el sacrificio. Si Pamuk lo hubiera sabido, nos echa a patadas de su trama por intrusos y por echarle a perder su maravilla. (¡Ja! ¡Viva la literatura!).

La siguiente vez me fue peor: no tuve que disputar un amorío con mi hijo, ¡sino con el hijo de Dios! Me enamoré a primera vista de María Magdalena en El evangelio según Jesucristo, por culpa de nuestro querido Saramago. Es diferente cuando las personas hacen citas a través del "chat" o de "redes sociales", donde al otro lado hay una persona real y accesible; hay parejas que se conocieron de esa manera; el infortunio de ese ligue virtual puede ser la estafa, el engaño, puesto que es real. La literatura, en cambio, sigue floreciendo mágica.

Siendo muy joven oía hablar de Justine y relacionaba, ignorantemente, al personaje con aventuras eróticas y no con lo que el personaje realmente es. Cuando por fin comencé el libro tuve un desencanto abrumador, realmente traumático. No era nada de lo que imaginaba. Cerré el libro y me negué a tener cita alguna con Justine, sobre todo cuando supe que cada noche había sido "su peor noche".

Un poco más maduro quise retomar la lectura y tampoco pude. A la tercera fue la vencida, pero fui más atraído por la literatura propiamente que por el personaje y aunque no he terminado de descifrar la espesura de la obra, puedo afirmar que la leí. Luego tuve citas prudentes con Juliette y Ernestina, quienes me infundaron respeto por Sade. (Tiempo después una amiga me confesó estar locamente enamorada de Ernestina).

El gato poder y el ratón sádico

Sade nace el 2 de junio de 1740 y muere el 2 de diciembre de 1814. Culto y libertino, encarna real y literariamente la contrariedad de la condición humana, "su condición humana", su tiempo convulso, su historia con tiempo y lugar; se enfrenta a ella como quién desafía al monstruo de múltiples cabezas con una sola espada: su pluma. Pero decide no tumbarlo, puesto que resulta imposible, así que resuelve escribirlo y describirlo mientras el monstruo se lo engulle, pero éste se indigesta y se revierte a sí mismo con sus múltiples cabezas, tal cual sus obras.

Enfrenta la realidad él mismo, radical y rotundo como quien pone la virtud frente al vicio. Eso hace, y echa a la calle a estas criaturas: Justine y Juliette. Justine encarna la virtud y los infortunios por conservarla.

Esta es la parte donde Aristóteles aparece, puesto que para él la virtud de algo —en Ética a Nicómaco— está relacionada con su naturaleza y su finalidad (una pluma, por su naturaleza tiene la finalidad de escribir, escribir bien sería virtud). En el caso de la virtud humana no puede ser ni una facultad ni una pasión sino un hábito. Que sea un hábito quiere decir que aparece no por naturaleza sino como consecuencia de la práctica o la repetición.

Además, para discernir las virtudes, habrá que hacer uso del intelecto, el cual tiene las virtudes del arte, el conocimiento, la prudencia, la sabiduría y el entendimiento —según Aristóteles—. Aquí interviene también la voluntad para encontrar el punto medio; pero la realidad no presta ninguna oportunidad a Justine: En uno de los encuentros, con un depravado usurero, éste le pregunta si se ha portado bien, a lo cual responde:

—No estaría tan pobre, ni tan apurada señor —le dije—, si hubiera querido dejar de hacerlo.

—Hija mía, me dijo entonces, ¿y a título de qué pretendéis que la opulencia os socorra si no le servís de nada?…

La osadía de la adolescente es clara, así como la determinación de las clases en pugna. Más adelante, increpado por la agudeza de la joven en defensa de los desafortunados, dice:

—¿Qué importa? Hay en Francia más súbditos de los que se necesitan, el gobierno, que lo ve todo a lo grande, se preocupa bien poco de los individuos, con tal que la máquina funcione.

—Valdría más que nos hubiera asfixiado al nacer.

—Poco más o menos, pero dejemos esa política de la que no debes entender nada. ¿Por qué quejarse de un destino al que solo depende de uno mismo dominar?

