Y el resto, ¿qué?: carnívoros, gracias a Dios

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A pesar de una serie de recientes escritos cristianos en defensa del vegetarianismo, este nunca ha sido parte de las corrientes mayoritarias de la cristiandad. No es que la Iglesia  respalde explícitamente la dieta carnívora y si en ocasiones se ha opuesto  al vegetarianismo lo ha hecho con referencia a cuestiones doctrinales o en lucha con otras religiones. Hoy es un asunto de tradición, costumbre y mercado.| NIEVES Y MIRO FUENZALIDA.*

Eric Robert hace notar que desde la época de las conquistas coloniales  hasta el presente es posible seguir una serie de  líneas  argumentativas en contra de los que no comen carne. Definiciones teológicas del  animal, deterioro de la salud, idolatría y ausencia de vigor y masculinidad se movilizan en contra de las prácticas del budismo chino, por ejemplo, que entran en conflicto con la teología occidental.

Mateo Ricci (1552-1610), uno de los tantos misioneros católicos en China durante la dinastía Ming, distingue, basándose en los escritos de Ignacio de Loyola, entre el alma humana y la de las plantas y animales argumentando que las almas vegetativas y sensitivas mueren con el cuerpo a diferencia del  alma espiritual  humana que persiste en contra de la visión budista de la transmigración de las almas que impide matar  o comer  animales.

Solo los humanos, dice Ricci, tienen  un pensamiento racional debido a su alma inteligente —de la que carecen las plantas y  animales—. “Mira el Cielo y la Tierra” dice “y todas las cosas creadas por Dios. No hay una sola  que no haya sido producida para el uso del hombre.

“…El Señor de los Cielos creo a los pájaros y las bestias para nosotros para usarlos según nuestra  voluntad ¿Cuál es el problema, entonces,  con matarlos y usarlos para alimentarnos?” No solo no tiene sentido, dice, sino que seria una ingratitud no matar a los animales y usarlos como alimento.

Es esta teología básica de la creación, en la que Dios hizo a los animales para el uso humano, la que fue compartida por las misiones cristianas  en el siglo XIX  sin mayores diferencias.
 
Los diccionarios europeos no contienen referencias  vegetarianas antes de 1839  y solo en 1838  el vegetarianismo empezó a  popularizarse gracias a la acción de la Sociedad Vegetariana de Ramsgate, que  rápidamente  fue asociada con el ateismo, los libres pensadores,  los  movimientos en contra de la caza y la esclavitud, el yoga, el hinduismo y el feminismo.

A pesar de las voces ocasionales y de la simpatía de algunos misioneros en favor de la dieta vegetariana, la mayoría de ellos veían  los argumentos en contra del vegetarianismo como parte de la lucha cristiana en su intento  por desplazar y eliminar  otras creencias y formas religiosas.

Los relatos de los misioneros, por ejemplo, siempre hacían notar  la solidaridad de los vegetarianos  como grupo y consideraban un verdadero desafío convertir a sus lideres.

Esta soteriología de la carne no ha desaparecido en el mundo asiático como lo indican la gran cantidad de escritos contra el vegetarianismo budista de entre los que se destacan los del ministro protestante Timothy Kung (Hong Kong Lutheran Theological Seminary). En “Comiendo alimentos vegetarianos y comiendo carne” hace notar que una mujer cuenta como las otras mujeres de la familia inculcan el habito del vegetarianismo. Aquí, al pasar, uno podría decir que no  es  casualidad que en este relato sean las mujeres las que específicamente recomienden  la abstención de comer carne.

La carne, la fuerza, el patriarcado

En todos  los discursos antivegetarianos es posible notar una  distinción sexual. La carne es siempre  masculina.  La masculinidad de la carne afecta no solo su significado cultural, sino también la distribución de proteínas en la familia favoreciendo al hombre con la carne. Pero, continuando con el relato, Kung responde que el también intentó no comer carne influido por las mujeres de su familia.

Es solo cuando se convirtió al cristianismo que dejo de sentir molestia o el mas ligero remordimiento al comer carne.  Citando a Juan (21:9-13)  dice que “El mismo Jesús nunca fue vegetariano. Después de su resurrección el comió pescado asado en frente  de sus discípulos” y Pedro en el Libro de los Actos (10:9-16) ve a un grupo de animales y una voz le dice “Levántate, Pedro, mata y come”. Los animales no pueden ser considerados iguales a los humano y no puede tratárseles como dioses o poseedores de un alma. Dios los creo para nuestro uso y disfrute y el intento de no matarlos es equivalente a idolatría.

Cuando los  budistas  critican a los cristianos por solo amar a la gente y no a los animales, a pesar de  llamarse a si mismos misericordiosos,  Kung los refuta diciendo que la creencia de que los animales también poseen algún tipo de espíritu al igual que los humanos es  puro sofismo. Siguiendo la larga tradición  de los misioneros en el Asia  el comer carne, dice,  funciona como prerrequisito de la aceptación de Cristo y de  la salvación.  Un verdadero cristiano necesita mucho más que una comprensión teórica de que las prácticas vegetarianas no son correctas. Se necesita además sentirla profundamente en el  cuerpo, en la  mente y en la fe.

