Torres: otro año. – LA DESTRUCCIÓN QUE ES UN ENIGMA INTERMINABLE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Los hechos no son muchos y no están dispersos. Las Torres Gemelas –el World Trade Center, paradigma materializado y recordatorio de hacia dónde fluía la riqueza de las naciones– estaban preparadas para soportar choques con aviones comerciales con el tanque lleno de combustible; esto es: resistirían la explosión resultante del impacto. El arrendatario del WTC, Larry Silverstein, lo alquilo por un plazo de 99 años a partir de mes y medio antes de los atentados, y cambió la póliza del seguro para le cubriese también acciones terroristas.

Esto le costó US$ 15.000.000. Posteriormente llevó a juicio a la aseguradora para que le cubriese por dos atentados, al haber sido dos los aviones estrellados. Lo ganó y se llevó US$ 7.000.000.000, es decir: casi 467 veces lo que pagó por un alquiler que seguirá siendo suyo hasta el año 2100.

El presidente de la empresa encargada de la seguridad del WTC –y del aeropuerto de Dallas involucrado en los incidentes– era el menor de los hermanos Bush, y uno de los CEO fue durante un tiempo un primo. En los meses previos a los atentados, diversas empresas abandonaron las Torres Gemelas prácticamente a la vez, alegando que era muy caro el costo para el servicio ofrecido.

El fin de semana anterior a los atentados se cortó por completo la luz en las Torres Gemelas y se cambió, supuestamente, el cableado de internet de ambas. Al no haber luz no hubo cámaras de seguridad que grabaran lo que pasó realmente en ese lapso. También fueron retirados los perros detectores de explosivos del área.

Los expertos están de acuerdo en que la estructura de las torres no podría derribarse por el fuego, dado que habría que reventar miles de juntas de acero a la vez. Con explosivos, por ejemplo. Un edificio de las características de las Torres Gemelas tardaría aproximadamente 1.5 minutos en derrumbarse, y siempre dejarían el esqueleto de acero (como sucedió en el Windsor, que incluso tenía una grúa encima).

Las torres tardaron aproximadamente 9 segundos derrumbarse. Diversos testigos y el estudio de las grabaciones descubren que se produjeron, al menos, una decena de detonaciones en los momentos previos a que las torres se derrumbaran. Los expertos en demoliciones llegaron a la conclusión de que era imposible que edificios así se derrumbasen como lo hicieron, explotando en lugar de implosionando. Además, declaran que las roturas de los soportes del edificio son exactamente iguales que las que se hacen cuando se demuele un edificio de forma controlada.

El calor alcanzado y las características y la duración del fuego en los edificios antes de derrumbarse sugieren el uso de sustancias químicas usadas habitualmente por el ejército. Varios miles de millones de dolares en plata y oro, además, es fama que desaparecieron de los sótanos del WTC. No se encontraron nunca, al igual que tampoco se encontraron todas las pruebas incriminatorias de los billonarios casos de fraude y malversación de las empresas Worldcom y Enron, que tenían sus oficinas en el edificio 7 del WTC.

El edificio 7 fue el menos afectado por los atentados. De hecho, sólo tenía incendios controlados en dos plantas aisladas. A las seis horas colapsó. El alcalde de NY tenía un búnker anti-terrorista en el edificio 7, pero decidió refugiarse en otro sitio a pesar de estar bien el edificio.

El mundo post «11/9»

Además de haberse recuperado una inversión muchas veces millonaria, haber desaparecido metales preciosos, y tras esfumarse pruebas incriminatorias contra detentadores de altos cargos de dirección en grandes empresas, los atentados sirvieron de justificación para la invasión estadounidense (con sus amigos de otras partes) a Agfanistán, y acelerar la descomposición política de Oriente Medio, en donde ya sabemos que existen unas terribles amenazas inexistentes excepto para los pobres pueblos de allí, y una impresionante cantidad de negocio en forma de petróleo y reconstrucciones.

Sin los bárbaros talibanes en el gobierno, el negocio del opio en Afganistán se recuperó y sobrepasa los niveles de cuando la CIA y otras agencias occidentales lo alentaron para pagar la lucha contra los soviéticos, y armar a los mismos talibanes y Al Qaeda, a fines de la década de 1981/90. Y la guerra contra la invasión no se detiene.

En Iraq fue ahorcado Sadam Huseín –al que no puede responsabilizarse por la muerte de medio millón de niños, producto del bloqueo financiero de los años noventas que impedía adquirir medicamentos, alimentos y renovar equipos médicos de los hospitales. Y la guerra contra la invasión sigue.

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En Palestina el desastre provocado por la creación del Estado de Israel, van a ser sesenta años ya, se ha convertido en un Leviatán que devora por igual víctimas y victimarios. Eso sí: la zona tiene un buen arsenal nuclear sobre el que nadie dice nada. Líbano es parcialmente destruido cada cierto tiempo. Y la guerra por la liberación continúa.

No todo son malas noticias, las hay probablemente peores: Arabia saudita, Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar y los Emiratos Arabes Unidos se aprestan a comprar armas –de fabricación estadounidense– por algo así como unos US$ 63.000 millones –Arabia un tercio del total–; en compensación Israel renovará sus arsenales y parque de municiones.

Lejos de allí, en América, Venezuela compra un par de submarinos, dicen, y algunos aviones de combate y el escándalo conmueve al continente. Quizá porque eligió otro proveedor.

En 1831 murió Karl Von Clausewitz y la guerra no es la continuación de la política por otros medios; la guerra es la política de los negocios y la usura por sus medios naturales.

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