—¡A qué precio, santo cielo! —Prosigue Justine, quien es sometida una y otra vez.
Es decir, por repetición el aprendizaje puede convertirse en hábito. Puesto que la finalidad de Justine, por sentencia propia, es conservar la virtud, el aprendizaje tendrá que ser arduo, lento, doloroso, hasta que el lector clame piedad, engullido por el resto de la obra.
(La otra opción es tomar el camino de Juliette, pero da igual, el mal siempre viene campante).

Así lo anota Francés Ll. Cordona, que "En un prefacio anterior de 1788, compuesto por el propio marqués, dice: ‘El objetivo de esta novela es el de presentar por todas partes el Vicio triunfante y a la Virtud como víctima de sus sacrificios; a una desgraciada vagando de desventura en desventura cual juguete en manos de la maldad…’"

Bueno, de alguna manera la vida real de Sade también estará presente, puesto que los vejámenes no le fueron ajenos entre la Bastilla y la reclusión en manicomios. Claro, él también toreaba muy bien al monstruo engullidor y jugaban al gato y al ratón, pero con más sadismo. En las cortes siempre había motivos para la condena, incluso para enlistarlo hacia la guillotina como legendario sodomita.

Arde París

Sade exalta al lector, lo indigesta a través de la alegoría de la violencia sexual, del martirio de la virtud por el ímpetu del vicio. Doblega la memoria de quien lo aborda, vuelve inolvidables las figuras, como quien ve un crimen. Juliette, por el contrario, recibe las recompensaciones del vicio para establecer su vida hedonista; de esta manera, el autor establece las bases filosofales de su obra, un tanto contradictorias con la pureza humana innata de la que habla Rousseau y más apegadas, tal vez, a Voltaire.

En su orfandad, las hermanas; puestas en la calle por sus tutores eclesiales, a merced de una comuna infectada de libertinaje, con una herencia maltrecha producto de la bancarrota de sus padres, deben ahora ser dueñas de su destino, de sus actos y asumir las consecuencias de sus propias decisiones. Nada más parecido al París ardiente de su época en la que Justine, dotada por naturaleza de un impulso propio para encarnar el recto proceder, abre rumbo hacia lo desconocido con la sola decisión de mantener su esencialidad; mientras su hermana decide tomar el camino contrario, el de la prostitución.

Al final, en el encuentro de las hermanas, Justine solo acumula las más inimaginables desgracias, mientras la otra ostenta la opulencia como recompensa de la corrupción y el crimen. Luego aparece, como en los grandes mitos, la mano interventora, diríamos fortuita, ¿o acaso divina?, cuando Justine es fulminada por un rayo.

(…)Brilla el relámpago, cae el granizo, soplan con impetuosidad los vientos, se dejan oír espantosos truenos. (¿A caso la representación de su tiempo?) La señora de Lorsange, (Juliette) horrorizada… La señora de Lorsange, que tiene miedo horroroso a la tormenta, suplica a su hermana que cierre todo lo más rápidamente que pueda.

La señora de Lorsange nunca puso reparo para estar en medio de la tormentosa putrefacción de la alta sociedad en la que siempre estuvo involucrada como gran protagonista, teme a la tormenta que azota su morada, ¿acaso París ardiendo? Recordemos que la representación de la casa viene a ser el símbolo de la seguridad sublime, el seno materno o resguardo de toda esencialidad humana, así la señora de Lorsange suplica a su hermana —depositaria de la virtud— "que cierre todo lo más rápidamente que pueda".

…Justine, con prisa, por tranquilizar a su hermana, vuelve a la ventana, quiere luchar un momento con el viento que la rechaza… (Sobreviene el sacrificio) Justine había sido herida de tal modo que ni la esperanza podía subsistir. El rayo había entrado por el seno derecho, había quemado el pecho y había vuelto a salir por la boca desfigurando de tal modo su rostro que mirarla daba horror.

Acá las imágenes son claras y precisas nuevamente, el rayo no le cae en las manos ni en el vientre, sino en el seno derecho, cerca del corazón. Tampoco le fulmina la cabeza. (Si bien es cierto que Justine o los infortunios de la virtud tuvo su primera versión en 1787 y dos más en 1791 y 1797; Delacroix pinta, en 1830, La libertad guiando al pueblo donde aparece una mujer sensual con los senos expuestos, el cielo tormentoso de París y otras representaciones propias para otro análisis).

