SUMAS Y RESTAS EN LA COMUNIDAD ANDINA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El Pacto Andino, fundado en los años 70, incluía a Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile; este último se retiró poco después, por razones políticas. Los cinco restantes avanzaron pausadamente hasta formar la CAN , aunque aún son escasos los signos de integración. Tan pocos, que Venezuela, recientemente, decidió retirarse y, más bien, ingresar al MERCOSUR, pese a los llamados que ha hecho Evo Morales, en su calidad de presidente pro tempore de la Comunidad.

Ahora bien. Si el retiro de Venezuela se compensa con el retorno de Chile, pareciera mantenerse el equilibrio. Pero, por otra parte, hay como un desgarre cuando, las negociaciones que se siguen con la UE toman caminos diferenciados para unos y otros de sus miembros.

Debilidades internas

El Acuerdo de Cartagena, con que se formó el Pacto Andino, tuvo como concepción inicial, la organización de una comunidad basada en criterios de producción, contrapuestos a los acuerdos regionales que desde entonces se restringían al mero comercio con escasos resultados. Esa nueva concepción fue promovida por gobiernos progresistas que, en aquellos años, esperaban consolidar una ruta nueva de progreso para la región.

Muy pronto, sin embargo, aquellas esperanzas fueron aplastadas por la sucesión de golpes que instalaron cruentas dictaduras en la mayor parte de nuestros países.

En esas condiciones, la Junta de Cartagena o el Pacto Andino, como se le llamaba indistintamente, apenas era un espacio de intenciones nunca concretadas en el plano económico. Es cierto que se creó la Corporación Andina de Fomento (CAF), donde puede disponerse de créditos rápidos, aunque a elevado costo. Funciona también la Universidad Andina a la que debiera darse mayor atención.

Imposiciones externas

Por supuesto, esas debilidades, son utilizadas y hasta incentivadas por intereses provenientes de las potencias centrales. Primero fue el ALCA y, luego, el TLC Andino, que no prosperaron. Empero, Wáshington, no ha cejado en su intento de consolidar pactos que le aseguren mantener el control económico de la región, lo que está en contra del desarrollo de una relación productiva intrarregional. Lo ha logrado a través de tratados particulares con algunos países, los mismos que ahora insisten en hacerlo con Europa, en iguales condiciones.

La receta es inalterable: mantener y hasta aumentar el comercio con nuestra región, si aceptamos determinadas condiciones. ¿Cuáles son?: los recursos naturales, los servicios públicos, las regulaciones tributarias y la “propiedad intelectual” (en realidad, el manejo de los recursos intangibles) debe ofrecerse a las empresas transnacionales. No son las únicas condiciones, pero están entre las principales; hay otras que afectan incluso a las culturas de nuestros pueblos.

Wáshington ha llevado su campaña por la imposición de estas condiciones de varios modos: el convencimiento de gobiernos que le son favorables, el aislamiento de aquellos que considera rebeldes y hasta el ultimátum contra quienes se mantienen reacios. En los hechos, no está dispuesto a permitir que se desarrolle una relación económica entre los países latinoamericanos.

La razón es muy simple: en tanto mantenga el monopolio comercial con nuestra región, podrá imponer precios tanto a lo que nos vende como a lo que nos compra. De lo contrario, estaría obligado a competir, ofreciendo más por lo que requiere y reduciendo los precios de sus productos.

La alternativa europea

La búsqueda de mercados que hagan posible esa competencia, dirigió las intenciones de negociar con la Unión Europea. Pero, muy pronto, se estableció que la concepción no cambiaba: aparecieron las mismas condiciones como premisa para una negociación. La escena volvió a repetirse: los gobiernos proclives a la globalización avanzan en los acuerdos y hasta se atreven a conminar a los otros países con los que, supuestamente, forman una comunidad.

Así, la UE nos recuerda un concepto, por si acaso lo hubiésemos olvidado: las potencias centrales imponen sus condiciones, lo mismo en el siglo XIX que en el XXI. Y nos llevan a la única conclusión posible: sólo consolidando nuestra relación interna, podemos fortalecernos.

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* Catedrático, ensayista

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