Un terremoto entre dos presidentes

1.804

Camilo Taufic.*

No es la primera vez que sucede en la historia de Chile. El terremoto de Valparaíso de 1906 ocurrió un mes antes de que el presidente Germán Riesco le entregara el poder a su sucesor, el presidente Pedro Montt. El sismo fue el 16 de agosto, y el traspaso del mando, el 18 de septiembre. Otra coincidencia sorprendente: el mandatario saliente (Riesco) había vencido al que ahora le seguía (Montt) en las anteriores elecciones de 1901. Igual que Bachelet le entregará ahora el cargo al mismo candidato Piñera al que superó en 2005.

En 1906, ambos presidentes —en ejercicio y electo— también visitaron juntos la zona de la catástrofe, donde se habían producido 3.000 muertos y 20.000 heridos, aparte de miles y miles de damnificados en toda la zona. Los presidentes fueron a Valparaíso nueve días después, viajando en ferrocarril,  primero, un largo tramo a pie, y luego a caballo.

En todo caso, Riesco y Montt en 1906 se demoraron menos que el presidente Jorge Alessandri, en 1960, que a regañadientes fue a visitar a los salvados del terremoto de Valdivia cuando ya habían pasado las réplicas, muchos días más tarde, pese a que cualquier avión lo habría llevado de inmediato. Hubo hasta editoriales en El Mercurio conminándolo a dejar su aislamiento  y cumplir con ese mínimo deber de un jefe de Estado. Me consta, porque yo entonces era reportero en La Moneda.

Se produjeron intentos de saqueo en Valdivia y Concepción en 1960, que se evitaron con fuerza militar en las calles, de inmediato. Como también hubo saqueos efectivos y tan horribles como los de este mes, en el terremoto de 1906, donde se hizo célebre el que luego sería almirante Gómez Carreño, que llevó a cabo con especial entusiasmo las órdenes de la autoridad civil del puerto, el intendente Enrique Larraín Alcalde. Fue éste el que ordenó atajar los desmanes con toque de queda y fusilamiento inmediato de los delincuentes que fueran sorprendidos cometiendo sus fechorías.

Gómez Carreño quedó en la leyenda más como autor que como la  mano ejecutora de esas terribles órdenes. Sobre cada cadáver de los ejecutados se ponía un letrero explícito: “Por ladrón”, “Por violador”, “Por incendiario”…

Las autoridades chilenas de 1906 habían tomado el ejemplo de lo sucedido en San Francisco de California, donde un terremoto aun mayor que el de Valparaíso, en abril de 1906 (cuatro meses antes, no más), seguido de una cadena de incendios como nunca más se ha visto, hizo surgir el mismo tipo de pillaje, entre gentes de diferentes orígenes étnicos: chinos, negros, mexicanos, angloamericanos, mestizos y europeos. 

Entonces, el alcalde yanqui de la ciudad, E. E. Schmitz, emitió el siguiente decreto, para terminar con el caos: “Las tropas federales, los miembros regulares de la fuerza policial y todos los oficiales de la policía especial han sido autorizados para matar a cualquiera persona que sea sorprendida en actos de saqueo o en cualquier otros tipo de delito in fraganti”. Encontré la cita precisa en un reportaje del célebre escritor Jack London sobre aquel desastre, del fue testigo presencial. Lo acabo de leer en un manual de periodismo de la Universidad de Columbia.

Así como Gómez Carreño no inventó ese tipo de “receta” para reprimir el vandalismo, otros terremotos en Chile produjeron el mismo despertar de instintos salvajes, común en todos los países enseguida de una calamidad mayor.

Luego del bombardeo norteamericano a Irak, en el 2003, fueron robadas por la multitud 70.000 piezas de arte de los museos del país, muchas de ellas con cinco mil años de antigüedad. En Argentina no necesitan cataclismos para que se produzcan saqueos: ha bastado en años recientes la caída de un gobierno por mal manejo financiero.

En el terremoto de Chillan de 1939, la gente que salió en los días siguientes en busca de sus familiares por los campos vecinos, tropezó frecuentemente con muertos insepultos por aquí y por allá, a los cuales algún canalla les había cortado el dedo anular para robarles la argolla matrimonial de oro.

* Periodista.
Una versión de este trabajo se publicó en La Nación de Santiago de Chile.

 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.