Alejandro Banda: – LA OBSESIÓN DE LA ABEJA Y EL MAR

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Con cierta espontánea periodicidad, en ocasiones por necesidad de comprender, todo –la experiencia, las emociones, los valores– se pone en juego para redefinirlos en la constante marea del devenir social. El historiador Luis Vitale señala que su oficio «puede dar una explicación de la génesis de los procesos que no se limita a una mera cronología o enumeración de hechos, sino que es el producto de la interrelación de los fenómenos…».

Cuando la necesidad de la tarea no busca la génesis de esos procesos con el objeto explicarlos o redefinirlos, sino obedece a un impulso impreciso y urgente –que tal vez encuentre a la vez en el recuerdo y la imprecación la urgencia de «otro mundo»–, la historia cede para convertirse en un recurso auxiliar al intento de comprender la poesía.

El escritor costarricense Adriano Corrales acostumbra a citar a Rubén Darío: «Poeta es quien con el corazón las voces interpreta». El a veces «delito» de juzgar formas y estilos, reflejo por lo general insoslayable luego del conocimiento del acto poético, no debe hacernos olvidar el apotegma citado.

Lo anterior a raíz de la publicación de Bajo mar.

Su autor, Alejandro Banda –Viña del Mar, Chile, 1976–, es profesor de Castellano licenciado en Literatura Hispánica. También animador y coordinador de tallares culturales en un cerro de Valparaíso, antologador de poesía escrita en la cárcel por mujeres, hombre de teatro, viajero. Antecedentes que podrían haber pedido a esta suma de cuerpo –para utilizar el título de un libro del poeta colombiano Harold Alvarado– un esfuerzo en la línea de la objetividad. Más precisión, informaciones.

Sólo que Bajo mar es poesía. Todo lo desnuda, atrabiliaria, en apariencia contradictoria, despreocupada por los sacrosantos hechos, atenta a iluminar y no a explicar, a entregar y no a definir. La poesía es subordinar la razón al delirio y no explicar ni las razones ni las oscuridades o luminarias que la paren. El resto: audacia, belleza formal, originalidad, en fin, son lo que se olvida. El envoltorio. Banda logra atravesar al lector con un hálito de tragedia, consigue el necesario espanto, obliga al replanteo de la objetividad.

«Los pronósticos interpretan / y siempre quieren salvarnos / retumban entre paredes de piel». Una visión de las cosas mundanas deudora de la infancia:

«Niño miré a los ojos / a los raptores asesinos que entraron en mi casa / buscando el maletín negro de mi padre. / Supe / que todo es posible en este pequeño planeta».

De ahí la obsesión de la abeja: «Tengo algo en ti / que no me tranquiliza / una mirada que / pareciera llamarme (…) / aunque estés distante / como la paz».

La huella primera del mundo que bebieron poetas muy poco mayores y de su misma nacionalidad, como Jesús Sepúlveda, Víctor Hugo Díaz, Guillermo Valenzuela, Malú Urriola, Sergio Parra, Amado Láscar, Alexis Figueroa o Álvaro Ruiz –huella de barbarie militar-cívica que abrumó las décadas de 1971/80 y 1981/90– no se ha desvanecido; está sobre el espinazo del país, petrificada (y en la agonía en el doble sentido unamuniano y clínico de los presos mapuche en huelga de hambre, recusada su voz ante el silencio del Estado), como cristalizada por el hielo de los mares antárticos. Sobre esa huella pone la escritura Alejandro Banda y exorciza los demonios que se han apoderado de la sala de la casa.

Sin embargo, y no constituye paradoja alguna, este poeta imbricado de mar aleja los temores de otro poeta. En un ensayo, que es primera lectura al nuevo mileno, Por el país del hombre, el venezolano Teódulo López Meléndez escribió: «Cuando los cuerpos se digan adiós definitivamente (…) ya no habrá cabida para las especulaciones. Viviremos entonces en una cibercivilización donde deberemos luchar para no sentirnos unos inútiles.»

Bajo mar, más allá de liberar por el horror –de ahí su parentezco con la tragedia– nos plantea en cierto modo las tareas del renacer con el objeto de conservar la peculiaridad de lo humano. El carretero de la muerte deberá encontrar otro camino para sus caballos negros.

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Bajo mar Edipos Ediciones, Valparaíso, 2006. Más información sobre la obra y el escritor:
www.espaciocultural.cl/alejandrobanda.

La cita de Teódulo López Meléndez se tomó de la página 28 de Por el país del hombre, Ediciones Ala de Cuervo, Caracas 2002
(www.aladecuervo.net).

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