VENEZUELA: DIÁLOGO DE ESCRITORES EN LOS ANDES

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Alberto Jiménez Ure. Ricardo, estos días de tribulaciones políticas, universitarias y problemas sociales severos, me han hecho pensar, y de alguna forma tratar de recordar, cuáles fueron mis motivaciones literarias cuando era un niño, y pensé en ti: porque, después de algunos años conociéndote, no sé cuáles fueron tus motivaciones. Nunca me has hablado de eso. ¿Será que sientes algún tipo de temor?

Ricardo Gil Otaiza. No, en absoluto. Creo que, básicamente, mis motivaciones fueron, desde muy niño, la necesidad, el deseo de narrar, de contar, de expresarme. Esa necesidad surgió cuando me hice un buen lector.
Pienso que un escritor nace sobre la base de una lectura profusa, diaria, coherente, organizada, y siente uno interiormente que tiene que dar ese salto. El salto de ser solamente un lector a un escritor.

A.J.U. Probablemente tuviste algunos miedos, inquietudes relacionadas con ciertos acaecimientos, ciertos sucesos que estigmatizaron tu vida, tragedias.

R.G.O. No, tragedias no, sino el miedo que tiene un escritor joven, un escritor que todavía no ha publicado.

A.J.U. Pero: me estas hablando de tu edad adolescente. Te pregunto si cuando tu estabas muy pequeño, a una edad inferior a los diez años, pensaste en la posibilidad de que pudieras escribir un libro e ingresar al ámbito de los escritores.

R.G.O. Sí. Recuerdo que mis hermanos, unos amigos de la casa y yo hicimos un programa que posiblemente era para la radio, de literatura de terror. Esa fue la primera incursión que tuve en la literatura, como a los ocho o nueve años. Sin embargo, mi literatura no es clasiflicable como de esa corriente narrativa.

A.J.U. Quería decirlo: tu literatura no tiene específicamente influencia terrorífica.

R.G.O. No, en absoluto. Ahora que hablas de eso, yo tampoco recuerdo que tú me hayas contado cómo fueron tus inicios, porque yo he sido un lector de toda tu literatura, y, sin embargo, en el tiempo que tenemos de conocernos, no creo recordar que me hayas contado cómo fueron tus inicios, cuál fue tu motivación.
¿Comenzó en Barquisimeto? ¿Aquí en Mérida? Como tu vida ha estado distribuida, por decirlo de alguna manera, en algunas ciudades del país, no recuerdo que me lo hayas dicho.

A.J.U. Antes de que yo pensase en la posibilidad de escribir un cuento o una novela, ya estaba aterrorizado por mi propia imaginación. Eso fue lo que inicialmente me llevó a escribir los primeros textos que leía a los amigos y que mi hermana –Elizabeth– se los leía a sus amigas.
Tendría yo nueve años, y te puedo confesar que mi motivación más profunda fue el terror que me provocaban mis ideas. Yo vivía atormentado por mis fantasmas. Me perseguían seres imaginarios: llegué a verlos y pensé que estaba afectado psicológicamente, porque proyectaba la imagen de seres extraños y monstruosos…

R.G.O. Pero, ¿esas son las mismas imágenes que tú has plasmado en todos tus libros? La crítica y tus lectores dicen que eres un escritor de literatura de lo perverso, de lo que generalmente los escritores no mostramos; porque generalmente escribimos sobre el lado bueno del ser humano y tratamos de proyectar, digamos, entre comillas, esos valores.
En el caso tuyo siempre ha sido una literatura de ese otro lado de la moneda. Entonces ¿son esos mismos fantasmas que te poblaban desde tu niñez los que has vertido en tus libros?

A.J.U. Sí: son los mismos fantasmas que se han doctorado ya. Las percepciones macabras y demoníacas que tuve se han perpetuado de y alcanzado el paroxismo en el curso del tiempo.
Pero los hechos de naturaleza literaria enrarecen cuando implican a lectores o personas que te conocen, que en un momento dado comienzan a presumir o imaginar cosas sobre tu vida, tu vida privada, tu vida personal. Indagan cómo es tu conducta. Hay quienes te conocen, y que me han visto o tratado, que sienten temor de acercarse a mi. No como profesor universitario, que tú tienes ciertas características distintas a las mías en ese sentido, porque has tenido actividades docentes.
En tu caso se afirma, por ejemplo, que eres un moralista, alguien muy rígido. Cuando llegan a leer un libro tuyo, Paraíso guiado o Espacio sin límite, por ejemplo, quizá te exculpan.

