Chile y las torturas en Irak y Afganistán

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La prensa norteamericana nos muestra día a día nuevas imágenes de las torturas aplicadas a prisioneros iraquíes. Acá en Chile, la prensa local trata el tema como si nos fuera una realidad desconocida que ocurre muy lejos. Hasta se permite una cierta crítica y condena por tales hechos. Evita sí toda comparación con realidades propias y cercanas en el tiempo.

Desde distintas perspectivas se puede analizar lo que hoy por hoy ocurre en las cárceles de Irak y Afganistán. Una de ellas, es el impacto mundial por la ocurrencia de hechos tan repudiables por cuanto, quizás, una de las formas más degradadas de la conducta humana se expresa en quienes son capaces de realizar actos de torturas en otro ser humano, que no sólo está privado de libertad sino que casi siempre, o  siempre, está maniatado y con sus ojos vendados.

Hace un tiempo ya, Amnistía Internacional y otros organismos no gubernamentales, habían alertado sobre cuestiones muy graves que estaban ocurriendo y ante esas denuncias había una indiferencia mundial bastante generalizada que ahora se ha sacudido con fuerza.

La ocupación del territorio afgano, y la toma indiscriminada de prisioneros trasladados hasta la base de Guantánamo por el ejército norteamericano, rompió con toda la normativa internacional que regula los conflictos armados, incluso las ocupaciones de territorio. Hay datos que son increíbles, como la toma de prisioneros cuyas identidades se desconoció durante varios de los meses que ha durado su cautiverio. En todos los casos estos prisioneros lo están sin ser sometidos a ningún procedimiento judicial o, al menos, administrativo sino sólo bajo las condiciones impuestas por el país ocupante. A todos ellos los tienen a miles de kilómetros de sus familias y aldeas, incomunicados por tiempo indefinido.

En las cárceles iraquíes las cosas no son mejores. La masividad de prisioneros es tal, que nadie puede dar una cifra cierta de cuántos y quienes son. El maltrato, la tortura, la humillación reiterada, los abusos sexuales, son los métodos con que se los interroga. Todos están presos sin estar sometidos a juicio alguno.

A los pueblos afganos e iraquíes  se los tortura, se los violenta en sus dignidades, para que aprendan y asuman los «valores americanos», de la libertad y la democracia. También para que comprendan bien lo que es un estado de derecho y respeten la normativa más básica del derecho internacional como lo son los Convenios de Ginebra. E incluso, se den por enterados que en el desarrollo de la humanidad se aprobó una convención que sanciona los actos de tortura. Lo que allí ocurre, es una caricatura perversa de los valores reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Otra mirada que me interesa destacar en relación con estos hechos tiene que ver con lo que pasa en nuestra sociedad. Pareciera que los hechos a que me refiero de verdad fueran lejanos e impropios, pero no lo son. Y eso explica, creo yo, el porqué la prensa y el poder que la sustenta nos informa de una manera constreñida y limitada.

 

Por estos días está concluyendo el plazo para que los que fueron presos políticos durante la dictadura de Pinochet entreguen sus testimonios a la Comisión que investiga los casos de quienes fueron privados de libertad en ese período. Y en los próximos meses conoceremos un informe que dará cuenta de lo que entonces fueron los centros clandestinos de detención, métodos de tortura, privación de libertad sin forma de juicio, entre otras realidades. Al igual que lo que ocurre hoy en las cárceles de Irak y Afganistán, nos haremos muchas preguntas de porqué ocurren estas cosas, sin perjuicio de que muchas de esas respuestas ya están.

No deja de sorprenderme que la sociedad chilena, que cuenta con vivencias tan cercanas – particularmente en los partidos políticos de izquierda, sindicatos y federaciones de estudiantes, que  tienen en su historia una página escrita con sangre de muchos de los suyos- guarde silencio. No sé si eso ocurre por pasividad, indiferencia o ignorancia de lo que pasa. La solidaridad con Chile cuando padecíamos los rigores de la dictadura fue universal y generosa, y no estamos respondiendo con igual solidaridad. No hace tanto tiempo, que palestinos, kurdos, sudafricanos, sarahuí, argelinos, por nombrar a algunos pueblos, levantaron pancartas con los rostros de nuestras víctimas. Y conste que ellos tenían tantos o más problemas que nosotros, entonces y ahora.

En la interna socialista se conoce de mi crítica permanente a una juventud socialista anquilosada y a lo más preocupada de sus reivindicaciones personales e inmediatas,. Pero no sólo a ellos los percibo ajenos a la solidaridad nacional o internacional por las víctimas, sino también a quienes recibieron una mano cálida y cariñosa que los acogió en sus exilios. Tampoco he escuchado la voz de ningún parlamentario que, siquiera en la hora de incidentes, haya hecho el esfuerzo de exigir respeto a los derechos fundamentales de las víctimas iraquíes y afganas.

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* Abogada, militante por los Derechos Humanos. Conoció muy de cerca la represión y sus efectos bajo la dictadura de Augusto Pinochet.

Publicado en www.portaldelpluralismo.cl, portal electrónico que agrupa a la prensa independiente de Chile, editado por Corporación Representa.

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