TOLERANCIA CERO. LO QUÉ CHILE ESPERA CON PIÑERA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Cada domingo, un genuino continuador del general franquista, un «guatón» (gordo) con aire de morsa bobalicona (arriba der.) que el democrático señor Piñera (arriba, izq.) instaló como Catón censor en el programa “Tolerancia Cero” de Canal Chile Visión, se encarga de mantener vivo lo que Unamuno llamó en esa ocasión “un intento para establecer el culto a la muerte como la base de una sicología de masas”. medio de prensa.

En los primeros tiempos este programa, bajo la conducción novedosa y ágil de un Alejandro Guillier (abajo, der.) aún no reblandecido, marcó un buen hito en medio de la hojarasca apabullante con la que hoy nos tiene lapidados la televisión chilena. Los panelistas ofrecían entonces desde un punto de vista global, una grata sensación de diversidad de pareceres en los cuales la ausencia de censura, o autocensura que es peor, parecía ser la tónica principal.

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No estamos diciendo que las ponencias ahí vertidas constituían la perfección de la sapiencia o al menos de la retórica, no se puede exigir tanto en estos tiempos, pero hasta las retorcidas opiniones de Fernando Villegas (abajo, izq.) tenían ese encanto libertario del “de qué trata para oponerme”. Las digresiones de Villegas y las relamidas opiniones de Paulsen (abajo,der.) encontraban en Guillier la justa balanza cuando todavía este celebrado periodista no se embelesaba consigo mismo cediendo a los cantos empalagosos de la diosa vanidad.

Las cosas cambiaron. El «comandante Piñera» mandó a parar y hoy entre los panelistas históricos se ha instalado un representante de gerencia sin más méritos que ese: ser un voluminoso recordatorio que “la mano que aprieta” se encuentra adherida a un largo brazo que puede, según las esperanzas de sus acólitos, llegar a ser un día la mano de un Presidente…

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El poder de este comisario se manifiesta de manera muy sutil, sibilina, como para no espantar un auditorio ante el cual es mucho más útil la frase dejada caer al pasar, la insidia que se infiltra “piola” mientras se deja que los otros panelistas se disputen micrófono y protagonismo lanzándose estocadas con floretes de punta roma. En medio de la verborrea circundante, el sujeto de marras acentúa su sonrisa bobalicona como para remarcar su condición de pollo en corral ajeno, de ganso inocente que “no cacha mucho”, para usar la jerga de moda y que es lo que mejor le conviene.

Pero, ¿quién es este voluminoso personaje que Piñera rescató del baúl sangriento del pinochetismo para instalarlo resucitado dándole tribuna en un programa de esta envergadura? Parodiando a Neruda en su autobiografía, se hace necesario a estas alturas individualizar al hombre de Sebastián: se trata de Perico de los Palotes –su carnet de identidad debe decir Sergio Melnick– que oficiara de ministro de Pinochet y luego de decano nombrado en los cuarteles y destinado a una de las Facultades de la Universidad de Chile –la de Economía– en la época del tristemente célebre Federici, siendo además el Rasputín de doña Lucía pues oficiaba (y todavía lo hace) de brujo de la dictadura prediciendo el futuro no en una enorme bola sino en dos.

El gordo habla en el programa, lo que de por sí es ya asombroso. Pero no es lo que expresa lo que resulta sorprendente. Las boludeces que ahí dice son sólo el traje veteado de líneas verdes, el camuflaje que utiliza para insertar entre esas líneas, pequeñas frases que tienen una efectividad mucho mayor, más aún si sus contertulios, deslumbrados por su propio intelecto, no reparan (esperamos que sea eso) en los balbuceos que gutura Perico de los Palotes.

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Esto ocurrió, por ejemplo, un domingo pasado al finalizar una vehemente discusión respecto a la conveniencia o no de dudar de la honorabilidad de un general de ejercito que fue miembro de la CNI y que ahora goza del respeto y los favores del gobierno del ¿socialista? Lagos.

Los tres contertulios históricos concordaban que la presunción de inocencia del general Aldunate debía tratarse con cautela. Existía el antecedente de un cabroncito de siete suelas, que murió también como “presunto inocente”, y que planificó el asesinato de Pepe Carrasco y otras tres victimas como represalia por el atentado al santo patrono de Perico de los Palotes.

La condena a tales asesinatos parecía ser unánime ya que incluso el señor Palotes movía su cabeza asintiendo como foca de circo. Pero entonces murmuró una frase difícil de traducir textual, pero cuyo fondo fue insinuar que tampoco se debía olvidar que los asesinados eran opositores y que fueron eliminados por una aparato cuya tarea era defender al gobierno.

Traducido de manera real, lo que este representante del sector pinochetista del piñerismo quiso decir fue que la táctica fascista de asesinar inocentes en represalia por las bajas militares del régimen, era justificable en el contexto de la guerra que el anterior patrón de Perico de los Palotes llevaba contra los “señores comunistas”.

Aceptable para los tres panelistas que probablemente tienen que morderse la lengua frente a esta mofletuda demostración de democracia de Piñera, que impuso ahí a su ballenato, rabioso pinochetista, quebrando el equilibrio que mantuvieron por mucho tiempo los panelistas históricos con sus opiniones independientes y, sobre todo, civilizadas. Inaceptable para quienes quedamos saturados de tanto crimen y que perdimos a amigos entrañables como Pepe Carrasco, que hoy bien pudo haber estado en ese programa dignificando aún más “Tolerancia Cero”, en vez del difuso Palotes que jura lealtad a Piñera frente a las cámaras con la misma unción que a su antiguo jefe, hoy procesado por crímenes y ladronaje a escala monstruosa.

fotoEs difícil que Perico de los Palotes recuerde la palabra Lídice, si alguna vez supo lo que fue aquello. El atentado de los patriotas checos, que con mejor puntería, eliminaron a Reinhard Heydrich, el carnicero de Hitler y “protector” de Moravia y Bohemia, provocó una de las más horrendas represalias del nazismo: se fusiló a todos los hombres de la pequeña localidad de Lídice, cerca de Praga y sus mujeres y niños fueron aventados por las cárceles del Reich en la Europa ocupada. Luego se procedió a dinamitar todas las casas hasta no dejar huellas ya que los buldózer aplanaron la tierra borrando la ciudad del mapa de la Tierra.

Hoy Lídice no sólo renació como pueblo y como monumento recordatorio de la barbarie nazi, sino que en cada capital del mundo existe una calle con el nombre de la ciudad mártir como un homenaje acordado por las naciones civilizadas del planeta.

Cuando Palotes pase por una calle transversal a Matías Cousiño, en pleno centro de Santiago, ojalá detenga la vista en ese pequeño nombre que recuerda los niveles a los cuales puede llegar la bestialidad humana cuando ésta se encarama en el poder, como ocurrió acá en Chile con el régimen al cual Palotes apoyó y sigue apoyando de manera incondicional.

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* Escritor y científico chileno.

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