La voz que pronuncia en el sur de Chile

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Se trata —dice el periodista Rodrigo Bustamante en un artículo publicado en la versión en castellano de la BBC (www.bbc.co.uk), «de un pescador artesanal de 44 años que lleva 23 en esta zona (‘soy un adoptado’, dice) ubicada a más de 1.600 kilómetros al sur de Santiago, cuya voz aguda se hizo característica durante los 39 días en que la población de esa zona estuvo exigiendo mejoras históricas en cuanto a economía, conectividad y educación. Se llama Iván Fuentes. | MAGALÍ SILVEYRA.

 

«Frases como unirse del campo hasta el mar o llamados a actuar con sentido de manada, de bandada, de cardumen se fueron haciendo habituales, y paulatinamente muchas de las informaciones sobre Aysén empezaron a centrarse en Iván Fuentes y un liderazgo que comentó en entrevista con BBC Mundo.

 

«‘Yo a veces también salgo a hablar asustado, no tengo a gente que me asesore, salgo nervioso porque no quiero transmitir odio. La gente está cabreada (aburrida) de eso y necesita a alguien que transmita cosas diferentes, no puede ser todo odio y hablar mal de los demás. Podemos decirnos los errores pero sin necesidad de hostigarnos’, señaló».

 

Las citas elegidas por el periodista de la agencia británica bastan para describir a un dirigente social a punto de convertirse en líder politico en su medio —algo que probablemente a esos más de 1.000 kilómetros de distancia citados por la BBC no se entiende; o, mejor, no podrán comprender los profesionales del oficio político encaramados en la prestancia que dan dietas, asignaciones de viajes, secretarios, peluqueros, «personal trainers», asesores y demás fauna que el erario nacional (léase todos los chilenos) contribuye a pagar.

 

«Yo hablo desde las cosas simples» anota Bustamante que dice Iván Fuentes. Lo que convierte a su discurso, el de Fuentes, a la vez en jerigonza y lección de claridad. Jerigonza para el «stablishment», claridad para un pueblo que hace mucho tiempo dejó de prestar oídos a sus interesados en representarlo.

 

Porque si a ver vamos, y más allá de la imperiosa necesidad expresada por los ayseninos (y habitantes de otras regiones) de que los poderes que administran, proponen, juzgan, legislan y reparten los escuchen y consideren en las políticas que se implementan para los lugares donde viven y producen, lo que la rebelión patagónica puso en evidencia es que resulta imposible continuar en Chile caminando con el mapa político trazado por la dictadura y enmendado por la Concertación.

 

El derrotero que fijó la dictadura, el mapa dibujado con la pluma del miedo —del miedo real que permearon cada uno de los 17 años de alarido y sangre, y a la vez caballo cansado, pero chúcaro, esgrimido por los dos primeros gobiernos concertacionistas— comenzó a diluirse, mostró su ser «tigre de papel» ya con las revueltas estudiantiles que saludaron el ascenso de Michelle Bachelet a la Presidencia o con el movimiento de los subcontratados del cobre que dirigió Cristián Cuevas.

 

La flor y nata de la seudo o subpolitica chilena no supo leer entonces la realidad, o si la leyó pensó que era un prurito pasajero. Los diplomas de prestigiosas casas de estudio extranjeras, que como trofeos dejaron que los describiera una prensa tan banal como sus almas, no sirvieron, no sirven, de nada. Se les había —se les ha— olvidado hablar desde las cosas simples.

Las cosas simples son comer, trabajar para comer, educarse para trabajar, trabajar para tener dignidad. Esa dignidad que el pueblo logró —no sin perdidas— mantener durante los 17 años de dictadura, la misma que permitió los pactos de la «transicion», encontró su voz cuando el sexenio de Ricardo Lagos (padre), ensayó su habla durante el cuatrienio de Bachelet y dio su primer concierto promediando el gobierno de Piñera.

Y los «representantes» finalmente comienzan a entender que se les acabó Jauja, esa tierra de leche y miel, de grandes sueldos y mejores negocios; se les acabó mentir y mentir porque algo queda, lo suficiente para otro período.

 

Fuentes no se comportó como un dirigente de fuste porque haya afrontado dos o tres explosiones de violencia (por otra parte no provocada por los demandantes del Aysén, sino orquestada desde la esfera gubernamental, que tal vez en su severa miopía creyó que algunos palos y gases iban a doblegar a la ciudadanía, idiotez profunda del pensamiento: no lo lograron con adolescentes y jóvenes ajenos en su mayoría a los rigores del duro trabajo físico, ¿cómo pudieron imaginar lo iban a conseguir con gente aguerrida —y que nada tenía que perder?).

 

Fuentes caló hondo en la necesidad ciudadana porque supo encauzar la ira de los suyos, porque con él destacó uno entre pares. Y porque no amarró su discurso a la red remendada con la que los partidos políticos insisten en pescar o cazar incautos. No se miró en el espejo de algunos dirigentes «pingüinos» del 2006 que hoy postulan o prepostulan a candidaturas varias, solos como ese náufrago de una caricatura de antaño que se llamaba Toribio.

 

Fuentes no recuerda cada vez que debe hablar con la prensa o a un auditorio que su militancia es tal o cual, sí sabe que es libre de expresarse, y no parece querer ser parte de la anquilosdaa CUT como Cuevas, cuya figura de batalla se esfuma cada día un poco más.

 

No. Fuentes, y mil otros fuertes, al no ceder obligan a mejor oír el atroz silencio de las capas dirigentes del país. Silencio que en cierto modo es su final responso fúnebre, que ninguna técnica política de inscripciòn automática y voto voluntario convertirá en canto de victoria duradera.

 

Este hombre, Iván Fuentes, obra con plena conciencia de clase, no al parecer conciencia trepadora. Acaso al llegar el crepúsculo tras cada batalla recuerde a sus padres, campesinos pobres, a sus profesores de escuela y del liceo, a cada uno de sus siete hijos. Esos son sus títulos, sus credenciales —lo demás lo irá forjando y escribiendo en el camino.
——
* De la redacción de SyS.

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