Venezuela: vete a vigilar

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Regresé a Venezuela 20 años después. No buscaba mosqueteros, como el héroe de Dumas, el padre. Tampoco esperaba que 20 años fueran nada, como el morocho del Abasto. Fui por unos días impulsado por diversos vientos: un poco de nostalgia —viví varios años en Caracas— también por mostrar a mi media naranja las bellezas de un país, contenido y continente, y, por qué no decirlo, por un descanso de pocos días que, merecido o no, me trasladaba del frío oceánico del sur de Chile al calor acerbo del borde caribeño.| CRISTIÁN JOEL SÁNCHEZ.*

 

Pero no; ¡dejémonos de vainas, chico! En verdad no fui por ninguno de esos argumentos cursis anteriores. Fui porque quería impregnarme de la realidad de una revolución, quería conocer en carne viva un proceso, el bolivariano, que hoy fascina y tiene en ascuas no sólo a un continente, sino también a aquellos que desde más lejos miran de reojo, a veces perplejos, a esta piedra que se introdujo en el zapato del imperialismo.

 

Vanidad aparte, creo tener un par de parámetros sólidos que avalan mi osadía de cronista político al intentar analizar un proceso, de profundas raíces sociopolíticas y económicas, como el que lleva adelante el pueblo venezolano. Lo primero es porque viví la gran esperanza de mi país en el primer intento bolivariano de América que encabezara el Presidente Allende. Nadie puede dudar que los objetivos que perseguía la revolución chilena en 1970 no sean los mismos que ahora persigue la revolución bolivariana que lidera el presidente Chávez.

 

Mi segundo argumento radica en que, como dije al comienzo, residí por algunos años en la patria de Bolívar en dos oportunidades, entre los setentas y los ochentas, en plena degradación de la Cuarta República, lo que me hizo ser testigo del saqueo por turno que del erario venezolano hacían adecos y copeyanos. Regresé esta semana sólo por unos días, pero teniendo nítida la imagen de la Venezuela de entonces, desesperanzada, con un pueblo como testigo impotente de la opulencia de unos pocos, las puertas cerradas a cualquier atisbo de cambio, partidos políticos incapaces de interpretar los anhelos de los desposeídos, corrompidos desde sus cimientos, indiferentes al dolor de las mayorías.

 

Un cielo cargado de nubes

 

No sin ciertas protestas conyugales, renuncié a las paradisiacas playas orladas de palmeras y aguas color turquesa, y preferí conocer y reconocer al mismo pueblo fraterno que me recibió una vez cuando llegaba yo con el fascismo pegado a los talones.

 

Deambulé desde Propatria hasta el Nuevo Circo y sus alrededores, dialogando con buhoneros, taxistas, vendedores de tiendas y hasta vecinos de asiento en los “carritos por puesto” —colectivos de transporte público para quienes no han estado en Caracas— pasajeros que, como yo, soportaban estoicamente la “tranca nuestra de todos los días” en las saturadas calles caraqueñas.

 

Traté, no sé si lo conseguí, de ser objetivo. Conversé con antichavistas honestos que, como en el Chile de los 70, sucumben a la campaña del terror que golpea día y noche desde los medios mayoritariamente en manos de la oposición. Conversé también con antichavistas abiertamente fascistas, que preparan y velan las armas con las que esperan salir, como en Irak, como en Libia, como en Siria, a matar a su propio pueblo cuando llegue la orden desde el norte.

 

Uno de ellos, que nos interceptó en la calle al escuchar nuestro acento extranjero, nos soltó un monólogo antichavista plagado de un odio acérrimo contra todo lo realizado por la revolución: “Hay que parar el comunismo a como dé lugar, por cualquier medio” fue su conclusión final. Los chilenos ya sabemos de qué se trata ese “por cualquier medio”. Como lo dije antes, lo sabe también el pueblo iraquí, el pueblo libio, y lo está sabiendo el pueblo sirio en estos mismos minutos.

