Vientos bélicos en África: “La paz armada” del Congo

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Catalina Oubel*

El país africano está sumido hace décadas en una guerra permanente de baja intensidad. Se enfrentas diferentes etnias del país por el control de los recursos mineros con la injerencia encubierta de las potencias occidentales.

Mientras la crisis financiera resuena en los oídos de la población mundial y los gobiernos que conforman el G-20 concurren a reuniones diplomáticas donde predomina el poder de la retórica y lejos quedan las soluciones tangibles, el pueblo congoleño se desvanece en una guerra que tiene como trasfondo el control de un mineral estratégico para las potencias mundiales: el Coltán.
 
Atrás quedaron las luchas milenarias por la descolonización africana, para convertirse en una de las tantas guerras por el poder de los recursos naturales, donde el valor de la vida queda relegado frente a la codicia de aquellos países que dirigen el tablero internacional.
 
A partir de 1996 el Congo fue escenario de dos guerras donde murieron 4 millones de personas. La primera transcurrió entre 1996-1997 y trajo como resultado el derrocamiento del gobierno del Zaire -hoy Congo-, Mobutu Sésé Seko, quien controlaba el país desde 1965 bajo un régimen dictatorial. A raíz de esto, el líder Laurent Desiré Kabila ocupó el poder y rebautizó la nación con el nombre de República Democrática del Congo (RDC).
 
La llamada “segunda guerra del Congo” comenzó en 1998 y finalizó oficialmente -luego de varios tratados de paz- en el año 2003 con el gobierno transitorio de Joseph Kabila (hijo de Laurent Kabila), quien fue electo democráticamente en el 2006. Según una nota del diario argentino Clarín, la ofensiva dejó un saldo de más de 3 millones de muertos.
 
La extensa zona del Kivu sufre confrontaciones étnicas que se remontan a tiempos ancestrales y se focalizan sobre todo en la línea fronteriza de la ex República del Zaire con Uganda, Ruanda y Burundi. Estos enfrentamientos, protagonizados por hutus y tutsis -uno de los tres pueblos nativos de las naciones del África Central, Ruanda y Burundi- se fueron agudizando luego de que casi 2 millones de hutus, que escapaban de la guerra en Ruanda, se refugiaran en el Congo.
 
Quizá con una simple mirada se entienda que el eje del conflicto trae aparejado una contienda entre diferentes etnias que conviven en una misma zona, como el eterno enfrentamiento entre judíos y palestinos. Pero dichas confrontaciones están ligadas a los objetivos del imperialismo sobre un país donde, según señalan estudios certeros, abunda el oro, el cobre, uranio y el 80 por ciento de las reservas mundiales de Coltán.
 
Ambas guerras contaron con la intervención “indirecta” de países extranjeros que apoyaron a los actores que respondían a los intereses de su política exterior.
 
Durante el primer conflicto armado, las fuerzas de J. Kabila fueron secundadas por Ruanda y Uganda. Según una publicación de la Revista Pueblos, estos últimos países recibieron colaboración de parte de Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica mientras que el ejército de Mobutu fue respaldado por Francia.
 
A semejanzas de lo que sucede en Centroamérica con las “ayudas militares” que realiza Estados Unidos, camufladas bajo el lema de “combatir el narcotráfico”, la guerra del Congo fue otro de los escenarios donde el país del Norte pudo desplegar su política imperialista y armamentista.
 
Tal como destaca la Agencia Aporrea, la intervención externa estuvo justificada por la idea de que “Ruanda podía contrarrestar así a los hutus, que habían masacrado a ciento de miles de tutsis en aquél país en 1994 y que habían escapado al este a la RDC”.
 
Pero la alianza de los tres pueblos vecinos fue efímera. Una vez que el gobierno congoleño llegó al poder, exigió la retirada de las fuerzas extrajeras que actuaban en el país. Frente a esta pedido, los antiguos aliados tomaron represalia y enviaron una milicia que desembocó en la guerra de 1998.
 
¿Cuál es el eje de la guerra?
 
Los actuales enfrentamientos en la región de Kivu son la continuación de un conflicto que tiene sus raíces en la “Gran Guerra de África” (1996-2003), la cual nunca finalizó debido a los intereses de las grandes potencias y de las multinacionales sobre las riquezas que posee el suelo africano.
 
La extracción al menor precio del Coltán es el factor clave por el cual países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Ruanda y Bélgica continúan interviniendo en la zona a través de “ayuda militar” a los grupos armados de la zona.
 
La ambición por controlar las minas de Coltán en el Congo, se debe a que su composición es sumamente necesaria para el avance de las nuevas tecnologías en occidente: telefonía móvil, fabricación de ordenadores, videojuegos, armas inteligentes, medicina vinculada a los implantes, industria aeroespacial, levitación magnética, entre otros.
 