R.G.O. Hace como 8 años publiqué un cuento, muy breve, en el diario El Vigilante (desaparecido desafortunadamente) en el cual narraba la vida de un personaje que estaba en prisión. El título del cuento es Memoria tras las rejas, y recuerdo que cuando apareció publicado un amigo me llamó para decirme: «Ricardo, yo no sabía que estuviste preso».
Yo siento que la gente confunde lo que es la vida privada del escritor con lo que ese escritor plasma en sus libros. En el caso tuyo, ya que traes a colación eso de lo que la gente piensa, que soy rígido, etc., abundan quienes sostienen que tú eres perverso. He tenido que conversar con amigos, muchos de los cuales conoces, para tratar de disuadirlos de la idea de que lo que cuanto escribes no es tu realidad personal. Tengo años conociéndote y sé cuál es tu naturaleza humana. Pero, la gente se confunde leyéndote.

A.J.U. Admito que me ha afectado mucho la actitud de algunos lectores o personas que han departido conmigo y luego dejan de tratarme. Otros no me hablaban y en la actualidad me tratan, luego de conocerme en realidad. Deploro la maledicencia y difamaciones que se han propagado alrededor de mi vida íntima. A la mayoría de las personas les cuesta separarme de las tramas de mis novelas y libros de cuentos.

R.G.O. La gente nos asocia, irremediablemente, a lo que escribimos. En tu caso, que me precio de ser unos de tus lectores, hay inocultables elementos perversos: sueles mostrar el lado más obscuro del ser humano y a los lectores les resulta difícil no identificarte con tus ficciones.

A.J.U. Soy y seré, sempiterna e infelizmente, la verdad en la contradicción. Pero en tu caso hay una vertiente que te libera un poco de esa presión del lector o del público que en un momento dado te encara o se enfrenta a ti o llega a conocerte. Tu actividad escritural académica.Tus trabajos de naturaleza académica sobre las plantas medicinales. Es decir, que de alguna forma estás más salvado que yo del juicio severo de un lector que no llega a conocerte personalmente jamás o que te medio conoce o te ve caminar por una calle.
Nadie imagina o sospecha que eres el aberrado autor de una novela donde el incesto y otras inmoralidades afloran.

R.G.O. Pero están tentados. ¿Porqué? Uno como escritor siempre está expuesto a la malicia de los demás…

A.J.U. Pero, ¿no es mejor que te conozcan?, ¿que te lean inteligentemente y traten para luego tener una idea exacta de lo que tu eres y no difamarte estúpa e infamemente.

R.G.O. Eso es relativo.

A.J.U. Recuerdo algo que quería comentarte. Tuve una amiga que fue actriz de televisión: Doris Wells, quien murió hace algún tiempo de cáncer. Ella venía mucho a Mérida, y lo hacía para relajarse, para descansar un poco del enfrentamiento que solía tener con los tele-espectadores de las telenovelas en las cuales ella participó, puesto que pensaban era la «mala» de algunas telenovelas. Ella se molestaba profundamente por esa causa, y me decía: R.G.O. Ese es el riesgo que corremos, pero yo siento que el escritor no debe encasillarse sino que debe ahondar en otros géneros, y debe buscar otro tipo de literatura. Estoy tratando de ahondar un poco en el denominado «realismo sucio», creo que es una experiencia que podría marcarme desde el punto de vista escritural.

A.J.U. No me habías hablado de eso.

R.G.O. He comenzado a escribir una serie de cuentos que los voy a compilar, más adelante, en un libro.

A.J.U. ¿Por qué «realismo sucio»?

R.G.O. Porque yo siento que el contexto que tenemos está tan problematizado que el escritor tiene que hacerse receptáculo de todas esas contingencias y tratar de presentarle a su colectivo, a sus lectores, un acercamiento bastante real de lo que es su sociedad, su país, su continente.
Recordemos que evivimos en un país con bastantes problemas; entonces, de qué le vale a un escritor estar pintando el paraíso perdido cuando en realidad tú sales de tu casa y te encuentras que puedes ser atracado, que puedes ser violado, que puedes ser asesinado. Entonces, creo que tengo que abordar también otras experiencias para que no me encasillen.
Por ejemplo: me dijiste: «Mira, ¿eres moralista?». ¡No! Vamos a romper con esos esquemas, yo he leído textos tuyos que no están enmarcados precisamente en lo que llamamos la perversión, ni la aberración. El escritor debe ser pluridimensional y creo que la amistad nuestra, que ya tiene más de una década, está centrada precisamente en eso: en la diversidad, en que nos comprendemos. Nos hemos respetado, compartimos nuestra literatura y somos lectores el uno del otro…

A.J.U. Recuerdo los tiempos cuando conocí a Ennio Jiménez Emán. Tendría yo un par de años en Mérida, y nos reuníamos para tomar cerveza y leer a Henry Miller: Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio, Primavera Negra.
En Europa y Estados Unidos era muy comentado, precisamente por tener una literatura que en aquellos tiempos era juzgada como fuerte: extravagante, por los elementos sexuales que insertaba en sus tramas. Era parco y se limitaba exclusivamente a describir situaciones que lo implicaban, sensaciones que tenía, por ejemplo, en un tren, cuando le gustaba una chica y se excitaba, o sus experiencias de violencia fortuita y las querellas callejeras que igual propició.