 

En el otro extremo, conversé con el pueblo chavista, con aquellos que con fervor místico, impregnados de la religiosidad popular, oran y conminan al Todopoderoso y a su corte de ángeles para que proteja la vida de su líder, y de paso proteja también la revolución (que para ellos es lo mismo). Pero conversé también con chavistas de análisis sereno que tienen plena claridad del peligro que se cierne sobre la patria y sus esperanzas, y de la necesidad de proyectar la revolución más allá de la figura humana, inevitablemente transitoria, de un líder que hasta ahora ha conducido brillantemente el proceso bolivariano.

 

Tuve la suerte de conocer a Rafael, un chavista con los pies firmemente posados en la tierra. A través de su charla amena de cada noche, pude profundizar aún más en el espíritu que flota sobre el pueblo venezolano en estas horas cruciales. Reconocía él los errores, las falencias del proceso. Pero tenía claro que las grandes virtudes de la revolución bolivariana, que a la hora del balance son mucho más numerosas, había que defenderlas a todo trance. Dentro de la revolución todo, incluso los errores. Fuera de ella, nada.

 

Rafael tiene un apellido, tiene sin duda un rostro y una ubicación en algún punto caraqueño ¿Qué por qué no consigno acá esos datos? Fíjese usted, amigo lector, que paradojalmente esta censura obligada la decidí yo, no él cuyo exceso de confiabilidad me recordó nuestra propia experiencia que no contemplo los grados del odio clasista del fascismo que alcanzó no sólo a los dirigentes del proceso, sino también a los más humildes ciudadanos de un pueblo que pagó caro su ingenua creencia en la civilización humana.

 

La hora de los hornos

 

La conclusión lapidaria, inevitable, que surge de esta experiencia cara a cara con la revolución bolivariana, —no obstante que busco porfiadamente desechar los oscuros presagios— es que sobre Venezuela y su pueblo esperanzado, se cierne la misma sombra tenebrosa que la ceguera chilena de los años setentas no quiso ver. Se cierne el mismo complot, los mismos planes asesinos, la misma noche siniestra en la que se sumió Chile pagando con horrores sus sueños libertarios.

 

Caracas es otra. Ha cambiado. Como todo el país, está dividida peligrosamente en posiciones casi irreconciliables. Sin embargo, en la balanza nacional una clara mayoría de la población colma el platillo de la revolución. Esto, dirá usted, es decisivo si en el otro platillo se encaraman los sectores absolutamente minoritarios del viejo poder corrompido al que está poniendo fin el comandante Chávez. El fiel de la balanza, insistirá usted, tendrá que inclinarse obligadamente a favor del pueblo, lo dicen las leyes de la física y lo dice la experiencia histórica de la sociedad humana sin excepción.

 

Pero no, mi amigo. Si lo duda, pregúntele usted a los despojos que dejó la OTAN en Irak donde la sangre aún no se estanca, a los miles de muertos que dejó EEUU en Libia mientras la ONU miraba displicentemente hacia otro lado. Y si aún lo duda, “vaya a ver la sangre por las calles” como decía Neruda, en los atribulados pueblos y ciudades de Siria. Esa balanza de la que hablábamos presentada de manera tan simplista e ideal, no sirve. La verdadera balanza se mide y se ha medido siempre en armas, en capacidad defensiva y ofensiva, y sólo estuvo equilibrada cuando el mundo socialista era capaz de amarrar las manos imperialistas haciendo respetar esas mayorías como la que hoy exhibe el pueblo venezolano.

