Argentina: – LAS PIEZAS DEL MECANO ELECTORAL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En Santa Fe ganó el socialista Hermes Binner; en San Luis, la dinastía de Rodríguez Saá mostró que es imbatible; en La Rioja fue sepultado políticamente Carlos Menem, y en Córdoba asistimos a un fraude digno de la “década infame”.

Las elecciones provinciales de San Luis, La Rioja, Santa Fe y Córdoba representan, cada una con su propio color y su tono, el complejo mapa político de la Argentina. Tras cuatro años de gobierno de Néstor Kirchner los argentinos vivimos el tramo final que conduce a las elecciones nacionales del 28 de octubre próximo. Se trata del primer recambio, por la vía electoral, tras la crisis y revuelta que hizo estallar el gobierno de Fernando de la Rúa y la institucionalidad precaria de los mandatos que lo sucedieron hasta la elección de Kirchner.

Al asumir éste, ya el país había comenzado a salir de la profunda depresión económica y continuó creciendo a tasas superiores al 8 por ciento. Desde las señales macroeconómicas no se aprecian mayores dificultades en el próximo período, en tanto que los equilibrios y desequilibrios de la economía mundial se mantengan en los términos de los últimos años. Y esto es necesario subrayarlo, como saben todos los especialistas que han estudiado el desempeño a largo plazo de la economía argentina y su alta dependencia de los flujos y reflujos de la economía mundial.

En el campo de los Derechos Humanos y de algunas cuestiones institucionales, el gobierno de Kirchner sorprendió y cosechó aplausos por su radicalidad. Derogación de las leyes que tendían un “manto de olvido” sobre los crímenes aberrantes de la última dictadura militar y del indulto decretado por Carlos Menem al inicio de su gestión. La renovación de la Corte Suprema de Justicia con hombres y mujeres de probada idoneidad, puso fin a la recurrente historia de gobiernos que nombraban jueces supremos amigos o leales.

Sin embargo, al término de su mandato, queda el interrogante de si las notables mejoras en la economía, tras rebotar de la depresión, superando en varios sectores las marcas anteriores de prosperidad, fueron bien aprovechadas por Kirchner para cambiar la matriz productiva del país en búsqueda de una mayor equidad. Ciertamente, está en curso una recuperación del empleo y del salario real en los sectores formales de la economía, pero con una repercusión muy diferenciada en lo que respecta a los trabajadores “en negro”.

Asimismo, la reforma política quedó relegada en la agenda del mandato de Kirchner.

La presencia de la vieja política es uno de los fenómenos más perdurables del paisaje argentino. En el estallido de 2001, cuando en las ciudades más importantes se gritaba “que se vayan todos”, la opinión pública y la publicada se inclinaban a pensar que las cosas en el futuro no serían igual que en el pasado.

Gran parte de las escenas de la vida política repiten aquellas vistas del pasado. Esa percepción de las continuidades es seguramente lo que ha llevado a Kirchner y a algunos de sus asesores a privilegiar un acuerdo con los aparatos tradicionales, en vez de apostar en la incertidumbre por la constitución de una nueva fuerza. Los intendentes, dedicados a lo largo de muchos años a manejar un aparato electoral y clientelar, garantizan un buen resultado con poco esfuerzo. “Con el imán de la caja, es suficiente”, aseguran. La prueba empírica muestra que más de un 70 por ciento de los que conquistaron el aparato de poder en 1983, al retorno de la democracia, lo ha detentado en los 24 años siguientes.

Muchos especialistas siguen hablando del peronismo como una partido o una ideología única. Eso se acabó hace mucho tiempo. Decir actualmente peronismo no define nada, ni en lo político ni en lo ideológico. Ya lo había señalado Alejandro Horowicz en su libro sobre Los cuatro peronismos. Con la candidatura de Menem en 1988, parecía que se volvía a unificar el movimiento, hecho trizas en los ´70. La ilusión duró muy pocos meses. Y desde entonces no termina de atomizarse.

En las elecciones de 2003 se presentaron tres candidatos que invocaron el peronismo; ganó el que menos ponía el acento en reivindicar los símbolos de esa tradición. Un proceso parecido ocurre con el radicalismo. En realidad, lo que cuenta en el terreno de la práctica política es quién controla, en cada lugar, el aparato.

Ahora bien, ¿esto es totalmente cierto a la luz de los últimos procesos electorales? ¿Alguien puede asegurar que las tempestades del 2001 y 2002 no pueden repetirse?