Pero, volviendo al rayo y al pecho de Justine, como en las grandes narraciones, el sacrificio tiene que trascender; es decir transgredir la sublevación de los preceptos, en este caso, los de la virtud, antepuestos a los del vicio: Juliette reconoce la grandeza de su hermana y opta por la piedad y el camino bondadoso. Podríamos entender que las desgracias y sacrificios de aquella época podrían valer la pena, si, y solo si, las siguientes generaciones reconocen al humano como al humano y optan por el camino verdadero, de plenitud y corrección.

De múltiples maneras Sade hace un reclamo histórico anticipado. Desde ese punto de vista podríamos ver a la adolescente sociedad de la época como endeble y desamparada, con una herencia maltrecha pero suya, fatigada por el absolutismo y las monarquías y administrada por la iglesia —el convento y sus tutores que tiran a las hermanas a la calle a sabiendas de lo que les iba a suceder en la comuna emponzoñada de malvados, es decir de burgueses—. Una sociedad marcada por las convulsiones de una aristocracia agonizante y una surgente burguesía, que estrena sus espuelas con la oferta de una deformada libertad sin condiciones para la plenitud ni la justica social; la transición del poder monárquico y feudal al orden del capital solo está planteando el cambio de los dueños del botín, dejando en el caos y a la deriva al resto de los componentes sociales.

Cambiar el orden social monárquico del feudalismo por el del capital no sería tarea fácil e incruenta, puesto se que se estaba removiendo todas las bases sociales petrificadas en los castillos. Que los artesanos y jornaleros pasaran a ser peones que malvendieran únicamente su fuerza de trabajo no sería sino traumático; no digamos cambiar el poder del rey por el de los inversionistas. Puesto que los mercaderes habían acumulado riqueza, a fuerza de intercambio, corrupción y crimen, apaleaban por medio del poder económico pero no del poder político estructural.

El despotismo —ilustrado o no—, tenía en sus cimientos una economía basada en el usufructo de la tierra y los impuestos. Las leyes monárquicas favorecían únicamente al rey, sus castas cortesanas y la aristocracia; por lo cual los burgueses debían establecer sus propias leyes de usura, es decir la explotación. Tal condición solo sería lograda llegando, a costa de lo que fuera, hasta la propia estructura de poder y de gobierno.

Eso hace finalmente Juliette, cuando llega hasta el trono papal como la más reluciente de todas las putas, bella, astuta y criminal.

Las reacciones no se hacen esperar, he ahí los brotes de distintas manifestaciones del orden intangible, como la moral, el pensamiento filosófico, el arte, la literatura y demás corredores circundantes del periodo. La maraña de factores complejos que entretejen la época es evidente en la alegoría de muchas obras, guardando las distancias podemos mencionar también a Fausto.

La fuerza histórica de la Revolución Francesa, la Ilustración o el Romanticismo, repercute hasta nuestro tiempo puesto que las cuantías en el juego del caos son el bien, el mal, la justicia, la moral, el conocimiento, la verdadera libertad y el arte como valores de carácter universal sodomizados por la mano que pone el capital.

La virtud, tal como la plantea el amor platónico de mi amiga Adelaida —es decir Aristóteles—, se logra por el ejercicio del aprendizaje hasta llegar al hábito: Este camino lo recorre Justine mientras que la valoración final la cataliza Juliette quien asume el aprendizaje. Por otra parte, dice Aristóteles que la virtud consiste en saber dar con el término medio entre dos extremos, los cuales quedan expuestos sádicamente en la alegoría y controversialidad de las obras de Sade; ya que al final de Juliette o el vicio ampliamente recompensado la protagonista llega a los más agudos niveles de perversión, luego de haber alcanzado un alto eslabón social por haberse casado con un conde, a quien asesina para quedarse con su nombre, posición y fortuna.

La cizaña de la advertencia estaría escrita al empatar el final de la primera parte con el de la segunda, donde el arrepentimiento de Juliette es falaz, por lo que el sacrificio, de quien encarna la virtud y la época, sería en vano, puesto que la perversión alcanza niveles más elevados hasta llegar a juntar la maldad de la nueva clase —ella encarnada en duques— con los del Vaticano representado por el Papa Pío Sexto, quien hace adoraciones explicitas directamente a Lucifer y ensalza las más viles humillaciones al propio Cristo.

