Argentina: La voracidad invisible

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Carlos del Frade

El sistema es hábil a la hora de cubrirse. Prolífico multiplicador de máscaras, su arte principal reside en ocultar a los responsables del dolor. Por eso, cada tanto, aparece la frase consigna: ‘Es la mano invisible del mercado’. Cita que referencia a los economistas liberales que durante los siglos dieciocho y diecinueve pontificaron sobre las bondades del capitalismo.

En todo caso, dijeron los que crecieron al mismo tiempo que aumentaba la concentración de riquezas en manos de unos pocos, en todo caso la culpa es del Estado y nada más.

Ocultamiento y simpleza. Nunca la verdadera identidad de los que forman los precios, intereses concretos, encarnados en historias palpables, defendidos por estudios jurídicos y limpiados por otros tantos profesionales en ciencias económicas; ellos, los creadores de la pobreza gozan de la impunidad. No son los dueños del mercado porque, en definitiva, no se puede nombrar al que está invisible. No se lo puede ver. No está permitido que se lo distinga entre los mortales.

Ellos, los que aumentan los precios para mantener sus tasas de ganancias, amplían las fosas sociales mientras que los funcionarios de los Estados, nacional, provinciales y municipales siguen jugando a ser espectadores de la recolección monumental de dinero.
En la Argentina crepuscular del tercer milenio, los precios no detienen su marcha hacia alturas alejadas de las necesidades cotidianas.

En forma paralela, sueldos, ingresos, jubilaciones, pensiones y planes sociales quedan minimizados ante la voracidad de los sectores del privilegio.

Según un reciente informe de la consultora liderada por el sociólogo Artemio López, ‘los hogares pobres pueden comprar apenas el 43 por ciento de los bienes y servicios que se necesita para superar la línea de pobreza. En plena crisis de 2002 esa relación era del 47 por ciento. El estudio -que asegura que la brecha de pobreza es récord- precisa que entre enero y marzo el ingreso de los hogares pobres promedió los $ 615. Y el costo de la canasta fue de $ 1.435’, apuntan las síntesis periodísticas.

De tal forma, ‘al menos para un cuarto de la población nacional sus chances de superar la línea de pobreza están hoy empeoradas respecto incluso a las que tenían en medio del piso de la peor crisis socioeconómica en mayo de 2002’.

¿Cuántos argentinos pueden superar esa línea? ¿Cuántas familias apenas empatan a las cifras pero se quedan sin sus derechos saciados, como el acceso a los bienes culturales o de esparcimiento que también deben ser para todos y no solamente para unos pocos?
La inflación es una implacable maquinaria productora de pobreza, al mismo tiempo que garantiza la ganancia para el sector que tiene el poder de fijar precios.

Para ellos no hay castigo.

La pena y el dolor se descargan sobre las víctimas, una vez más. Las que no tienen manos invisibles, sino manos vacías de tantas cosas necesarias.

La voracidad supuestamente invisible del sistema sigue inalterable en la Argentina del tercer milenio.
 

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