Al otro lado del Cono Sur Paraguay entró al cono de sombra del foso

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Magalí Silveyra*

América Latina es un gran foso donde la orquesta imperial juega y planifica sus melodías y acordes; algunas piezas son su repertorio de años, como el conjunto de Habaneras sobre temas de embargo, otras –los acordes mexicanos, por ejemplo, despliegan apasionantes fugas hacia el hambre y el crimen (ambiental y humano). No siempre la orquesta tiene éxito, pero siempre se las arregla para salir en primer plano, como lo prueban sus salsas dedicadas a Hugo Chávez. Hoy experimenta con acordes de arpa paraguaya.

 

El presidente paraguayo cumplió los tradicionales 100 días que permiten a los "observadores" avistar el rumbo que tomará su gobierno. Lugo todavía puede sonreír en las fotos; sus primeros pasos fueron prudentes y firmes. Pero ya lo meten en el mismo saco –donde, por otra parte no están– los dirigentes venezolano, ecuatoriano, nicaragüese y, ¡no faltaba más!, el inefable Evo Morales.

La precaria paz de esos primeros 100 días ya no atruenan con la fanfarria de antaño; por ahora las metralletas y los campos de concentración, los asesinatos y las "casas del dolor" aguardan; el imperio y sus adalides locales prefieren una mano en la puerta de la heladera y la otra en el fuelle que animará, si necesario, el fuego.

Lo que en absoluto significa que la orquesta permanezca en silencio, ensaya, experimenta, tiende los hilos (siempre hay hilos) para se escuche una sola música en todos los ámbitos aunque las referencias sean diferentes. Esto es posible porque el maestro-director, ubicuo, está simultáneamente en todos los escenarios, el cuerpo sinfónico es homogéneo y por más que haya solistas locales, todos han sido entrenados por los mismos profesores y cobran en la misma caja su paga.

En la escena paraguaya la obertura es similar a otras y a conocidas basada en el primer romanticismo alemán: entre la lágrima por un mundo perdido y la rabia por aquel al que se quiere llegar. Los viejos problemas, ancestrales, del Paraguay –pobreza, exclusión, corrupciones muchas, concentración de la riqueza, en fin– comienzan a agitarse como si fueran responsabilidad del nuevo gobierno; los fuertes acordes de la sección Venezuela de tambores y trompetas, la de Nicaragua, en marimbas, de Bolivia en quena y guitarra "a la Croacia" e incluso si necesario la cuerda argentina de bandoneones, procuran que los forzados auditores del mundo no puedan escuchar el silencio.

El silencio, se sabe, es peligroso: invita a la reflexión, calma las pasiones, permite decidir.

Insidiosos, los oboes –con incursiones de saxo tenor para abrir paso a violines y bajos, el nervio de campanas y bongoes a la espera– abren el primer movimiento: andante TeleSur. Su primera línea: Fernando Lugo aceptó compromisos económicos para la instalación de Telesur en Paraguay, así como “promover” el empleo de señales de televisión abierta y de cable para el canal de Hugo Chávez. El Congreso Nacional no aprobó tal acuerdo.

Lento los violines subrayan: los integrantes negociadores de TeleSur olvidaron mencionar que el canal difunde ideología, mientras el saxo, en segundo plano, insiste una y otra vez: CNN no, CNN no, CNN no, Fox tampoco, Fox tampoco; para cerrar: las películas son entretención, entretención son las películas, y las campanas y bongoes arruyan: la publicidad es buena, la publicidad es buena, la publicidad es buena.

El primer movimiento termina para abrir el segundo: Oda a la libre empresa, estrenado apoteósicamente en Chile hace unos años. Esta pieza comenzó a ensayarse días antes de que Fernando Lugo y Hugo Chávez firmaran, el 16 de agosto pasado, un acuerdo de cooperación en matria de información, entretenimiento, cultura e intercambio que otorga "espacio" a la señal de Telesur por televisión abierta y de cable. TeleSur contribuirá al desarrollo de cuadros paraguayos en el área y difundirá en otros países material proveniente del Paraguay y a futuro el producido aquí.

TeleSur es un canal en cuya formación societaria intervienen distintos países latinoamericanos, como Cuba y la Argentina por ejemplo, si bien sus estudios centrales y administración se ubican en Caracas. Lejos de constituir una suerte de organización cerrada, monolítica, dentro de la comunidad –y en su periferia– se abren discusiones, como prueba la entrevista publicada aquí. En sí misma es una entidad perfectible –y no puede describírsela como antidemocrática.

Resulta, por ello, absurdo el último movimiento de esta serenata paraguaya: que gobierno de Fernando Lugo no debe negociar con los canales paraguayos la introducción de programas de Telesur, porque ese canal es el único responsable de buscar espacios, sobre la base de calidad en sus programaciones.

Absurdo, porque detrás y arquitecturando la idea de TeleSur está vigente la tesis de su primer director, Aram Aharonian –que no es venezolano, sino uruguayo–: ver América y el mundo con nuestros propios ojos latinoamericanos. Si los Estados encarnan el brumoso "pacto social" de que hablan los teóricos de la filosofía política, corresponde –por cierto– a los gobiernos proporcionar las herramientas para "nuestros propios ojos" aprendan a mirar por sí mismos.

La segunda pieza estrenada por la orquesta imperial inspirada en Paraguay es un solo de arpa. He aquí el primer fraseo: No se entiende por qué el gobierno nos excluye a la hora de tomar decisiones tan importantes como la reforma agraria. El eximio solista debe conocer bien la partitura, es nada menos que el presidente de la Asociación Rural del Paraguay, Juan Néstor Núñez.

Que los terratenientes intervengan en una reforma agraria no sería novedad, es una ridiculez. Sobre todo cuando en su momento cúlmine el arpa puede clamar: “Nadie más que el ganadero conoce la pobreza y desea erradicarla. Desde hace muchos años somos parte de la solución, pero fuerza es decirlo, no somos culpables de las décadas de corrupción e ineficiencias, de gobiernos que hundieron a muchos paraguayos en la miseria y el abandono”.

La obra concluye con un tono digno del mejor Queen: a los ganaderos los llena de tristeza la incitación a la lucha de clases y a la xenofobia contra tantos hijos de inmigrantes, que son tan paraguayos como cualquiera.

Demasiado olvidadizo, el concierto no logra aplausos sino entre sus autores y titiriteros. No obstante nadie es partidario de repartir tapones para los oídos; al contrario: en Paraguay y otras (¡muchas, ay!) tierras lo necesario es permitir la constitución de un público que ame la buena música. Y para eso probablemente lo mejor sea que cada persona cuente, al menos, con un manual que le enseñe a escuchar; ese manual se llama Historia; se piensa que su redactora principal es una tal Clío.

 

* De la redacción de Surysur.

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