Teódulo López Meléndez / Óptica: las honduras de las ironías

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La primera ironía es que la influencia de Estados Unidos en América Latina ha disminuido tanto que ya los militares no requieren autorización, permiso, aval o un guiño para actuar. La historia de los hechos en Honduras indica que el Congreso iba a proceder a destituir a Zelaya por flagrante violación de la Constitución de su país y el embajador americano paró la decisión.

La segunda ironía es que los civiles arrugan frente a la presión del Tío Sam y los militares no.

La tercera ironía es que, el Departamento de Estado al parar la decisión constitucional, impulsó la acción militar.

La cuarta ironía es que Chávez, en su conferencia televisiva con Zelaya, cuajó definitivamente lo sucedido, al insultar al general jefe del ejército y demostrar de manera inequívoca que el destituido no era más que un peón y que los temores de todas las instituciones hondureñas tenían base cierta.

La quinta ironía es que a los conversos les va mal, puesto que Zelaya, derechista confeso, empresario acaudalado y latifundista próspero, tuvo un ataque de izquierdismo repentino bajo la ilusión de que podía permanecer en el poder por siempre, a la novedosa manera del “fantasma que recorre América Latina”.

En este mismo terreno, los golpistas son ahora demócratas, invocan la Carta Interamericana de Derechos Humanos cuando antes hablaban de intervencionismo, piden intervención cuando hacía horas amenazaban con retirarse de la OEA, anuncian envíos a Honduras de comisiones vigilantes de los derechos humanos cuando niegan la autorización para que venga por estar tierras la Interamericana que ha procesado numerosas denuncias y, por si fuera poco, se quejan de la represión en Honduras cuando por estas tierras ordenan “gas del bueno”.

La cuestión hondureña lo ha revuelto todo. En el llamado sistema interamericano ya no hay nada claro: no se sabe qué es constitución ni poderes, ni que predomina (si un presidente por encima de todo o una división de poderes funcionando), ni que conceptos jurídicos son válidos, ni como se agarra ese instrumento caliente llamado Carta Interamericana donde, supuestamente, están establecidos los conceptos de cómo manejar crisis y como determinar el comportamiento del gobierno de un país miembro. Esto es un despelote. La legitimidad de ejercicio parece haber sido enterrada frente a la legitimidad de origen. La hipocresía se agita como una lluvia de papelillo.

En Honduras encontramos un desorden en los factores. Si los amables gringos no hubiesen frenado los procedimientos constitucionales el orden de los factores se hubiese mantenido. Si el converso de Zelaya no violenta a todos los demás poderes no lo hubiesen ido a buscar de madrugada. Pero esos son hechos, realidades inmodificables. Lo que ahora tenemos es otro elemento: el pánico a que cunda el ejemplo hondureño y se desate una epidemia de intervenciones militares.

La buena de la señora Bachelet le dijo al ex mandatario hondureño, según declaró el propio Zelaya, que ahora “todos estaban expuestos”; no tengo idea de si está declaración fue divulgada en Chile, pero a los militares en Santiago no les debe haber gustado para nada semejantes expresiones. “De manera que la señora presidenta se siente amenazada”, habrán reflexionado; la señora Bachelet deberá aprender, si le queda tiempo, que no se puede estar diciendo todo tipo de cosas a gente que después lo divulga con olvido de la privacidad de las conversaciones.

No obstante, el problema, a mi modo de ver, es que el escándalo ha sido tan grande por el converso de Zelaya que ha perdido importancia si el hombre del sombrero regresa o no a Tegucigalpa, en cuanto a frenar la posibilidad de la epidemia militar posible me refiero. La situación hondureña parece irreversible y si ello es así habrá quedado demostrado que ni ONU, ni ALBA, ni SICA, ni OEA, ni UE son capaces de modificar un cuadro interno. En el supuesto de que Zelaya regresase ello no sería inhibitorio, puesto que si se produce un auténtico golpe de Estado –donde los golpistas pasen por encima de todos los poderes, ejecutivo, legislativo y judicial– el escándalo no podría ser mayor.

Sobre Zelaya está jugando el temor de que se desate una epidemia militar y los escandalosos no descubrieron la vacuna. No la descubrieron porque son obtusos y, sobre todo, hipócritas. Sacan la cuenta de que a Zelaya le quedaban seis meses y que no podría, en ningún caso, seguir adelante con sus planes de consultas, constituyentes, reelecciones y demás hierbas. No la descubrieron porque son lineales, juzgan siempre por el jefe del poder ejecutivo obviando a los demás poderes, porque actúan sobre casilleros de los años 60, desconociendo toda la complejidad jurídica que envuelve ahora a las realidades, porque los cálculos sobre los que se mueven no tienen nada que ver con los principios sino con los intereses.

Las honduras de todas estas ironías no son para alegrarse. América Latina es un despelote.

TLM es escritor, editor y abogado.
 

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