R.G.O. Esa es la vida, y no debe haber una literatura ascéptica. El escritor, tal y como yo lo percibo, tiene que serlo auténticamente. Son tiempos más violentos, entonces el escritor no se puede convertir en un individuo que esté protegido en un cubo de cristal, sino que tiene que ser perceptor y actor de la realidad de su tiempo.

A.J.U. ¿Te parece que todo lo que es violento es necesariamente sucio? Lo digo puesto que juzgas o defines ese tipo de literatura como «realismo sucio».

R.G.O. Realismo sucio es un detonante de la literatura en este sentido, ¿por qué? Porque el realismo sucio se ha definido como aquella literatura que no solamente define de una manera clara y precisa los elementos del contexto, del contexto cultural básicamente, sino que también ahonda –y ahí hay una relación con tu literatura–, ahonda en los elementos que el ser humano, por lo general, esconde en sociedad, es decir, todo ese intríngulis que puede haber entre una pareja que generalmente no aparece reflejado en el libro, o esa conversación íntima que hay entre parejas, entre individuos que son afectos a una relación carnal, esa es la literatura que se expresa y se denomina «literatura o realismo sucio».
¿Por qué? Porque el lector necesariamente no tiene que estar ganado a conocer cuáles son las interioridades de unos personajes, se da por hecho en nuestra literatura, “aséptica” entre comillas, pero yo siento que nosotros estamos en la obligación de ahondar.

A.J.U. Nosotros no escribimos una literatura aséptica. Lo hizo Uslar Pietri, Jorge Luis Borges…

R.G.O. Uslar Pietri fue calificado como un escritor elitesco, autor de una literatura asexuada.

A.J.U. También Rómulo Gallegos, José Antonio Ramos Sucre y otros en extremo recatados al escribir.

R.G.O. Si, bastante recatados. Siento que la literatura tiene que golpear. Para mí, como lector, un libro que no me golpea no es relevante.

A.J.U. La literatura debe afectar a las personas: el juicio que tienen sobre sí mismas y el mundo, positivamente o negativamente. Lo contrario es la capitulación cobarde de la conciencia.

R.G.O. Es fundamental que el lector no sea el mismo después de la lectura de un determinado e impactante libro. Con frecuencia le digo a mis amigos que para mi la literatura es mi catarsis.

A.J.U. ¿Qué ocurriría si alguna ley nos impidiese desarrollar y expresar, plenamente, nuestras ideas y ficciones?

R.G.O. Yo plantearía la resistencia.

A.J.U. Pero, ¿cómo resistir? Nunca hemos usado armas letales.

R.G.O. El arma de la palabra.

A.J.U. ¿Podrías, hipotéticamente, convertirte en un criminal? Hay gente que dice que yo soy una especie de criminal de la literatura por las tramas de mis libros.

R.G.O. Uno no sabe cuando la vida lo colocará en situaciones extremas en las que tenga que hacer uso de la violencia.

A.J.U. No te imagino con una ametralladora.

R.G.O. ¡No, no, en absoluto! Me hallo entre quienes sostienen que la palabra es la principal arma, y recuerda que la mayoría de gobernantes democráticos, tiránicos, etc., le temen al poder que tiene. Por eso es que, generalmente, en los países víctimas de gobiernos dictatoriales los primeros que se tienen que ir son los escritores y los intelectuales.

A.J.U. Ellos le temen a la palabra cuando tiene vigencia y siempre que exista la posibilidad que se desarrolle o conozca. Pero, si no se difunde, si no se publica, no les afectará. Qué puede ser más fatuo que un libro apócrifo, oculto.

R.G.O. Allí no va a haber ningún impacto de la palabra.

A.J.U. Luce interesante la opción de vivir en un mundo en el cual tú no puedas decir nada que no perturbe a quienes tienen el poder del mando político: solamente comer, hacer el amor, trabajar para recibir cierta remuneración…

R.G.O. No me atrae esa idea, en absoluto.

A.J.U. Plantéate vivir en un mundo donde no puedas hacer nada que no te dicte un manual.

R.G.O. ¡Sería terrible! Para mí lo sería: como enterrarme en vida.