Es decir, Juliette, al final, se vuelve representante de la burguesía naciente, al convertirse en condesa por haberse casado, por ambición, con un conde bobo y casto, a quien mata para sumar sus bienes a los suyos, obtenidos mediante el ejercicio habilidoso de la corrupción. La representación de la hipocresía burguesa al embaucar al pueblo para derramar su sangre en la revolución, es tan clara como el ofrecimiento de la libertad a cambio del apoyo para derrocar la monarquía.

Sade engaña abiertamente al lector haciéndole creer el valor del sacrificio y por último pega una estocada final y escalofriante. Obviamente, un jaque-mate magistral para quien lo entienda, cumpliendo así su acometido inicial de obtener de todo ello una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido nunca.

Recordemos que mientras Justine pudo mantener su pulcritud, un tanto boba e ingenua, en un colegio de monjas lesbianas y corruptoras; en Juliette son sembradas las semillas que crecen y florecen "hasta convertirse en libertad y sensualidad desenfrenadas." Tal es el objetivo de esta historia. —Dice el propio Sade en boca de Juliette. El bien, como se ha dicho, solo puede apreciarse cuando se examina frente al mal —continúa diciendo.

En uno de los primeros pasajes la abadesa del colegio, luego de una sodomía con Juliette y otra infante dice:

—No hay nada que temer. Mientras nos mostremos discretas, podremos proseguir nuestras orgías indefinidamente con toda impunidad.

—Entonces ambas nos sentiremos más tranquilas -dijo Eufrosina abrazando amorosamente a la bella abadesa-. Y esperamos el momento en que nos veamos nuevamente honradas por sus caricias.

—Será pronto prometió la madre Delbéne, mostrándonos la puerta, Ciertamente que será muy pronto…
(Fin del capítulo II).

Cuando las hermanas se separan; mientras Justine busca un consejo sacerdotal, Juliette se encamina al burdel, puesto que desde temprana edad había sido entrenada para el oficio del putismo por la propia abadesa del colegio. Tiempo después, como gran duquesa, Juliette estaría entrando a las puertas del Vaticano para encarnar los más indecibles jolgorios junto a Pío VI. Yo, una simple puta taimada, bella, astuta y criminal, era convocada a los apartamentos del hombre más poderoso de la tierra.

"Será pronto", había prometido la madre Delbéne; "ciertamente será muy pronto". Sade muestra al mal, entronado, justamente donde debería posarse el bien.

En fin, las honduras planteadas por Sade seguirán siendo difíciles de destrabar, y seguirá habiendo quienes sean más atraídos por la ilusión de la sodomía que por los otros contenidos; sobre todo en una época donde tiene más vigencia la virtualidad que la virtud. Pero, de igual manera, la literatura sigue poniendo sus exquisitos banquetes, a veces con veneno, a veces con elixir, pero siempre adobados con la mano del deleite apto para la memoria, la historia, el análisis, el placer o el asombro. Incluso para recompensarnos ampliamente con el enamoramiento de los personajes y sus fábulas.

II
Ciertamente al final de la larga jornada europea de siglos XVII y XVIII, iniciada en París, entre otras cosas, por las recargadas diferencias sociales, así como por el impulso de grandes ideas e ideales planteados por los enciclopedistas y la Ilustración, se pasa a la polarización extrema azuzada por la burguesía; luego, los golpes, contragolpes y autogolpes en el Estado convierten los sucesos en actos de verdadera importancia histórica durante el cambio de una sociedad a otra.

Igualmente, la muerte de gobernantes y políticos; la decapitación de Luis XVI, el 21 de enero de 1793 y posteriormente la de María Antonieta, el 16 de octubre del mismo año, complicarían aún más las relaciones internacionales y expandirían las consecuencias. La toma de la Bastilla, la instauración de La República, la división de los poderes, dejan al final no solo castillos ruinosos, títulos de propiedad y "derechos feudales" hechos cenizas sino, además, una burguesía triunfante y reluciente instaurada en el poder.

La conversión de jornaleros y artesanos en obreros de maquila trae complicados desplazamientos sociales generando cinturones urbanos de miseria. Del ordenamiento legislativo la pequeña burguesía obtiene algunas ventajas y protecciones ("¡A qué precio, santo cielo", habría dicho Justine), no así la clase obrera y campesina, dejando al descubierto la lucha permanente entre las clases.

