Twitter: entre el gorjeo y la inquietud

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Alberto Barrera Tyszka.*

Porque ambas cosas significa twitter en inglés, lo que no conviene olvidar si se analiza el fenómeno social que refleja. Para el autor la realidad se nos presenta como un delirio incontrolable, que cada vez nos acorrala más. Ya no es sólo la radio. Ya no es sólo la televisión. Ya ni siquiera es suficiente internet…

Me invitaron a conversar con un grupo de comunicadores y periodistas que lidiaban con todo el rollo de las nuevas tecnologías en la biosfera hiperdigital. Al menos, algo así entendí. El que menos pujaba, pujaba un blog. La cita era un sábado y se suponía que yo debía hablar desde la experiencia de la escritura, de los tropiezos y de hallazgos que puede tener cualquiera en la faena de andar cazando lectores.

A los dos minutos de comenzar a hablar noté algo extraño en el auditorio. Casi todos los presentes miraban sus manos, luego dirigían sus pupilas hacia una pantalla que estaba a mis espaldas, a veces me miraban a mí. Todo a gran velocidad. Como si sus pupilas practicaran una rara gimnasia del rebote que yo, hasta ese momento, desconocía. Empuñaban sus celulares o Blackberrys. Sus dedos se movían a gran velocidad. De pronto me sentí parte de un videojuego que no entendía. Temí que un packman postmoderno pudiera devorarme.

Cuando pregunté qué estaba pasando, con absoluta naturalidad me explicaron que estaban "tuiteando". Tampoco soy una víctima inocente de las nuevas tecnologías. Yo sabía perfectamente qué es el Twitter. Pero sí desconocía su alcance, la fiesta que puede producir en colectivo. Casi es una orgía swinger de la virtualidad. Un todos contra todos pero en plan de ¡viva la eyaculación precoz!

Las cosas van más o menos así: mientras yo hablaba, los participantes me escuchaban pero, al mismo tiempo, iban escribiendo algún comentario, reproduciendo una frase, opinando o cuestionado incluso lo que yo podía decir o dejar de decir. Al mismo tiempo, también, mandaban esos mensajes a la comunidad Twitter, entre quienes estaba una computadora, que a su vez, también al mismo tiempo, proyectaba todo eso en la pantalla que yo tenía a mis espaldas.

Es decir que, mientras me escuchaban, mientas pensaban y articulaban opiniones sobre lo que yo decía, mientras escribían y mandaban esas opiniones, también leían los otros comentarios que iban, a la misma velocidad, apareciendo en la pantalla. El síndrome de déficit de atención, de repente, se había convertido en una virtud.

Dice el diccionario favorito de los internautas que el Twitter es un "servicio gratuito que permite a sus usuarios enviar micro entradas basadas en un texto de una longitud máxima de 140 caracteres". Por lo que sé, genera un tipo de dinámica más libre e independiente que otros sistemas que se promueven en la Web. Uno puede decidir y controlar su uso y las relaciones que mantiene, los mensajes que desea consumir.

No dudo, además, que Twitter tenga una eficacia importante, que pueda democratizar y hacer circular la comunicación, que con el tiempo logre tener consecuencias decisivas a favor del poder ciudadano… pero también hay algo que me incomoda, que enciende mi íntimo sistema de alarma ante un nuevo síntoma de la ansiedad informativa. La realidad se nos presenta como un delirio incontrolable, que cada vez nos acorrala más. Ya no es sólo la radio. Ya no es sólo la televisión. Ya ni siquiera es suficiente internet.

Ya está aquí lo último en realidad: rápido y letal. Con muy pocas palabras, usted puede seguir desde dentro la historia, minuto a minuto. Venga ya. Únase a nosotros. Vivir sin Twitter es perder. Vivir sin Twitter es vivir a medias.

Presiento que todas estas dinámicas están desarrollando una nueva noción de lo útil que, tarde o temprano, pueden secuestrar también uno de los más grandes logros de la humanidad: el ocio. Basta ver a lo lejos una sesión de café entre varios amigos donde, repentinamente, todos se arman con sus teléfonos y entran en estado de realidad: son tomados por la supuesta noticia de última hora.

Todo lo demás se desliza a un segundo plano. La tertulia pasa a ser un decorado de esa historia que ya siempre está cerca, imponiendo su mayúscula sobre el resto de la vida.

Todo lo que sea estar "desconectados" tal vez termine no teniendo ningún sentido. Ionesco pensaba que quien no puede entender la utilidad de lo inútil, no puede entender el arte. No estoy proponiendo una batalla entre el alma y Twitter. Tanto sólo trato de manosear algunas dudas sobre la mesa del domingo. Tanto sólo pienso en el simple y noble derecho a no saber.

Una amiga piensa que todo forma parte de lo mismo: el año que viene cumpliré 50.

"Estás comenzando a tener vainas de viejo", dice. Sin ninguna piedad. Cree que por eso no tengo cuenta en Facebook y ahora me pongo a buscarle cuatro patas a Twitter. Algo voy a tener qué hacer, entonces, antes de que un día me encuentre frente al espejo y empiece a sentir que estoy mirando una nostalgia.

* Periodista, humorista.
Publicado en el periódico caraqueño El Nacional.

 

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