 

Chávez es militar y cuenta no sólo con el apoyo del pueblo, sino que también con el ejército, al menos con la mayoría de las fuerzas armadas. Clara diferencia con el Chile de los setentas. Pero vuelvo a insistir: en la actual realidad a la que ha involucionado el mundo, ¿basta con estos recursos para defender una revolución como efectivamente bastaban antes? De ninguna manera. La supremacía absoluta que tiene EEUU y sus aliados en el mundo, con la desaparición de la URSS y con una Rusia actual convertida en un montón de republiquetas sin peso internacional, introdujo una variante, un “aggiornamento” a la táctica empleada por el Departamento de Estado en aquellos años de la guerra fría.

 

Hoy la receta exitosa que viene aplicando la CIA es desestabilizar gobiernos populares mediante la introducción de mercenarios fuertemente armados, pequeños comandos distribuidos entre la población y destinados a crear el foco insurreccional. A él se pliegan los reaccionarios locales, todo orquestado por los medios nacionales e internacionales que desde mucho antes van creando el ambiente desacreditando a los gobiernos existentes.

 

El golpe de gracia de la táctica imperialista viene después: hay que ayudar a esos “pobres” pueblos que están siendo “masacrados” por las fuerzas leales al poder establecido.

 

Se moviliza entonces a los organismos internacionales que son meros monigotes del amo supremo que hoy rige los destinos del mundo. Si la propuesta de intervención armada es bloqueada en la ONU por la tímida oposición de Rusia y China en el Consejo de Seguridad, EE.UU. y sus aliados pasan sin problemas sobre estas resoluciones y desatan la agresión con su brazo armado, la OTAN, que no requiere la aprobación de nadie, sólo el aval del Pentágono.

 

La cuenta regresiva del complot

 

En Venezuela la oposición tiene montada hace rato la primera parte del plan alternativo si pierden las elecciones de octubre: declarar el acto eleccionario como un fraude y pregonar, urbi et orbi, su triunfo supuestamente arrebatado por falaces maniobras del gobierno. Los antichavistas más reaccionarios —el caldo de cultivo de la variante fascista de la oposición— tienen una sola consigna, que, por lo demás, pregona el candidato Capriles de la derecha, aunque con palabras más retóricas: el 7 de octubre o se gana o es fraude. Para ellos no hay alternativa.

 

El título de este artículo rememora una hermosa canción de Patricio Manns escrita y cantada por este gran artista en pleno complot de la derecha en Chile, cuando el golpe estaba ya a la vuelta de la esquina. Sus versos recomendaban no bajar jamás la guardia, estar siempre vigilante, no cerrar los ojos para no despertar un día entre la desolación y la sangre como nos ocurrió a nosotros en Chile, como ocurre hoy en el Medio Oriente. El pueblo venezolano entero debe tener muy claro que a estas alturas, cuando las masas populares han adquirido conciencia revolucionaria, cuando se ha avanzado por primera vez en conquistas antes jamás soñadas por la mayoría humilde de un pueblo, la única alternativa a estos avances es el fascismo.

 

Nadie se mueva a engaño: el poder alcanzado a costa de un golpe reaccionario, jamás será entregado a quienes ingenuamente engrosan las filas del complot creyendo que es la democracia la que está en juego. Ocurrió en Chile donde los opositores democráticos a Allende fueron arrastrados también por la vorágine de sangre y represión desatada por la dictadura.

 

A EEUU no le importa lo que ocurra el día después. Que los países queden desangrándose por años, que la bota de los gobiernos títeres quede permanente sobre el cuello del pueblo es para ellos el precio que debe pagar esa nación por haber intentado rebelarse. Lo importante para Wáshington es que su estabilidad geopolítica ha quedado, una vez más, asegurada.

 

¿Significa entonces, a la luz de este descarnado análisis desde Caracas, que fatalmente el destino de esta gran revolución está sellado? De ninguna manera. De ello hablaremos en la segunda parte de estas crónicas. Mientras tanto, amigo venezolano, como en la canción de Patricio Manns, vete a vigilar día y noche.
O como dicen ustedes en la tierra de Bolívar: ¡ojo pelado, hermano!
——
* Escritor

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