A pesar de que las diferencias étnicas existentes, la confrontación entre las mismas se acrecienta a través de los intereses propios y extranjeros, que rondan sobre los yacimientos.
 
Un actor crucial dentro de este escenario es Laurent Nkunda, un tutsi congoleño que dirige la guerrilla asentada en la zona del conflicto y el cual según expresan analistas, es el “peón de Ruanda” que se unió al Ejército de Paul Kagame, actual presidente rwandés, para luchar contra los genocidas hutus de1994.
 
La intervención de países como Ruanda contradice a los estatutos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y los tratados internacionales que exigen respeto a la soberanía y la integridad territorial de cada país miembro de del ente. Además, es preciso señalar que Ruanda es aliado estratégico de Estados Unidos y de Gran Bretaña en la región.
 
Actualmente Laurent Nkunda, bajo el mando de la milicia tutsi del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), se enfrenta a las Fuerzas Armadas de la República Democrática del Congo (FARDC), las cuales ni siquiera podrían ser consideradas un ejército regular.
 
Este grupo armado conforma una masa desorganizada y mal pagada, propensa a la violencia contra los civiles, que además está acusada de colaborar con los rebeldes hutus y de explotar las minas de la región.
 
Los intereses extranjeros detrás del conflicto armado son difíciles de negar, en parte debido al aporte de armas que hacen para los rebeldes y las enormes inversiones de las multinacionales mineras que extraen las riquezas minerales del corazón de la selva congoleña, protegidas por un verdadero ejército de mercenarios. El resultado, la creación de un país dentro de otro.
 
La intervención indirecta de Estados Unidos como parte de su política expansionista en la región, se remonta a los años de la Guerra Fría. Según un informe publicado en el año 2002 por el Word Policy Institute, en aquellos tiempos en que el Estados Unidos y el la Unión Soviética se disputaban zonas de influencias como símbolo de poder, Washington envió millones de dólares en armas a las tierras africanas.
 
A su vez, desde 1991 a 1995 suministró ayuda militar a 50 países de la zona, mientas que entre los años 1991-1998 los programas de formación militar y la venta de armamento aumentaron a 227.000 millones de dólares.
 
¿Pacificadores o colaboracionistas?
 
Alrededor de 17 mil cascos azules fueron enviados al Congo con el fin de proteger a la población oriunda y mediar en el enfrentamiento étnico. Su presencia en la región se volvió prácticamente dudosa para los civiles; pero no para aquellos países que mientras continúan pidiendo “ayuda humanitaria” y el envió de más tropas pacificadoras, se benefician por las eternas confrontaciones armadas.
 
Según puntualiza El Periódico de Bruselas, la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUC), no sólo fue culpada de facilitar el avance de las milicias del líder Nkunda en las zonas claves o de interponerse para interrumpir el combate, justo cuando el ejército congoleño estaba por vencer, sino que además se vio al jefe tutsi utilizando helicópteros que pertenecían a la MONUC.
 
De la misma manera en que el presidente Joseph Kabila acusó a las tropas de la ONU de no actuar frente a la matanza que llevada a cabo por los rebeldes tutsi. Por estos días los habitantes de Goma, capital de Kivu Norte y de Bukavu, capital de Kivu sur salieron a las calles a pedir la retirada de los cascos azules.
 
Una vez más, al igual que sucedió con la invasión a Irak y Afganistán, la cual se llevó a cabo bajo el pretexto de buscar la paz y la democracia con tintes occidentalistas, la intervención en África de los organismos de la ONU y sus misiones benéficas terminaron violando los tratados internacionales y colaborando para lograr una paz inexistente.
 
Un ejemplo claro de esta idea es que a la vez que Estados Unidos trabaja como mediador para facilitar el diálogo entre Ruanda y la República Democrática del Congo, en el año 2007, según detalla la agencia de noticias Eurosur, Washington proporcionó armas y entrenamientos a soldados ruandeses que provenían del programa de Defensa de Estados Unidos, ACOTA (Asistencia al Entrenamiento y las Operaciones del Contingente en África).
 
Irónicamente, una tierra donde abundan los recursos naturales lentamente se está convirtiendo en uno de los países más pobres del mundo, devastado por la hambruna y donde la guerra ya se cobró cinco millones de vidas, de los cuales 4 millones fueron asesinados entre 1998 y 2003.
 
Mientras el pueblo congoleño pide a gritos una solución definitiva, las grandes potencias occidentales y las multinacionales continúan financiando centenares de muertes al encubrir las posibles soluciones, tan solo por sus intereses sobre los yacimientos del suelo africano.
 
Paradójicamente o lamentablemente, la paz ansiada por el Congo se convierte en una paz inexistente o lo que es peor, en una “paz armada”.

* Publicado en APM

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