Si en otros países como Japón, Tailandia o  Corea millones de budistas comen carne, ¿por qué no lo hacen en China? Porque las practicas vegetarianas de los budistas chinos, dice Kung, son distintivas de los chinos y datan del tiempo de Liang Wudi (502-550 DC)  que decreto días de ayuno, hizo animales con harina para usarlos en los sacrificios y estableció días en que la caza y la pesca fueron prohibidos. Es esta tradición la que da origen al vegetarianismo chino.

Y es el hecho de que el vegetarianismo no estuvo presente en sus orígenes lo que lleva a Kung a decir que este no es parte del verdadero budismo. Es desde esta sólida base histórica  de la que Kung trata de aislar el budismo chino  del budismo mundial y del mismo buda.

La iglesia católica no ha tenido en Occidente  una política oficial en relacion al vegetarianismo porque éste, hasta ahora, no ha  significado una amenaza importante a  sus principios teológicos. Pero esto puede cambiar. Una de las características  de las religiones del Libro ha sido el excepcionalismo humano que nos ha permitido explotar y destruir  la naturaleza  y otros seres humanos con mayor eficiencia  que cualquier otra cultura.

La teoría de la evolución, con su descubrimiento de  la continuidad de las diferentes formas de vida, fue un verdadero golpe a esta presunción que posteriormente ha obligado al Papa ha aceptarla  debido a la abrumadora cantidad de evidencias que la teoría ha logrado acumular. Pero, la aceptación ha sido solo parcial.  El alma humana  es creada por Dios y distintiva del ser humano. Esta es una verdad teológica y  las verdades teológicas  no están sujetas a cambio.

El excepcionalismo  no ha sido abandonado y la discontinuidad humana permanece,  solo que ahora  es ubicada en otra parte distinta del cuerpo. El excepcionalismo humano, del que el modernismo es heredero, se mantiene como una importante fuerza en la cultura contemporánea  permitiendo inferiorizar al animal y tranzarlo como mercancía en el mercado mundial.

Dilema contemporáneo: de la carne y la ideología

Lo que la carne simboliza más que ninguna otra cosa es una visión del mundo que valoriza y legitima la dominación jerárquica de la naturaleza, de la mujer y de otros hombres junto con la  desvalorización de otros modos de convivencia. La actual situación precaria de los sistemas ecológicos y de muchas comunidades humanas ha guiado a cuestionar el narcisismo cósmico del centrismo humano.

La relación entre la producción de carne, la deteriorizacion de los procesos ambientales y la falta de alimentos para millones de seres humanos en el hemisferio sur  puede ser  bastante compleja. Pero la relacion existe. La necesidad por tierras de cultivo para satisfacer el apetito por la carne de los europeos y estadounidenses es una de las principales causas de la deforestación global y del desplazamiento de la población local de sus lugares tradicionales llevadas a cabo por las empresas comerciales.
 
Es esta posición moral la que separa el excepcionalismo humano del vegetarianismo ambientalista contemporáneo. Un paradigma alternativo que vea a la humanidad  como un miembro de la comunidad terrestre, un miembro de la naturaleza en sentido global  con derechos y obligaciones,  desafía el marco  teológico del  antropocentrismo religioso que sostiene la creencia de que la humanidad es independiente de la naturaleza no humana, exenta de influencias, constreñimientos y principios ecológicos y  con el derecho  a decidir que parte de la vida terrestre cuenta y que parte no.

Lo cierto es que, en última instancia, el  rechazo a reconocer derechos a la naturaleza no humana  no surge tanto de la dificultad en designarlos, sino de las implicaciones doctrinales que el reconocimiento de pertenecer a una comunidad de  vida terrestre mas vasta acarrearía para la doctrina religiosa basada en la Biblia.

Schopenhauer observaba que para la gran mayoría de los seres humanos la identidad personal, la forma en que nos definimos a nosotros mismos, es una cuestión de entrenamiento que se logra a través del ejemplo, de las costumbres y  la impresión de creencias  y conceptos mucho antes de que nuestra capacidad de juzgar exista  para cuestionar lo que recibimos.

Lo cierto es que difícilmente podríamos tomar a la ligera esta observación. Lo que se nos implanta se enraíza en nosotros de tal manera que nada lo modifica como si fuera parte de nuestra naturaleza. Con el mismo esfuerzo es posible imprimir lo que es racional o lo que es absurdo. Podemos acostumbrarnos a renunciar a usar a los animales como alimento o desmembrarlos para devorarlos trozo a trozo mientras su carne todavía esta fresca.

Sacrificar nuestras vidas para salvar al otro o comer carne humana, sacrificar nuestros hijos en el altar de Moloch, castrar a los sirvientes del harén, exterminar a las brujas y judíos, saltar a la hoguera funeraria… En suma: hacer cualquier cosa que queramos o que la tradición, la costumbre o el mercado dicten.


* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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