Tropiezos y dificultades que experimentan los derechos de la infancia (III)

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Gisela Ortega.*

La Convención de los derechos del niño, establece una serie de normas para la atención, el desarrollo y la protección de la infancia que los gobiernos del mundo se han comprometido a poner en práctica. Esas pautas se fundamentan en varias convicciones: todos los chiquillos, sin importar el lugar ni las circunstancias de su nacimiento, tienen los mismos derechos.

Por consiguiente sus intereses deben tener un lugar prioritario en las políticas y los programas públicos, tanto en periodos de conflictos y emergencia como en tiempos de paz y estabilidad; y los estatutos de los niños implican responsabilidades para todos aquellos que contribuyen a su realización.

Pero la sociedad no siempre respeta estos valores; incluso hay creencias y tradiciones culturales que pueden socavarlos, como el matrimonio en la infancia, la ablación o mutilación genital femenina y la discriminación por razón de género, origen étnico, discapacidad, religión o clase. Estos son problemas graves que exigen una atención urgente.

Es inadmisible negar a los niños sus privilegios basándose en el sexo, la raza, la invalidez o cualquier otro factor de discriminación. Que lo habitual sea hacer caso omiso de los derechos de los niños y que la indiferencia del mundo ante la situación de sus prerrogativas siga permitiendo que alrededor de mil millones de chiquillos carezcan de acceso a los servicios esenciales demuestra que ha llegado la hora en que todos debemos asumir nuestra responsabilidad y contribuir a la solución.

La necesidad de modificar nuestros valores nos remite a la historia de la Convención y las campañas de sensibilización sobre los estatutos del niño que se llevaron a cabo antes de su adopción. Los defensores de esta causa, que se conmovían indignados por el trato que recibían los pequeños en las fabricas del siglo XIX, o por los abusos a los que fueron sometidos durante la guerra mundial, no se sentirían menos indignados hoy frente a los altos niveles de trabajo infantil o a la incesante utilización de niños como soldados.

La realidad

Alrededor del mundo, niñas y niños siguen sometidos a condiciones equivalentes a la esclavitud. Son enviados a otros países como victimas de la trata de personas y explotados en trabajos forzados, de riesgo o en la prostitución. Como participantes en las guerras, son utilizados de manera tan brutal y sometidos a tantos abusos que los habitantes del mundo actual no podemos sentirnos moralmente superiores a nuestros antepasados. Y el trato que se da a los niños que entran en conflicto con la ley demuestra un total desprecio por su dignidad.

Próxima la segunda década del siglo XXI siguen muriendo cerca de nueve millones de niños antes de su quinto cumpleaños; más de 140 millones de menores de cinco años sufren desnutrición, alrededor de 100 millones en edad de asistir a la escuela primaria no asisten a clases y se estima que unos 150 millones entre los cinco y los 14 años trabajan.

Las experiencias de cada uno de estos niños, y las de los que carecen de los servicios esenciales o sufren por la discriminación y la falta de protección, demuestran la necesidad de modificar a fondo una serie de valores. Sin importar su ocupación o su lugar en la sociedad, cualquier persona que justifique esta situación con el argumento de que “el mundo es así”, esta fallando con respecto a su responsabilidad para con la infancia del mundo.

La Convención plantea los cambios que deben hacer las sociedades y los valores por los cuales deben ser juzgadas. Al comprometer a los Estados parte a poner los intereses de los niños en un lugar central de sus proyectos e iniciativas, ha acelerado el progreso en las esferas de las reformas jurídicas e institucionales, la prestación de servicios esenciales, la concienciación y el compromiso político con los niños.

Al consagrar los derechos en la legislación y servir como punto de referencia de las iniciativas, la Convención impulsa y fomenta el trabajo mancomunado de personas y organizaciones. Como resultado, se ha comprobado que las alianzas son vitales para la realización de los derechos de los niños, y que estos pueden ser los socios más importantes de este proceso.

En los últimos años se han incrementado y consolidado las iniciativas de colaboración en torno a la salud, la educación, la protección y la participación. Estos esfuerzos no solo permiten esperar avances más rápidos en materia de derechos infantiles, sino también en la consecución de las metas de desarrollo para la niñez acordadas a nivel internacional. Sin embargo, se requiere más colaboración entre los interesados nacionales e internacionales, y entre otros, como las entidades distritales y comunitarias no gubernamentales locales.

La Convención de los Derechos del Niño es producto de una larga lucha. Es un documento valiosísimo que hace las veces de hoja de ruta hacia un mundo en el que los derechos de los niños se respeten plenamente y, como consecuencia, mejoren todos los aspectos del bienestar humano.

Basada en la Declaración Universal de Derechos Humanos y otros instrumentos de la mayor trascendencia, la Convención ha profundizado la comprensión de estos derechos interpretados a la luz de los códigos de los niños, la población más vulnerable ante los riegos económicos, climáticos, epidemiológicos y de seguridad.

Debemos aprovechar esta época de crisis e incertidumbre –20 años después de la adopción de la Convención– para poner en práctica sus principios. La mayor dificultad de los próximos 20 años será aunar la rendición de cuentas de los gobiernos con la responsabilidad social e individual. A fin de que el ideal de la Convención llegue a ser una realidad para todos los nuños del mundo, debe convertirse en un documento que oriente las acciones de todos los seres humanos.

(Fuente: UNICEF).

* Periodista.
Tercer y último trabajo sobre la materia; la entrega anterior se puede leer
aquí.
 

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