Si bien es cierto, la gesta revolucionaria deja en la brillantez de las letras grandes legados como la revocación de privilegios señoriales, la abolición de diezmos y, principalmente, La Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano y el establecimiento de garantías constitucionales en el ordenamiento de la República; así como el resguardo de valores importantes para el desarrollo de lo que hoy conocemos como "democracia" —con la participación ciudadana mediante el sufragio—, también es cierto que la abolición de las clases sociales y la distribución adecuada de los bienes quedan solo en los ideales.

El usufructo desmedido pasa a ser regulado por el albedrío y los derroteros de quien tenga el capital. La hebra entretejida de la Revolución Industrial encarnece la explotación y da pie a las sucesivas pugnas entre los apoderados de los medios de producción y los dueños de la fuerza de trabajo; es decir, la burguesía y el nuevo proletariado.

El hecho de que los problemas de igualdades reales en términos materiales y sus consecuencias no quedaran resueltos definitivamente, no significa que no se produjeran emancipaciones significativas. La liberación del pensamiento de las estructuras anteriores permite la llegada de movimientos de magna importancia; suceden también avances para el desarrollo científico, el ejercicio de la razón, el arte, la política, el pensamiento crítico, la filosofía, entre otras disciplinas. El legado de la vasta producción escrita por los enciclopedistas, desde la Ilustración hasta el Romanticismo, con sus distintas corrientes, es impresionante.

Retomando la obra de Sade y el tema inicial que nos ocupa, podemos decir que otra virtud de la Literatura Universal es su aceptación en cualquier tiempo. Las realizaciones cinematográficas de obras como Troya o El hombre de la máscara de hierro son constantes. También el impacto de una obra en otros períodos es importante; por ejemplo, la manera en que se hilvana un texto con otro de una época distinta.

Cuántos poemas se habrán escrito sobre Ítaca o Ulises. Joan Manuel Serrat canta sobre una recreación magistral de una Penélope muy moderna:

Penélope/ con su bolso de piel marrón/ y zapatos de tacón/ y su vestido de domingo/ Penélope/ se sienta en un banco en el andén/ y espera a que llegue el primer tren/ meneando el abanico/ Dicen en el pueblo que un caminante paró/ su reloj una tarde de primavera/ Adiós amor mío/ no me llores volveré/ antes que de los sauces caigan las hojas/ Piensa en mí/ volveré por ti … Penélope/ tristes a fuerza de esperar/ sus ojos parecen brillar si un tren silba a lo lejos/ (…) Dicen en el pueblo que el caminante volvió/ la encontró en su banco de pino verde/ Ay amor/ Penélope mi amante fiel/ mi paz/ deja ya de tejer sueños en tu mente/ mírame/ soy tu amor/ regresé/ Le sonrió con sus ojos llenitos de ayer/ no era así su cara ni su piel/ Tú no eres quien yo espero! / Se quedó con su bolso de piel marrón /  y sus zapatitos de tacón / sentada en la estación …

Augusto Monterroso —en Animales y hombres (3ª ed. EDUCA, 1997)— escribe, en su estilo monumental, un cuento corto en alusión intrínseca con la relación entre el autor y su obra, el autor y sus personajes. Dice así:

Era una vez una cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una cucaracha.

Las relaciones estrechas que se establecen entre el autor, su vida, su tiempo, su realidad y su entorno son de vital importancia para la comprensión y el análisis, como sucede en el caso de Justine y Juliette. En el caso anterior las palabras sobran. Por otra parte, también existe la relación que el espectador establece entre el autor y sus personajes.

Hay quienes se dejan impresionar tanto por los personajes como por la vida particular del autor, constituyendo una relación axial entre unos y otro. Hay quienes se preguntan, de manera jocosa, si Don Quijote no habrá escrito a Cervantes. Los hay también quienes se involucran, se impresionan o se identifican plenamente con el autor y toda su circunstancia, tal es el caso de Guillermo Saénz Patterson en la Oda al Marqués de Sade.