A.J.U. Podrías ser, orwellianamente, un hombre feliz…

R.G.O. No, no creo.

A.J.U. Un desahuciado feliz.

R.G.O. No. Tal vez un desahuciado sí, pero un ser que tenga capacidades, potencialidades, que mire más allá de su contexto, de su realidad; yo siento que ese panorama que tú me has pintado es terrible, yo siento que los intelectuales tenemos que salir de esos países, ¡primero resistir!

Uno tiene primero que luchar para revertir el signo de los tiempos; sin embargo, a veces las fuerzas son tan avasallantes que tú con el arma de la palabra y de la escritura que tienes en tus manos no puedes doblegar esa situación, no puedes.

A.J.U. ¿Contradices la reflexión de Dostoievsky según la cual «el hombre es un cobarde y animal de costumbres».¿Ves al monstruo y buscas enfrentarte a él?

R.G.O. ¡Por supuesto! Hasta en los textos bíblicos aparece, David se enfrentó a Goliat y lo liquidó. ¿No? Pienso que los escritores, los intelectuales, tenemos la posibilidad de derrumbar esos Goliat que se erigen en todos los países, no solamente en los países latinoamericanos sino en todos los contextos.

A.J.U. Pero es en extremo difícil. Hay que pelear, por ejemplo, contra un Estado corrompido. Es improbable que un escritor que tiene en sus manos solamente una pluma pueda enfrentarse a un militar que lo ve, que lo amenaza simplemente tocando con los dedos la cacha de su arma de guerra. Sólo con ese gesto los escritores quedamos paralizados e intimidados.

R.G.O. Es que hay de todo, es muy triste.

A.J.U. ¿Por qué los escritores no podemos comulgar con los militares?

R.G.O. Porque el militarismo, que es completamente vertical, impone, no permite el disenso, la diferencia. No tolera que tú pienses de una manera distinta, a todos nos quieren meter bajo un mismo carril, bajo un mismo riel y, lógicamente, el intelectual se resiste a ello: porque, si no, no seríamos escritores.

Recordando lo que tú hace rato planteabas, me angustió la situación de Cabrera Infante, recientemente fallecido, porque él aspiraba a regresar a su Cuba libre, a su Cuba, digamos, democrática, y lamentablemente tuvo que vivir más de cuatro décadas de exilio.

En ese caso yo siento que, no el escritor, sino el «soldado» entre comillas, el soldado que utiliza el poder de la palabra, el poder de la escritura para enfrentarse a un poder omnímodo, en este caso de un dictador, fue derribado en estas circunstancias; Cabrera Infante no pudo regresar a su Cuba natal que eran las aspiraciones que él tenía, sin embargo, con su literatura y con el legado que ha dejado a los lectores y al mundo de habla hispana hay un triunfo desde el punto de vista de la escritura, de la literatura, porque el va a sobrevivir a su cuerpo físico.

A.J.U. Sí… llegará el día cuando todo cambie en la isla de Cuba, pero también lo harán otras sociedades. Muchos países tendrán nuevo sistemas de gobierno. Siempre el ser humano estará enfrentado a sí mismo, a su naturaleza que es y será la de una bestia indomable: porque el hombre, de ninguna forma, puede vindicarse.
Incesantemente, he pensado que nuestra especie es irreparable. Ni siquiera mediante la religión mereceremos algo distinto a la extinción.

R.G.O. Pero tú crees que los escritores venezolanos tenemos posibilidad de salir, impactar, decirle no solamente al país, sino al continente y al mundo entero que aquí hay toda una generación de escritores con posibilidades, escritores buenos con obras buenas y no seguir pasando por debajo de la mesa como desgraciadamente se nos ve en otros contextos, donde ni siquiera se conoce nuestra narrativa… A mí me preocupa esa situación.

A.J.U. Pienso que lo importante es que a ti te conozca y te lea aquella persona que siente placer por ello. No me inquieta que, por ejemplo, un político me lea.

R.G.O. ¡Claro!… ¿te gustaría ser un escritor best seller?

A.J.U. No necesariamente, pero si mi literatura llegase en un momento determinado a estar dentro de esa categoría, no dependería de mí, y no tendría por qué molestarme.
Los escritores deberíamos vivir de la literatura, pero, en un país como Venezuela, donde la mayor parte de la población no lee, una población inculta, pueril, mendicante y gregaria políticamente, no tenemos esa esperanza.

Y tú: ¿Te sientes mejor como escritor o docente?

R.G.O. Para mí la literatura es una forma de vida, es una manera de comprender el mundo, y de entender el mundo; no podría vivir sin la literatura, tú lo sabes, tienes años conociéndome.

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Transcripción del diálogo proporcionada por TV. ULA.

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