Vuvuzela

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Álvaro Cuadra.*

La vuvuzela, la ruidosa corneta sudafricana que imita el sonido de un enjambre de abejas, se ha transformado ya en parte del espectáculo futbolístico y de la cultura popular internacional en que vivimos. El Mundial de Futbol se ha convertido, gracias a la híper industrialización de la cultura en un megaevento que no sólo compromete muchos millones de dólares sino a media humanidad que sigue día a día la justa deportiva. Cada cuatro años y durante algunas semanas, el sentir de las naciones se juega en un balón de fútbol.

Nuestro país no ha sido la excepción. El síntoma de la vuvuzela, la  fiebre del Mundial de Sudáfrica, es la culminación de un proceso que viene incubándose desde las Eliminatorias, un largo proceso comunicacional a cargo de los medios y la publicidad. Las Selecciones de cada país constituyen parte de su cultura nacional, se trata de un puñado de héroes en cuyos pies se ha depositado la identidad, acaso la dignidad, de cada nación. Todos son convocados al festín, desde los mandatarios al más anónimo hincha de barrio.

En esta verdadera bacanal no hay lugar para actitudes tibias, llegado el momento la cuestión es estar con la Selección Nacional, sin importar las virtudes o la calidad del rival. Cualquier pensamiento ambivalente puede ser tildado con facilidad de antipatriótico. Así, la alegre hinchada se va transformando en una masa fanatizada con los suyos. Una masa eufórica que tiene sus colores, sus cánticos y su estilo en el concierto internacional.

Cada partido de un Mundial de fútbol es una justa en la que los millones de fieles y peregrinos de cada lado sufren minuto a minuto los incidentes del encuentro. La presencia en los estadios del mundo entero exige, por cierto, los carnavalescos atuendos de rigor y cientos de pequeñas cábalas que aseguren el triunfo.

En esta primera década del siglo XXI, los medios en general y la televisión en particular, escenifican en tiempo real y en pantallas gigantes, alrededor del planeta, cada episodio de este ritual pagano, verdadero éxtasis de masas.

Como en toda competencia, sólo algunos alcanzarán la cumbre. Para los demás, el sabor amargo de la derrota. Como en toda competencia, inevitablemente, hay ganadores y perdedores. Muchos anhelos e ilusiones se ven frustrados cuando una patada infernal se convierte en gol y el marcador no es adverso.

Toda derrota trae como consecuencia una prueba de fe en cada uno de los hinchas, un cuestionamiento profundo en que parece primar la sensatez. Y si bien es cierto que el síntoma de la fiebre parece ceder – momentáneamente por la resaca-  en los millones de hinchas, se trata más de una apariencia que de otra cosa.

Si hoy no fue posible derrotar al penta campeón del mundo y tomar el cielo por asalto, a la vuelta de algunos años volveremos a escuchar en el planeta tierra el zumbido de las abejas, la vuvuzela, y poco a poco, el estado febril nos irá ganando y de nuevo el vértigo, los sueños y delirios convertidos en un balón de fútbol.

* Doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

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