Televisión pública chilena: aquí no sobra nadie… pero faltan muchas

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Un tema recurrente en las portadas de los diarios y los matinales es quién va puntero en el rating de las teleseries. Yo sigo las series nocturnas del Canal 7 y mi indignación  va en aumento al constatar día tras día que el canal “de todos los chilenos”, como se autodefine Televisión Nacional, es un productor militante y compulsivo de la ideología machista facha. ⎮SANDRA LIDID.*

Este canal de televisión, que además de pertenecernos aunque esto sea simbólico como todo en el pos-pinochetismo, es el único que llega a casi todos los lugares del territorio y sin duda es el más vistos en su horario nocturno. Los ideólogos que dirigen TVN tienen muy clara la importancia  que tienen en cuanto a impacto cultural y por eso lo intencionan cada vez más.

Las series nocturnas del canal 7 se refocilan con crímenes, torturas, abusos, relaciones turbias, ambientes sofisticados, representadas por un elenco televisivo que, aunque algo repetido, es convincente. En todas ellas hay objetivos políticos coyunturales definidos.

El laberinto de Alicia, donde la historia de un médico inculpado de violación por una chica de la calle, era la copia calcada de lo sucedido al Senador UDI, Jovino Novoa. Entre el despliegue morbo-histérico del Laberinto de Alicia y el turbio juicio del caso Spiniak[1] sepultaron en el inconsciente colectivo la veracidad de los dichos de las niñas y niños que viven en la calle esclavos de narcos, policías y señorones pervertidos.

Cuando he intentado comentar los contenidos de alguna de las joyitas fachas del canal 7, lo habitual es que con un dejo de “Yo tengo cosas más importantes que hacer” me digan que no ven la teleserie. A mi me parece que este tipo de actitud entrega al poder establecido el manejo de los valores por los que se rige la sociedad, ya que este género popular es un excelente medio de transmisión de valores.

Tampoco se ven muchos intentos de análisis o reacciones en los espacios de difusión cultural del “otro mundo que es posible”. Pareciera ser que los límites del otro mundo se encuentran anclados férreamente en una izquierda dogmática, que desconoce lo de las “condiciones subjetivas” del materialismo histórico y es incapaz de incorporar y entender que la ideología no está solamente en cómo se distribuye el ingreso, o en quiénes usan y abusan de los medios productivos o las riquezas del territorio.  En este sentido una echa de menos trabajos de investigación que se hicieron en los años 60, como los de Armand Mattelart y Ariel Dorfman[2].

Hacer de la violencia, del abuso y del sufrimiento un espectáculo va de la mano con el irrespeto a la dignidad de las víctimas. Esto no es neutro, tiene el objetivo político de dejar atrapadas a las mujeres en condición de “sujetas pasivas”. Banalizar la violencia hacia la mujer constituye una política para contrarrestar los avances políticos que el movimiento feminista internacional ha logrado. Es el movimiento feminista organizado el que ha puesto en lo público y ha luchado contra lo que el patriarcado guarda una y otra vez bajo la alfombra.

En la serie nocturna Mi nombre es Joaquín, el incesto, el abuso sexual y de poder, la tortura, la esclavitud, el aborto y —ahora— los fetos malformados son las sustancia para “entretener” supuestamente a adultas/os. Allí exponen de manera grosera y morbosa el sufrimiento de las víctimas. Pareciera esta vez, que el patriarcado echó toda la carne a la parrilla.

La parrilla, como la llaman (y no debe ser una casualidad), la ponen las empresas multinacionales que controlan este medio que es la televisión. Y la carne…, la carne somos las mujeres, como siempre. En la puesta en acción no sobra nadie: el relato principal es en función de un macho criminal y los relatos secundarios son en función de otros machos criminales —entendiendo que el abuso es un crimen y no un tema de costumbres— y las mujeres son la masa inerte, cobarde, traidora, indigna, desnaturalizada donde se produce el crimen. La libertad brilla por su ausencia.

Que los objetivos de la serie son políticos queda clarísimo ya que el aborto es eje de la trama. El derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo es tratado como un acto ajeno a la mujer, quien es obligada por su amante. Broche de oro del morbo: ella muere porque no le dan medicamento y ocultan su cadáver; como lo que está en juego en la política actual es el aborto terapéutico, este no podía estar ausente: a partir de un embarazo contra la voluntad del macho de la pareja, el embrión resulta defectuoso.

Pero se necesitaba más morbo, así es que la chica embarazada acusa a su madre, la abortera del pueblo, con la lapidaria frase “Viene a decirme que quiere matar a su nieto enfermo con sus propias manos”. En fin, no cabe duda que todo esto tiene el objetivo de enrarecer el ambiente de discusión sobre el aborto terapéutico.

No deja de sorprenderme que trabajadores del arte de este tipo de teleseries no tengan una mirada ética respecto a su trabajo. ¿Será que también podrían hacer porno-sado? ¿Cuál es el límite?

Pienso que hay dos posibilidades al respecto: o son muy ignorantes y creen que esto es un aporte a la cultura o simplemente son buenos ganapanes. En otros territorios más democráticos este tipo de “producto” sería considerado incitación a la violencia hacia las mujeres. Pero acá no. Acá no logramos aún sacudir la  ideología neoliberal disfrazada de modernidad que se instaló con el beneplácito concertacionista.

Como es habitual, en la campaña política de la cultura vigente no sobra nadie, pero sí faltan muchas. Falta la mirada de las mujeres que han luchado por su liberación, por su emancipación; falta la voz de las mujeres que día a día se rebelan contra la opresión patriarcal; falta la inteligencia de quienes han comprendido que continuar repitiendo el sistema de dominio patriarcal nos ha lleva al descalabro.

[1] El sabor de la impunidad. La verdad del caso Spiniak. Claudia Molina. Ed. Caballo de Mar

[2] Para leer al Pato Donald. Ed.Siglo XXI .  Sus autores Armand Mattelart y Ariel Dorfman describieron su publicación como un manual de descolonización. El libro devela cómo las historietas de  Walt Disney son un instrumento para la mantención y la difusión de la ideología dominante.

* Feminista.

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