Un tigre de papel imaginario

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Álvaro Cuadra*

A más de medio siglo, Mao no hubiese imaginado la certeza de sus palabras para definir a sus adversarios capitalistas: un tigre de papel. La economía mundial, convertida en un capitalismo casino de “derivados”, ha demostrado ser puro papel, desligado de toda economía real. El astronómico forado causado por la quiebra de estos tahúres del capital alcanza a los setecientos mil millones de dólares, esto es: un siete seguido de once ceros. Algo así como dos mil trescientos dólares por cada estadounidense, o para ponerlo en términos  chilenos: unas setecientas veces toda la fortuna de Sebastian Piñera.

Esta disociación entre los papeles de mercado y la economía real se basa, en lo fundamental, en la confianza que todos tienen en el sistema. Es decir, se trata de una creencia compartida en que el juego que jugamos ha de producir ganancias. Al igual que el conocido juego de Monopoly, hay un acuerdo básico en los valores asignados a tal o cual documento o papel moneda. La cuestión se complica cuando dicha confianza se desvanece, esto es: cuando caemos en cuenta que se trata, en rigor, de una convención compartida, pero no por ello menos imaginaria.

Lo que llamamos crisis se relaciona estrictamente con el subitáneo despertar, es el momento en que la subjetividad advierte la dimensión convencional del juego en que se está sumido. En este sentido, el capitalismo contemporáneo se erige como un credo en el imaginario social, es decir, se afinca más en la subjetividad que cualquier presunta economía objetiva. Ello explica los vértigos del mercado, las altas y bajas de la bolsa, según el estado anímico de sus agentes, que puede ir de la euforia al pánico.

Como nunca antes, la subjetividad humana sostiene un tinglado tecno-económico a escala mundial. Al igual que los apostadores de un casino, se estudian posibilidades y expectativas, riesgos y costos, se escruta el futuro mediato e inmediato. Para ello existe toda una serie de “gurús” de las finanzas,  seres que sostienen la superstición neoliberal, sermoneando a empresarios e inversionistas revestidos de un “aura” pseudo científica.

Ante una crisis financiera de envergadura, como la actual, los esfuerzos se orientan hacia el restablecimiento del delirio colectivo, se trata de evitar a toda costa un incómodo despertar. La hiperindustria mediática, los gobiernos, y muchos agentes económicos insisten en calmar los ánimos. La hórrida verdad podría significar la ruina no sólo de los ricos y famosos sino de naciones enteras, a tal punto estamos comprometidos en una simbiosis con el capital.

La hórrida verdad no es otra que un mundo construido sobre una nueva forma de sometimiento, tanto objetivo como subjetivo. Pues mientras se destinan cantidades enormes a sostener el delirio neoliberal, sea como subsidio directo, sea como inversión bélica; lo cierto es que nada parecido ha sucedido jamás con problemas reales de la gente como la salud, la educación o la previsión social. La triste verdad sigue siendo que unos pocos se enriquecen a costa de la miseria de los más.

Las crisis financieras resultan ser aquellas fisuras en el tiempo por donde se atisba el “backstage” del capitalismo casino. Las masas de ciudadanos a escala mundial que son esquilmados por grandes corporaciones amparadas por sus gobiernos para mantener un delirio edénico de riqueza sin límites. En este mundo imaginario, al igual que en el poema, lo único real es el dolor humano.


* Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados ELAP.

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