Zenga Zenga

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Álvaro Cuadra*

Es interesante advertir cómo la híper-industria cultural, construida de redes de alcance planetario y administrada por gigantescos consorcios, ha elevado al coronel Gadafi a la calidad de “villano invitado”. Digamos que el personaje ha hecho todo lo que corresponde al nuevo papel que se le ha asignado en la  comedia del mundo.

Con un rostro patibulario, de  ojos pequeños y rasgos duros, que nos trae de inmediato aquel recuerdo de los pistoleros malos de un “spaghetti western”, aparece en televisión afirmando sin más que su pueblo lo ama, y los exhorta a exterminar a los opositores como a cucarachas, mientras ordena bombardear pequeños villorrios en el este de su país

Los adversarios de Gadafi no lo hacen mejor y como en una mala película de acción, categoría B, preparan buques, misiles y portaviones para llevar la “paz” al desierto libio. Todo esto al ritmo de un rap que por estos días alcanza casi tres millones de visitas y que lleva por título “Zenga Zenga”, basado en uno de los últimos y vehementes discursos del coronel Gadafi en Trípoli (aquí).

En este mundo híper-moderno los grandes discursos y arengas revolucionarias de antaño han sido convertidos en, ni más ni menos, exitosos vídeoclips en Youtube: íconos que se nos exhiben ya no en la lógica vídeo-política sino como mero espectáculo de masas. El “entertainment” lleva así la imagen política a su grado cero.

La palabra del otrora todopoderoso “guía de la revolución” es transformada en un “clip” en el cual su voz sigue el ritmo de una música electrónica y su imagen está rodeada por dos cuerpos femeninos semidesnudos.

Algunos, sin duda, pueden ver en esto una forma clásica de propaganda: en este sentido se puede alegar que finalmente el autor del vídeo es un músico israelí, Noy Alooshe. Sin embargo, y no obstante, pareciera que la cuestión va más allá y pone en evidencia un fenómeno cultural de fondo y muy contemporáneo. La palabra política ha dejado de ser solemne, ella ha sido desprovista de toda “aura”, de toda sacralidad, en suma, de toda autoridad.

Este fenómeno es tan cierto en Trípoli como en Roma o cualquier otro lugar del mundo.

La política internacional no es ajena a este estado de cosas y  la crisis en el norte de África nos muestra a diario que los diversos actores profieren discursos que apelan a grandes palabras tenidas por universales —que apenas alcanzan a disimular los sórdidos intereses en juego—. Muammar Gadafi, el amigo de Aznar, el amigo de Berlusconi y socio predilecto de honorables empresas europeas —de la Juventus al Financial Times—  es hoy el villano de la jornada.

Su suerte ha sido ya decidida en Ginebra; ciertamente su figura es controversial por no decir indefendible. Tan controversial como la de aquellos que hoy rasgan vestiduras en diversos países “civilizados” del orbe y se aprontan, utilizando la amenaza militar, a reabrir, por fin, el lucrativo negocio del crudo libio.

Todo esto, por supuesto, en nombre de la paz, los derechos humanos, la democracia y un largo etcétera.

* Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS, Chile.

 

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