Una oda compensatoria

A Guillermo Saénz Patterson muchos de sus amigos le llaman Billy o Bill, haciendo triangulaciones onomásticas que muy poco tienen que ver con este legendario y silencioso poeta del emporio josefino. Silencioso en el sentido que no busca la ostentación mediática ni las medallas de la premiación; legendario por ser un poeta que, aunque invisible de alguna manera, la fuerza de su poesía no puede pasar desapercibida por quien la oye o la lee. De eso habla Adriano Corrales en un escrito titulado "El poeta Billy-pendiado". Al referirse a Sáenz Patterson y a Juan Antillón, dice Corrales:

El primero, "Billy", había sido olvidado por la sociedad literaria, y si no es por el escritor y editor Alfonso Peña que nos lo presenta para invitarlo a los Miércoles de Poesía en la Casa Cultural Amón del ITCR en San José, su obra y su extrovertida y poderosa personalidad permanecerían en la sombra.

Corrales dice en el mismo texto que ambos representan, en mucho, lo mejor de su generación. En otro escrito, que se refiere a la oda en mención, Corrales apunta: Así la oda se reconfigura en un canto oscuro de la mano de una niña blanca que balbucea las fronteras entre placer y crimen, entre caricia y tortura, entre pasión y espanto, entre la hoja que caía y los podridos otoños del humo. Desgarrado quehacer el del poeta al transmitirnos el dolor y la rabia del otro poeta.

Quienes conocemos a Sáenz Patterson, cuando leemos su poesía, también, inevitablemente, evocamos su personalidad; su voz cruda, fuerte, de ronca nocturnidad. De alguna manera su lírica conlleva también su complexión en las imágenes dinámicas dictadas con garbo rugiente, temperamental, de fina arrogancia. Con respecto a su fuerza poética, el mismo "Billy" habla del tema en una entrevista con Alfonso Peña en la revista Agulha (Nº 51).

AP Se puede afirmar que tu poesía está configurada de metáforas deslumbrantes; se advierte un refinamiento en el uso del lenguaje que, poco a poco, se convierte en una marejada intensa y surreal. A la vez, denota una gran preocupación por lo cotidiano, por lo que sucede todos los días.

GSP Trato de buscar eficacia y fuerza en mi poesía. "Abrir" el poema en su totalidad, convertido en un arma demoledora que impacte en los sentidos del lector. Es una poesía fuerte, arraigada en la tradición de la poesía simbolista francesa: en la construcción del verso. Intento lograr una poesía muy personal, aunque no intimista, sino abierta al lector. Con una alta dosis de magia de lo cotidiano. Recuerdo que cuando escribí la Oda al Marqués de Sade tenía una fuerte influencia de Antonin Artaud, de quien me capturó su cosmovisión; su explosión en el uso de la palabra. Ese poema lo escribí en medio de una gran crisis.

En la oda hilvana su realidad de autor poeta, impresionado e impresionante, de este tiempo con la de Sade. En este minuto desvestido, ¡Sade!, te quise. Pero no es solo impresionado, sino, también, "envilecido" frente a lo imposible de cambiar. ¡Cuánto olvido! Patterson urde su vehemencia con la ajena, que también es propia; ¡Cuántas monjas azules te sujetaron! / ¡Sade!, ¡Sade, cuánto te quise! —repite el verso como en llanto de dolor—, su fluidez sensual y voluptuosa de lo barroco que oscila entre surrealismo y descarnada realidad; ¡Sade!, Sade, cuánto te quise ./ Allí, el de siempre, allí el de las hojas sin velo, / allí el transfigurado por el gusano de los remolinos sin rumbo.

Trazo firme en el dibujo de sus metáforas; delineado fino en la pintura de sus imágenes que van y vienen de este tiempo al otro. Enroca una pasión con la otra, la razón con el delirio, o la cordura con la locura incierta de la sabiduría en los alaridos del manicomio: Es la hora del ojo negro, / es la hora donde la sangre y el reloj, / anuncian la terrible campanada de la tortura.

En fin, la obra de Sáenz Patterson, viene a ser, también, un deleite literario en este vicio de enamorarse tanto de la escritura; aunque el idilio siga siendo, por su naturaleza y su virtud —explicadas por Aristóteles—, inevitablemente ¡platónico! Así pues, la satisfacción, el asombro o la reflexión que nos produce la literatura será siempre una amplia recompensa, puesto que, una vez consumada la lectura ¡nadie nos quita lo leído!

(El texto de Sáenz Patterson publicado en Banda Hispánica, se puede leer aquí).

* Poeta.

 

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