Las elecciones provinciales, anticipadas a la elección nacional, generalmente están en función de las necesidades de los grupos locales, al tiempo que van anticipando un determinado clima electoral. Sí nos guiamos por los resultados de los últimos comicios, la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner, como sucesora de su marido, plantea algunas dudas. El clima cambió, y no por el efecto invernadero. En junio, en la Ciudad de Buenos Aires, con un padrón de casi 2.6 millones de electores, ganó ampliamente la derecha. El domingo pasado se realizaron las elecciones en Córdoba y Santa Fe, que, sumadas, constituyen el 20 por ciento del electorado del país.

Un frente encabezado por el socialista Binner triunfó cómodamente en Santa Fe. El resultado no sorprendió. Una artimaña electoral, la ley de lemas, había venido asegurando la permanencia del justicialismo durante varios años. Podían presentarse los más diversos agrupamientos peronistas que, en definitiva, se sumaban para los cómputos finales. Un sistema, llamado “la cooperativa”, consagraba como gobernador a la lista más votada y repartía las cuotas de poder. Frente a este artilugio, claramente antidemocrático, meritoriamente derogado por el ex montonero y actual gobernador Jorge Obeid, se concretó el triunfo de los socialistas. Estos llegan al gobierno de la provincia desde la intemperie. Han logrado mantener el predominio en Rosario, el segundo puerto de la República y una de las ciudades más importantes de la Argentina, ganando en esta oportunidad por una notable diferencia sobre sus adversarios.

Binner, el primer socialista que llega al gobierno de una provincia, representa por un lado la tradición del viejo y centenario partido fundado por Juan B. Justo. En lo personal, siempre ha mantenido buenos y permanentes vínculos con los foros socialistas y de la izquierda de América Latina y del mundo, a la vez que adopta ahora una postura flexible – negociadora – frente al gobierno de Kirchner. A diferencia de otros dirigentes de su partido, que han elegido una confrontación más pronunciada.

La alianza que encabeza Binner, sin embargo, es sumamente heterogénea. Para nada una fuerza que –globalmente– pueda clasificarse como de izquierda.

En Córdoba, las elecciones se polarizaron entre Juan Schiaretti, candidato continuista del actual gobernador, José Manuel De la Sota, un exponente de la derecha vinculado a los principales grupos económicos de la provincia y del país, y Luis Juez, intendente de la ciudad capital.

Curiosamente, estos comicios dividieron al kirchnerismo. La mayoría del gobierno nacional apostó a De la Sota-Schiaretti, seguramente por la influencia de los grupos económicos que han tejido desde el reinado sin límites del neoliberalismo una sólida alianza con esta satrapía cordobesa. Un sector minoritario, donde se destaca la diputada kirchnerista Patricia Vaca Narvaja, apoyó a Juez, quien encabezó una alianza plural que incluye también a socialistas, comunistas, gentes del ARI, Libres del Sur y otros agrupamientos.

Tras una caída súbita del sistema de recuento de los votos –un calco burdo de maniobras “a la mexicana”– la elección se dio vuelta en la madrugada del lunes, otorgando el triunfo a Schiaretti por un punto. Schiaretti, quien fuera uno de los ahijados predilectos de Domingo Cavallo e interventor de Menem en la provincia de Santiago del Estero, no podrá sostener por mucho tiempo un gobierno que ostenta el triste logro de haber restablecido el oprobioso sistema del fraude, derrotado en 1946, tras su vigencia en la década del ´30, por la irrupción del movimiento de masas del peronismo.

La reacción popular con manifestaciones multitudinarias, no vistas en Córdoba desde los tiempos de Agustín Tosco, señala que la última página de este episodio no está escrita. Según una encuesta, el 90 por ciento de los cordobeses, incluyendo a quienes votaron por Schiaretti, no aceptan el resultado del escrutinio y desconfían del papel de una justicia electoral dependiente del poder político local.

La provincia de Córdoba, con cerca de 3,5 millones de habitantes es responsable del 8.1 por ciento del PBI nacional. No obstante la recuperación económica provincial durante el último período, el desempeño del gobierno local es decepcionante al compararla con otras provincias de menor potencial. El actual gobierno cordobés no puede exhibir nada, ni siquiera obras y realizaciones públicas. Es decir, no cabe aquella desvergonzada máxima de que “roban pero hacen”. Para muchos es un caso paradigmático por ineficiencia y corruptela. Si medimos el ingreso per cápita provincial, una de las provincias más ricas del país, tanto por la actividad del agro como de la industria, de acuerdo a los más destacados estudiosos, Córdoba está en un lugar por debajo de la media nacional y de otros nueve distritos del país.

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* De del Consejo de Redacción del periódic digital SinPermiso.

www.sinpermiso.info.

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